Paseo a orillas del mar

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Laura

Hoy la tristeza no me eligió como compañera de baile o más bien yo la rechacé.

Aunque costó hacerlo, ya que es una compañera insistente, hoy fue la primera vez en meses en que pude levantarme sin sentir cómo mi corazón se oprimía mientras el silencio retumbaba en mis tímpanos recordándome como todas las mañanas que lastimosamente seguía viva y la vida continuaba sin importar en lo más mínimo cómo me sintiera.

No.

Hoy fue diferente porque me levanté con los acordes de Here comes the sun de los Beatles taladrando en mi cabeza como solía ser antes de todo, donde por lo general me levantaba pensando en una canción y todo mi día se construía a través de esa melodía y no a través del silencio y la soledad que llevaban tejiendo todos los suéteres que había utilizado como única prenda en este invierno perpetuo.

Es por esto que una sonrisa no tardó en revolotear sobre mis labios al sentir cómo las sábanas no pesaban tanto como alguna vez creí y que esta mañana me permitieron levantarme sin problemas mientras tarareaba la letra de aquella canción.

Evidentemente esto no le gustó en lo más mínimo a la tristeza, quien se sintió traicionada al no elegirla y no tardó en observarme desde un rincón de mi habitación con los brazos cruzados y el ceño fruncido esperando el momento exacto en que mis pensamientos me traicionarían instalando cortinas blancas para apreciar mejor los recuerdos guardados en aquel proyector que nunca descansaba sino que más bien lanzaba los videos de mis memorias una y otra vez como si fuese un caleidoscopio descompuesto en la misma estación de mi vida.

Pero increíblemente aquello no sucedió.

El sonido siguió su flujo natural alimentando mi buen humor de hoy mientras por primera vez en mucho tiempo me levanté con los ánimos suficientes como para hacer mi cama y ordenar un poco mi habitación, la cual se encontraba llena de ese polvo nostálgico que me obligaba una y otra vez a recorrer descalza en medio del recuerdo de esa playa fracturada donde alguna vez había creído que Nuria y yo podríamos vivir y aunque aquello fue un golpe directo a mi conciencia, nuevamente volví a rechazar a la tristeza porque la verdad estaba cansada de bailar la misma canción una y otra vez.

Por lo que a pesar de que un par de lágrimas se presentaron en mi rostro, éstas solo acompañaron mi decisión de sujetarme con todas mis fuerzas de los acordes del solo en guitarra que tenía Heres comes the sun antes que del dolor que traían siempre los recuerdos de la actriz.

Un suspiro se apoderó de mi cuarto pero este no logró quebrantar mi paso firme sino que tan solo se quedó suspendido en el aire al igual que la tristeza provocando que fuera consciente de que era la primera vez en que los combatía de la misma manera en que ellos lo hacían, dando justo en su talón de Aquiles el cual era que no fuesen amantes exclusivos sino que más bien en aquella mañana de invierno la pena y el dolor estaban acompañados por mis ganas de devolver el sonido a todo mi ser como también de la esperanza de que si así lo quería, podía reproducir estos días tantas veces como fuesen necesarios para poder reconstruirme.

Hoy quien dirigía los pasos de baile era yo y aquello roció de paz mis ciudades destruidas en donde mi buen humor me permitió conectar mi móvil al reproductor de música y dejar que el sonido pintase de ánimo cada rincón de mi habitación.

Las cuales estaban tan acostumbradas a los tonos grises de mi dolor que en un primer momento se resintieron al no soportar que todo no estuviese en silencio.

No obstante, después de que Queen llenase todos los espacios posibles de mi corazón con Killer Queen, las siguientes canciones fueron más fáciles de digerir donde incluso llegué a toparme con tu misterioso alguien de Miranda, la cual era una de las bandas favoritas de Nuria, sin sentir que me iba a morir por escuchar una canción que ella me había recomendado.

Amar en tonos grisesWhere stories live. Discover now