Capítulo 22

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—Aquí dormirás de ahora en adelante.

La habitación es minúscula comparada con el resto de la casa. En la cama apenas entro yo, y sólo si duermo de costado.

—¿Y... usted dónde dormirá esta noche, Sr. Grey? —pregunto con un dejo de decepción.

—En mi cuarto, obviamente. Te dije que no duermo con nadie. Excepto con él.

Me muestra su osito de peluche.

Trato de dormir, pero mil imágenes pasan por mi mente, como una película porno pretenciosa. Ojos grises y penes. Muchos penes. Oigo música, una melodía muy triste en piano. Suena como Bach. Me incorporo para comprobar que no es mi imaginación. Me levanto de la cama, salgo de mi celda y veo a Christian tocando el piano del vestíbulo, completamente desnudo. De hecho, no está usando las manos para tocar.

—Es bellísimo. ¿Bach? —pregunto, interrumpiéndolo.

—No. Elton John. ¿No deberías estar en la cama?

—No puedo dormir si no está conmigo, Sr. Grey. La melodía es hermosa, pero algo triste.

—Cama —ordena.

—¿Desde qué edad toca? Toca usted maravi-

—¡Cama!

Vuelvo resignada a mi cama manchada de sangre, evidencia muda de que Christian Grey estuvo dentro de mí.

O sea, no él, pero sí su pene.

En mi vagina.

Cuando por fin me estoy quedando dormida, escucho que la puerta se abre violentamente.

—¿Recuerdas cuando dije que si fueras mía no te podrías sentar en una semana?

Tiene un tubo de vaselina en la mano.

Un momento... ¿Qué está...? Ohhhh.... ¡Ayyyy, reputas! ¡No sabía que también se podía follar por... ahí!

Adiós, esfínteres.

La luz llena la habitación a la mañana siguiente. Me asombro al ver que Christian Grey duerme plácidamente a mi lado. Dios, ¿cómo alguien puede verse tan bien durmiendo? Yo parezco un zombie. Su hermoso rostro parece más joven y relajado en el sueño. Sus esculpidos labios carnosos están separados un poco, dejando entrever sus blancos dientes, y su cabello brillante y claro es un desastre glorioso. Podría quedarme como boba observándolo toda la mañana, pero tengo cosas que atender en privado. Efectos secundarios de la porculación de anoche.

Estoy en el trono del rey del mundo, contemplando los azulejos. ¡Ayy, creo que tengo hemorroides!

De repente oigo la voz de Christian en un altavoz en el baño, oculto tras un querubín de bronce. Momento: ¿Un altavoz?

—¡Anastasia! No recuerdo haberte dado permiso para saciar tus necesidades fisiológicas. ¡Vuelve a la cama ahora o yo mismo iré a buscarte!

—Pero...

—¡Se acabó! ¡Dime en cuál de mis 300 baños con plomería de oro y muebles de mármol te encuentras en este momento!

—Un s-segundo...

Tomo el rollo de papel higiénico, pero en ese preciso instante llega él, derribando la puerta a golpes. ¡Por Dios, qué sexy se ve con esa mirada de odio!

Sin darme tiempo siquiera de limpiarme, me toma en sus enormes brazos tipo Arnold Schwarzecomoseescriba y me lleva por el pasillo, no precisamente de vuelta a la cama.

—Me desobedeciste. Por ello, serás castigada brutalmente.

—Me duele el trasero, Sr. Grey. ¿No podríamos posponer los azotes y jugar X-Box o algo así? ¡Me dejaré perder si usted lo desea!

—¡Calla, mujer!

Abre una puerta con llave y me deja caer adentro. Oh... por... Dios...

—Bienvenida al Cuarto Rojo del Dolor.

Mierda.


50 sombras de Grey: La versión de InciclopediaWhere stories live. Discover now