Las Amapolas

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Laura

Aquella mañana el amanecer me pareció insignificante si lo comparaba con el jardín de amapolas recién florecidas que existían entre la espalda desnuda de Nuria y su semblante ligero que gobernaba sin ataduras mi pecho.

Apenas estaba aclarando en su habitación pero por unos segundos a mí me pareció que toda la luz del mundo se acumuló en las facciones de aquella morena quien tenía el pelo alborotado, los labios entreabiertos y su mano sosteniendo la mía como si no deseara que ni un solo centímetro de nuestros cuerpos supiese lo que eran los límites porque en las últimas horas habíamos creado una nueva ley de la gravedad en donde nuestras pieles necesitaban estar lo más cerca posible para romper el tiempo y que este se detuviese bendiciendo nuestra unión.

Por lo que me quedé por un par de minutos admirando cómo la luz jugaba a las escondidas en su piel, explorando matices y colores inesperados en donde una sonrisa en mi rostro acompañó aquel espectáculo lumínico que me dejó tan desconcertada que fue inevitable pensar que nada el mundo podía superar aquella escena en donde mi primera visión de la mañana fuese levantarme al lado de la actriz.

«Es que no puedo creer que seas real», pensé antes de apartar un par de mechones de su cara y ver cómo el sol se desperezaba en su mirada bañando su rostro de un dorado tan potente que estaba más que segura que el cielo de cierta forma envidiaba la obra maestra que se pintaba en el rostro de la menor.

Pasé distraídamente mis dedos sobre su espalda desnuda como si estuviese alunizando en un nuevo planeta por descubrir, el cual estaba rodeado de pecas y lunares que deseaba memorizar lo más rápido posible, por lo que se me hizo imposible dejarle aquel trabajo solo a mis manos y un par de besos indómitos marcaron aquel terreno mientras mi retina trataba de grabar a punta de fuego cada rincón de su piel, incluso los que nunca habían sido tocados por los rayos del sol.

Sin embargo, mi parte más valiente no estuvo preparada para el ronroneo que quebró por completo el eje de cordura a mis acciones porque aquel ruido provocó que mi sonrisa se expandiera por toda la habitación y que mis labios alcanzaran la frente de Nuria con el deseo de que todos mis amaneceres fueran como éstos.

Así de perfectos sin necesidad de nada más que nuestras almas desnudas compartiendo la misma cama, el mismo deseo y sobre todo el mismo latido de nuestros corazones.

Reí eufórica ante aquella idea en donde aún no era capaz de creer que al fin había sido capaz de dar ese paso sin sentirme incómoda ni mucho menos sucia sino que solo había sentido cómo mis manos calzaban a la perfección con cada punto cardinal de Nuria mientras que todos mis deseos acumulados habían tomado la batuta de mis ideas y me habían permitido ser libre en una noche donde no solo la pasión tocó nuestra puerta sino que también lo hizo el amor, la ternura, la protección y sobre todas las cosas la admiración mutua.

En donde con cada paso que dábamos, ambas nos tomábamos un par de bostezos lunares para observar atentamente a la otra y lanzar un suspiro milenario ya que nos encontrábamos en la misma sintonía, sumergidas en la sorpresa de que ayer no solo habíamos confirmado nuestros sentimientos sino que además nos tomamos el atrevimiento de formar toda una constelación llena de colores inefables a nuestro alrededor.

Y es que ayer no solo había sido una lucha de quien desnudaba primero a la otra mientras miles de emociones aceleraban nuestros corazones entre gemidos descompensados y palabras de amor sin rimas, sino que también nos ayudó a leer a la otra como si por un segundo fuésemos ciegas y necesitáramos traducir todas esas palabras en braille que nuestros cuerpos pintaban en la otra.

Un suspiro pintado con todas esas sensaciones extrañas que se habían acumulado durante la noche rebotó entre mis labios mientras mi mirada no dejaba de vigilar el sueño de la morena en donde Nuria proyectaba la fragilidad hecha persona como si de un segundo a otro hubiese dejado atrás la armadura de guerrera con la que se me presentaba a diario y se tirara a las aguas turbulentas entre mis brazos con el acto de fe de que yo la protegería de un eventual naufragio, por lo que se me hizo imposible no prometerle en silencio que todo iba a estar bien, que desde hoy ya no estaba sola frente al mundo sino que me tenía a mí para cuidar de los jardines que ella creaba con cada paso que daba.

Amar en tonos grisesOnde histórias criam vida. Descubra agora