Ritmo de otoño

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Carla

Uno de los recuerdos al que más he regresado en mis noches taciturnas es el de la primera vez que vi el mar.

Tenía nueve años cuando un día de octubre mi padre nos llevó a mi hermana y a mí a conocer la casa en la playa donde había vivido durante gran parte de su infancia.

Y es que hasta ese momento, la vida de mi padre antes de nosotras siempre había sido un misterio sin resolver. Un rompecabezas al que le faltaban muchas piezas por encajar ya que en éste solo se encontraban un par de nombres de personas que eran parte de nuestra familia, a pesar de que nunca habíamos tenido una relación directa con ellos como lo era mi abuela, a quien conocíamos por fotos y por la llamada puntual que realizaba todos los años para nuestros cumpleaños en donde siempre nos prometía que el próximo año haría todo lo posible para visitarnos pero nunca lo hacía.

O el único hermano de mi padre a quien podré haber visto unas tres veces en mi vida antes de que mi abuela falleciera y finalmente no volviésemos a verlo nunca más después del funeral y una charla extraña sobre cómo había crecido tanto mientras él lanzaba recuerdos que esperaba que yo recordase, pero la verdad es que ni siquiera reconocía su cara más allá de alguna foto con la que me había tocado por casualidad.

Porque de cierta forma la familia de mi padre era un enigma que bajo el pacto silencioso de papá respecto a su pasado, se encargaba de que la imagen de todas estas personas se disolvieran con el correr de los años convirtiéndolas en fantasmas de esa colección personal de memorias, de la que rara vez hablaba.

Es por esto que en algún momento de mi infancia, el encontrar piezas perdidas de ese rompecabezas sin armar que era la vida de papá se convirtió en mi obsesión favorita a tal punto que junto a Dani nos empeñamos en recuperar todos esos recuerdos y volver a darles vida a través de nuestra imaginación, permitiendo que una simple nebulosa de curiosidad se convirtiese en nuestro juego favorito de toda la vida.

Una búsqueda del tesoro donde siempre estábamos atentas a que por equivocación o tal vez para ser parte de nuestro juego inventado, papá lanzara al aire alguna pista nueva de ese tablero tormentoso que era su pasado.

Aquello no era muy recurrente pero en el momento en que mi padre tiraba algún nombre que jamás habíamos escuchado, con mi hermana solíamos quedarnos por horas repitiéndolo una y otra vez hasta que nuestra imaginación se encargaba de construir una imagen al respecto, dándole pinceladas de realidad al inventarle su propia historia y el por qué papá no solía hablar de él.

Sin embargo, los mejores momentos de aquella búsqueda implacable eran cuando entre los labios de mi padre no se expulsaba un nombre ni un lugar o una fecha sin sentido, sino que más bien se daba su tiempo para sacar del baúl de su memoria alguna fotografía de su pasado y la desempolvaba frente a nosotras antes de dormir.

Momento en el que junto a Dani escuchábamos atentamente cada uno de los detalles al respecto mientras nuestros ojos curiosos se posaban en los gestos de papá en un intento de que aquel análisis ayudase a encajar en algún lugar aquella pieza desbloqueada.

Por lo general eran historias sin relevancia alguna como lo era alguna anécdota de cuando él iba en el cole o las salidas que tenía con sus amigos de toda la vida, no obstante, también habían algunos que eran más profundos como lo eran los que tenían que ver con su infancia en aquella mítica casa donde el océano tocaba el cielo sin problemas.

Lugar que a pesar de estar ubicado en una tierra desconocida como lo era la del ayer, cada vez que volvía y se presentaba frente a nosotras rompiendo cualquier distancia física y emocional, atacaba a mi padre con la fuerza de un sismo inesperado donde siempre cerraba los ojos como si deseara sostenerse de aquel recuerdo para luego posar una sonrisa tranquila pintada de un azul tan profundo y transparente que nos daba a entender que a pesar de que a pesar de que él llevaba años incluso décadas sin ir a aquel lugar, una parte del océano seguía en su corazón el cual creaba una sinfonía a través de los recuerdos tímidos de mi padre, las conchitas que resonaban a lo lejos y las olas tratando de abarcar cada rincón de nuestra mente.

Amar en tonos grisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora