The scientist

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Carla

Los primeros acordes de aunque no sea conmigo de Enrique Bunbury fueron los causantes de que los cristales de la ventana de mi corazón se empañaran con la más densa capa de la soledad.

Esa neblina que cala hasta lo más profundo como si fuese una maldición silenciosa precedida por la culpa de ser quien decidió retirarse del juego del amor y con ello no solo romper un futuro que ya no sería más, sino que también asumir que aunque duela, a veces hay que prender una hoguera con todos los versos a medio escribir de esa balada romántica donde tú ya no eres la protagonista porque las cenizas no crean cristales nuevos en corazones destruidos sino que tan solo opacan la vista de lo que alguna vez fue.

Pero si ahora tienes tan solo la mitad del gran amor que aún te tengo, puedes jurar que a quien te quiere lo bendigo, quiero que seas feliz aunque no sea conmigo —tarareé sintiendo cómo mi corazón se rompía por el golpe imprevisto que fue sentir aquellas letras sumisas de la tristeza contra mi piel.

Mis manos por su parte acompañaron a ese nudo que existía en mi garganta y se quedaron estáticas en medio del barro de la pieza que estaba construyendo como si por un segundo, hubiesen olvidado lo que era moverse o siquiera sentir el material entre los dedos.

Lo que desencadenó que un sollozo con bordes de tormenta hiciera acto de presencia en mi rostro ante ese dolor que no importaba cuánto tiempo pasara, qué hiciera o siquiera con quién estuviese, siempre estaba presente porque a pesar de mis errores, una gran parte de mi corazón y de mi alma se habían ido con la morena.

Y ahora solo me encontraba frente a una habitación vacía de paredes rotas donde no deja de resonar una y otra vez el eco de todas esas palabras que jamás volvería a utilizar.

Una habitación que yo misma había clausurado para poder seguir con mi vida, pero que no importaba cuántos candados pusiera en sus puertas, éstas siempre encontraban la forma de abrirse de par en par y recordarme el costo de mis errores y las deudas a pagar.

—Y no es por eso que haya dejado de quererte un solo día —canté completamente desbordada por esa sensación agonizante que es permitir que tus emociones se descarrilen a rienda suelta y no aprisionarlas en un cuarto oscuro donde finges que tienes el control cuando claramente sucedía todo lo contrario, ya que ellas eran las que tenían el control sobre mí y por eso no era capaz de sanar ninguna herida.

«Solo déjate sentir, todo va a pasar, es solo una ola más en medio del mar de tus pensamientos», me repetí una y otra vez ante el trabajo para la casa que me había dado Natalia durante la semana donde cada vez que sintiera que una emoción estaba siendo una ola dispuesta a ahogarme y desequilibrarme por completo, antes de ignorarla o reclamarle su presencia, más bien le diese el espacio que tanto necesitaba para expresarse y tan solo la dejase ser porque las emociones eran como olas y al igual que éstas, se disolvían después de chocar contra su lugar de impacto.

Por lo que desde ese día simplemente me había permitido llorar cada vez que mi corazón lo pidiese como también estaba aprendiendo a tomarme un par de minutos para contener la respiración hasta que volviese a sentir el viento en mi cara y cómo la ola había pasado, sin necesidad de fingir que estaba bien o auto castigarme a través de la escultura la cual a pesar de ser mi lugar favorito en el mundo, con el paso del tiempo lo había convertido en mi propia cárcel donde me fustigaba a través de la inspiración en vez de aprovecharla a mi favor.

«Tranquila se irá de la misma forma que vino», resolví mientras cerraba mis ojos y de a poco sentía como la ola del día se difuminaba acompañada de los últimos acordes de la canción y una especie de paz momentánea me cubrió hasta los huesos pero aún así no fui capaz de volver al taburete y seguir esculpiendo.

Amar en tonos grisesWhere stories live. Discover now