Almendro en flor

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Carla

—¡Venga ya Carla, regálame una sonrisita! —exclamó Diana antes de apretar el botón de su cámara a lo que rodé los ojos porque ella tenía la manía de nunca soltar el aparato y sacarme fotos cada cinco segundos como si no saliera fatal en más de la mitad de ellas.

—Salgo fatal —sentencié avergonzada antes de tapar el lente y que la rubia frunciera el ceño por mi reacción.

—¡Qué dices! —refutó—, si mi cámara te adora —determinó antes de reír por mi cara de pocos amigos que llevaba encima porque estaba lo suficientemente nerviosa como para siquiera responderle algo más allá de un par de muecas.

No me atreví a responder aquel comentario y tan solo me dirigí al baño para terminar de retocarme el maquillaje ya que hoy era la noche que había esperado desde hace tanto en donde quien me iba a dar el premio por el concurso no era otro que el mismo señor Rodríguez de toda la vida, debido a que él no solo era uno de los socios de la fundación sino que también trabajaba como catedrático en la facultad de artes en Boston, lugar donde llevaba trabajando desde hace un poco más de cinco años.

Por lo que esta noche era incluso más importante de lo que creía hace dos meses atrás, así que me encontraba bastante nerviosa.

Cosa que Diana no entendía pero aún así pude ver cómo finalmente dejó su cámara en la mesa del comedor para luego en entrar al baño del piso que estábamos compartiendo durante este fin de semana, y ponerse detrás mío para reposar su rostro sobre mi hombro mientras sus manos se abrazaban a mi cintura.

—Estás preciosa, lo sabes, ¿no? —susurró antes de besar mi mejilla a lo que asentí tímidamente porque lo mío no era este tipo de eventos donde todo giraba en mí, sino que más bien lo eran las exposiciones y las clases donde podía descargar mi timidez en lo que era realmente buena, lo cual era mi trabajo—, si no te conociera y te encontrase en medio de toda la multitud no dudaría en hacerte mía esta noche tras los cubículos del baño —comentó entre risas a lo que solo rodé los ojos tratando de impregnarme de esa seguridad con la que la rubia vivía a diario—, no va a pasar nada, hoy solo es tu gran noche y nadie te la puede arrebatar.

—Lo sé, solo no me gusta ser el centro de atención —determiné sin más a lo que la fotógrafa chasqueó la lengua antes de alejarse un poco para luego girar mi cuerpo con el fin de que quedase frente a ella y que con esa mirada que podía dejar sin respiración a cualquiera no tardase en recorrer cada centímetro de mi ser hasta que arrugó la nariz y pellizcó mi mejilla.

—Pues yo con diez años menos y ese cuerpo adoraría tener toda la atención del mundo —opinó provocando que me sonrojara y no supiese qué decirle ya que a pesar de que tenía ese tipo de comentarios de su parte todos los días, aún no sabía cómo reaccionar a ellos—, eras, eres y estás preciosa —afirmó antes de tomar mi mano para que girara y le diese un mejor panorama de mi vestido blanco—, el blanco es tu color junto a ese lápiz de labio que ¿quién te regaló? —preguntó.

—Tú —resolví un poco menos nerviosa.

—Qué buen gusto tengo a veces, ¿no crees? —apuntó antes de guiñarme el ojo y dejar que su mano se asentara en mi mejilla y la acariciara con esa ternura que la rubia regalaba solo a las personas más cercanas a ella—, venga, ¿qué pasa?, ¿por qué tan nerviosa? —preguntó atenta a lo que solo resoplé porque realmente no había una razón en específico solo eran mis nervios explotándome en la cara ya que a pesar de que llevaba más de una década en este mundo, aún no me acostumbraba a este tipo de reuniones.

—No lo sé, solo aún no me acostumbro a todo esto —mencioné sin más—, no sé.. aún no me creo que sea así de importante y sobre todo es raro darme cuenta de lo lejos que he llegado —afirmé tímidamente mientras la mujer de ojos verdes escuchaba atenta cada una de mis palabras—, solo es eso —sentencié ladeando la cabeza algo insegura—, es que a veces aún me veo como alguien que no merece estar aquí, como si hubiese ocupado el espacio de alguien más que se lo merecía más que yo —susurré dejando que salieran a la luz esas inseguridades de las que nunca había hablado con nadie porque no merecía la pena hablarlas, ya que no tenía sentido que me sintiese de esa forma cuando estaba en la mejor etapa de mi carrera.

Amar en tonos grisesWhere stories live. Discover now