Desnudos en azul

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Laura

A pesar de que el calor de junio ya estaba pegando por todos los rincones de la ciudad, en mi cuarto se vivía todo lo contrario.

Ya que parecía como si el verano hubiese olvidado por completo la existencia de mi habitación, en donde llevaba semanas sumergida entre las sombras que me ofrecía la frialdad de enero con la que convivía mi cuarto, como si simplemente estuviese estancada con mañanas en donde no deseaba dejar las mantas mientras mi corazón buscaba desesperado en todos los escondrijos posibles el recuerdo latente de Nuria.

En un principio aquella búsqueda implacable había llegado ante la soledad perpetua que había dejado la actriz al otro lado de mi cama en donde las primeras semanas solía buscar su mano en medio de la noche como un acto inconsciente que siempre terminaba con un par de lágrimas de por medio al darme cuenta de que ella no estaba ni iba a estar por un tiempo.

Por lo que en esos momentos tan difíciles trataba de no juzgarme por lo dolorosa que estaba siendo la partida de la castaña sino que más bien me alentaba con una paciencia que muchas veces me parecía irracional, a solo dejarlo ir con la promesa de que la próxima vez que ocurriese sería menos doloroso ese espacio que ya no solo existía entre mis sábanas sino que también se encontraba entre nuestros mensajes y nuestra rutina diaria, donde cada vez era más reducido el tiempo en el que podíamos estar juntas y compartir aunque fuese unos minutos al día por llamada.

Sin embargo, la fe de que en algún momento la distancia iba a mejorar se había vuelto en mi mantra personal de cada noche, donde me mentía de que todo iba a estar bien porque si dos personas se amaban, nada más importaba.

Pero mientras más días se arrancaban del calendario, mayor era ese vacío diario que condenaba a mi alma a deambular entre recuerdos tan nítidos que dolían como lo era aún sentir el olor de su perfume en mis camisas o tropezarme con sus risas sonoras cuando iba a nuestro restaurante favorito o la más dolorosa de todas que era simplemente extrañar su sombra por todos los rincones de casa porque aunque nos llamáramos a diario, esto no estaba siendo suficiente.

Ya que las llamadas se habían convertido en una especie de parche frente a heridas que ni siquiera sabía que existían hasta que comenzaron a sangrar en mi pecho.

—¿Cómo va todo en París? —pregunté a la actriz mientras la tenía en altavoz y mi mirada se concentraba en releer nerviosa una y otra vez el mensaje que le estaba enviando a Zaria, la cantante que Nuria me había mostrado sobre una posible reunión en la discográfica para hablar un poco del proyecto que teníamos entre manos.

—Todo bien, amor, cada vez domino mejor el bonjour y el comment ça va —bromeó sacándome una risita inesperada por aquel comentario—, justo hoy he salido a caminar y no he parado de escuchar tu canción, sigue pareciéndome igual de preciosa, en especial porque aunque no lo creas, me acompaña a todas partes para así no extrañarte tanto —concretó a lo que suspiré con una sonrisa rota entre mis labios porque aquella melodía era la demostración diaria de cuánto extrañaba a la castaña—, me encantaría que estuvieras aquí, lo pasaríamos muy bien.

—Sí, a mi también pero ambas tenemos trabajos que mantener. Es parte de ser adultas.

—Pues sí, no te mentiré diciendo que no me ha gustado ser parte de esta nueva aventura porque la verdad estoy fascinada, es algo que siempre quise hacer, pero de todas formas me haces falta —se sinceró dejándome sin palabras porque eran estos días en donde ambas teníamos las emociones a flor de piel los que más dolían, ya que no podíamos hacer nada para cambiar la distancia, solo adaptarnos a ella hasta que los giros estuviesen a nuestro favor.

—Y yo a ti —fue lo único que pude decir antes de cerrar mi ordenador y dejarlo a un lado para recostarme mejor en la cama y no sentir el peso opresivo en mi pecho porque en otra realidad, estaría leyendo este mensaje emocionada con una Nuria acariciando mi cabello mientras no dejaba de gritar a los cuatro vientos lo orgullosa que estaba de mí, pero hoy ni siquiera tenía ánimos de replicar aquella escena a la distancia, por lo que solo suspiré desganada—, ¿te llegó la invitación de boda de Raúl y Carmen? —pregunté cambiando abruptamente el tema permanente en nuestras conversaciones.

Amar en tonos grisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora