Pelear o morir.

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Cuarenta y siente: Pelear o morir.





Pasaron los días, y con ellos, vinieron más torturas. 

Más métodos doloroso e infinitos para despertar aquellos recuerdos que tenía bloqueados.

Más días atada, suplicando que pararan, jurando que no sabía nada. Sintiéndome miserable. 

Oí que se corrían rumores sobre mi sufrimiento, la gente que trabaja para ese hombre nunca estaba presente cuando me torturaban, pero siempre murmuraban al respecto. Hablaban entre ellos sobre la maldad inhumana que llevaba su jefe. Hablaban sobre las torturas que yo recibía y especulaban sobre ellas, a veces, hasta agregaban cosas que no habían sucedido, como que me habían arrancado unos cuantos dedos o que me mataban de hambre. Ojalá fuera así, a esta altura ya no estaría viva. 

Algunos de ellos me miraba con cierta pena cuando me transportaban a aquella sucia y pequeña habitación, pero yo no quería su pena. 

Un día, mientras me arrastraban nuevamente a aquella celda, me dije a mi misma que no me iba a rendir, no tan fácil, no cuando aún tenía tantas ganas de vivir. 

Me propuse salir de aquí, sea como sea: Así que comencé a prestarle más atención al lugar, de mi celda a esa extraña sala vacía (en la cual me torturaban) había exactamente una puerta más por la que entraban y salían esos hombres enormes que no hacían nada para ayudarme. Todos los días a la misma hora me traían la comida. El desayuno a las 07hs, que constaba de un trozo de pan duro y lo que parecía ser leche tibia, el almuerzo a las 12hs, que era un plato de arroz muy cocido con un trozo de carne rancia (la cual nunca comí, no porque era vegetariana, si no porque si llegaba a comerla seguro me daría diarrea o algo así), y la cena a las 21hs, que era el mismo plato de arroz muy cocido solo que está vez acompañado de una batata. Se turnaban para traerme la comida, por la mañana la traía un hombre grotesco, que disfrutaba viéndome comer y se justificaba diciendo que tenía que mantenerme “vigilada”, el almuerzo lo traía un flacucho que solo me dejaba la comida y se marchaba, no siquiera me miraba, y en la noche la traía un chico, nunca ví su cara debido a que llevaba un pañuelo cubriendo gran parte de ella, pero parecía tenerme pena. Siempre me entregaba la comida con sumo cuidado y para no hacerme sentir incómoda miraba para otro lado mientras comía o fingía estar mirándose las uñas. A veces, cuando no podía ni moverme, se ofrecía a darme de comer. Nunca acepte, pero el de todos modos se acercaba, se sentaba a mi lado y me ayudaba a comer, no era brusco, esperaba a que yo abriera la boca e introducía la comida. Los otros hombres tenían que hacerlo a veces, pero ellos me tomaban del rostro con fuerza y me forzaban a comer. 

Sabía que él era mi escape de este lugar, sentía pena por mi y eso iba a ayudarme a escapar. 

Ya tenía un plan, solo hacia falta llevarlo a cabo. 

En aquella vieja habitación\ prisión había un viejo reloj sobre la pared (por eso siempre sabía los horarios de comida), era viejo pero cumplía su función, estuve apunto de romperlo varias veces pero me contuve, era lo único que me mantenía un poco cuerda aquí. El reloj marcaba exactamente las 20.40 hs, sabía que a las nueve en punto estaría el otro chico aquí. 

Me dolía todo el cuerpo, apenas y podía mantenerme en pie y los ojos casi que se me cerraban, pero era ahora o nunca.

Mire con disimulo al hombre parado frente a la puerta, era asquerosamente alto, también usaba uno de esos pañuelos para cubrir su cara, pero sabía que a él le daba igual si le veía la cara o no, no era una amenaza para él, y eso es precisamente lo que necesitaba. 

___ Oye. - Hablé con el tono más tranquilo que pude tener. 

El hombre frente a mi me miró de reojo para luego volver la vista al frente, se veía como una persona prepotente y creída, pero eso era bueno también. Me ayudaría. 

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