El alma de la rosa

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Maratón 2 de 3

Carla

El piso de Diana olía a rosas.

Pero no de esas que están recién florecidas y danzan por todo el jardín en busca de los tenues rayos del sol que nacen del amanecer, sino que más bien olía a rosas siendo regadas por la lluvia mientras la tierra se llenaba de ese olor tan característico de nuevos comienzos.

Por lo que fue inevitable que no sonriera al colgar mi abrigo en su perchero y mi vista girara en cada uno de los detalles que revolvían aquel lugar.

El cual a pesar de que estaba decorado al estilo más moderno con paredes blancas y negras que combinaban a la perfección con la elegancia que brotaba en la piel de la rubia, éste también tenía el detalle de tener un ventanal grande al final del pasillo que permitía que la luz se colara en todos los rincones del piso lo cual me parecía la definición perfecta de la fotógrafa ya que sin quererlo o quizás sí lo había planificado para que fuese así, al entrar más allá de la entrada era inevitable sentirte parte de una de sus fotografías en donde ese lente invisible tenía la luminosidad suficiente como para capturar esa imagen perfecta donde se mostraba las sombras y contraluces de todos.

Era simplemente fascinante.

—Recuérdame que cuando haga la compra tengo que comprar nuevos vinos —mencionó la mayor entre risas mientras alzaba la copa que tenía en una de sus manos junto a la botella que recién había sacado de la cava que tenía debajo de su nevera—, hoy pienso gastarme toda mi reserva personal para celebrar esto —anunció divertida con esa emoción que florecía en su rostro con el único fin de alterar los sentidos de cualquiera.

Por lo que fue inevitable que no sonriera ante su efusividad por celebrar el hecho de que al fin había logrado firmar el contrato de arriendo en un piso que a pesar de que me quedaba a media hora de la facultad, éste tenía el plus de que la luz que le daba por las mañanas era todo lo que necesitaba en mi vida, sin contar que los atardeceres desde ese punto de la ciudad se habían convertido en mi cosa favorita después de que un día lo fuese a visitar sin tener la menor idea de que me encontraría con las pinceladas que el cielo ejercía hacia las nubes para pintarlas de rosas y naranjas mientras el Sol descendía de a poco dándole su puesto a la Luna.

Esa fuese la señal que no sabía que necesitaba para aprobar el lugar que tenía todo lo que necesitaba en este momento de mi vida.

Luces y la tranquilidad de poder comenzar de nuevo, en donde a pesar de que el invierno aún azotaba todos mis puntos cardinales, con el pasar de los meses había aprendido a crear pequeñas fogatas que me arroparan frente a la crudeza del clima como también había logrado rescatar un puñado de tulipanes del jardín destruido donde alguna vez había plantado todas mis ilusiones.

Y aunque no sabía nada sobre jardinería, el tiempo me había cedido de a poco las herramientas necesarias para sembrarlas y esperar que esta vez crecieran en la vasta pradera de mi corazón porque la gran diferencia que había con todas mis versiones anteriores es que después de tantos cuchillos que se habían clavado en mi ser ya sabía reconocerlos y no confundía una flor con un arma sino todo lo contrario, había empezado a tirar los cimientos destruidos para plantar esas flores que al fin era capaz de admirar con la certeza de saber cuán valiosas eran.

—Sabes que no es necesario todo esto —solté tímidamente a lo que la fotógrafa solo rodó los ojos ignorando por completo mi comentario para luego señalarme el balcón en una orden tácita de que siguiera sus pasos y así sentarnos en la mesita blanca de jardín que tenía en aquel lugar mientras disfrutábamos de una vista privilegiada del parque que quedaba a tan solo unos pasos de aquí.

Amar en tonos grisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora