Dánae

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Nuria

—¿No crees que tomar una michelada un domingo a las nueve de la mañana es un poquito temprano? —preguntó Raúl entre risas mientras yo terminaba de servirme en un vaso una de las cervezas que estaban en su nevera—, no soy médico pero ¿esa no es una bandera roja del alcoholismo? —tiró a lo que rodé los ojos con una cara de pocos amigos porque hoy eran de esas mañanas en que mi paciencia estaba en números negativos y lo único que necesitaba era sentir un poco de alcohol atando a mi parte más centrada y serena para que fuese la protagonista de esta mañana.

—Si fuese alcohólica no te estaría haciendo una —apunté con un intento de sonrisa en mi rostro, la cual para cualquiera que no me conociera tan profundamente como lo hacía Raúl, hubiese sido más que aceptable, pero para él fue un intento nefasto de tranquilidad así que no tardó en resoplar y extender sus manos con una orden tácita de que fuese a abrazarlo porque sabía cuánto necesitaba de sus caricias esta mañana.

Y aunque por unos segundos dudé en acercarme finalmente lo hice en busca del olor a Paco Rabanne que siempre estaba en sus camisas y ese cariño que desde que éramos niños había sido el eje principal de nuestra amistad en donde ambos habíamos moldeados nuestras heridas para que calzaran a la perfección en los brazos del otro.

Mis manos se deslizaron con dulzura bajo las suyas extendiendo mis palmas en toda la enormidad de su ser, llenándome de ese calor tibio que el arquitecto irradiaba para el selecto séquito que ocupaba su corazón mientras mi tristeza deambulaba solitaria por esos territorios amables como si fuesen ese viejo conocido que ya tenía llaves de tu casa, por lo que llegaba a tu vida sin siquiera preguntar.

Es por esto que Raúl no dudó en abrazarme con más fuerza al notar cómo todo mi cuerpo tembló ante lo vulnerable que me sentía cada vez que esas batallas silenciosas aparecían en mi mirada.

Ninguno de los dos ejerció palabra alguna pero tampoco las necesitamos porque sin siquiera decirle la razón de mi estado de ánimo de hoy, él sabía que la única respuesta correcta era que mi padre no había contestado ni una sola de mis llamadas por su cumpleaños y aunque Raúl estaba en contra de que lo siguiese buscando porque no merecía ni una sola de mis palabras, ni mucho menos mis lágrimas, su cariño fue esa ola comprensiva que ayudó a refrescar las zonas áridas que había dejado la única persona que me quedaba de mi familia.

—Tranquila yo sí estoy aquí y siempre voy a estar —me susurró suavemente mientras mis manos intranquilas se agarraban a su camisa y me aferraba con fuerza a su cuerpo para no sentir que me desplomaba ante la lluvia desesperada que abordó mi mirada—, igual sabes que es él quien se lo pierde, ¿no? —musitó alcanzando mi rostro con una sonrisa y que sus dedos traspasaran las fronteras de mi tristeza dispersando las mareas creadas por mis lágrimas en mis mejillas—, a cualquier persona le encantaría que fueras su hija, Nuri —afirmó antes de chasquear la lengua—, aunque destruir tu hígado no va a ayudar con la herida —mencionó mientras sus pulgares acariciaban cada punto cardinal de mi rostro—, aunque si quieres te acompaño a llorar junto a una buena michelada, pero solo una, no te permito ni una más —concretó a lo que ambos reímos, ya que Raúl siempre sabía qué decir para hacerme sentir mejor—, aún recuerdo todas las veces que me dijiste que ibas a dejar la bebida —señaló apuntándome con su dedo acusatorio—, al parecer tu memoria es frágil.

—Creo que me estás confundiendo con alguien más porque aquí quien se desmayó dos veces en esa peda en Mérida fuiste tú, querido amigo —solté ante uno de los recuerdos más borrosos que tenía con el arquitecto en donde hace cinco años atrás, él fue a pasar las fiestas con su familia y con un par de amigos en común decidimos recorrer gran parte del estado de Yucatán de donde era la familia materna de Raúl y con ello también sanar el corazón roto de todos ya que en ese tiempo el único que llevaba una relación medianamente estable era el castaño, pero aún así él fue el primero en caer ante la tentación milenaria de los tequilazos que se multiplicaron por mil en aquella salida.

Amar en tonos grisesWhere stories live. Discover now