Capítulo 21.

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El día siguiente pasó tranquilo, a última hora de la tarde decidimos ir al parque con nuestros pequeños. Nuestros gemelillos crecían, pero aún así se veían pequeños y, nuestro gran Marley, crecía, pero de una forma descomunal. Ya tiraba mucho de la correa y casi me parecía que podía conmigo.

-¿Qué tal si metes tú a los chichos terremotos en el coche?. Yo prepararé algún bocadillo por si pica el hambre. -le dije embelesada.

-Sí, querida. Yo los meteré. No me tardes, ¿sí?. -asentí sintiéndome pequeña y preparé los bocadillos.

La convivencia había hecho que nos conociéramos al desnudo, tenía sus cosas buenas: dormir juntos, no separarse, conocerse mejor...; y sus cosas malas: cada cual descubría las mañas del otro, uno se dejaba ropa tirada allí, la otra se despertaba tarde...

En fin.

Todo lo que conlleva.

Aun así no lo cambiaba por nada.

Nos gustaba casi lo mismo y a raíz del centro de desintoxicación en el que él había estado y en el centro de menores que yo ingresé, habíamos tenido mucho en común por que, aunque parecieran sitios distintos, realmente dentro de ellos trataban igual: había supervisores y compañeras de convivencia, las normas eran casi idénticas y las terapias casi iguales.

Siempre me acordaré: "Allí no te ayudan a quitarte de la droga, allí te enseñan a buscarte a ti mismo y a valorarte por lo que eres.", me decía él una y otra vez.

Acabé de preparar el picoteo y lo metí todo en una pequeña bolsa. Me la puse en el hombro y me cercioré de dejarlo todo apagado y de que no se me olvidaba nada. Bajé por el ascensor mientras me miraba al espejo: parecía que iba al gym en vez de al parque con los perros. Pero no me sentaba tan mal el chándal. Llegué al coche y cuando nos pusimos en marcha no tardé en llamar la atención a nuestra pequeña gran bestia.

-Marley, ¡vale ya!¡me estás babeando el pelo! -me quejé mirándolo haciéndole puchero. Como si me entendiese.

-La verdad es que se está poniendo hecho un bicharraco, un bicharraco baboso. -adjuntó Salvi.

-Claro, como tú -dije divertida -ya decía yo que no le encontraba parecido a ti. Dicen que los perros se parecen a su dueño. -bromeé.

Pero para entonces éste soltó una mano del volante y, sin despegar la vista de la carretera, me sorprendió haciéndome cosquillas en mi costado izquierdo. Reí a carcajada suelta y, al parecer le gustó, ya que sonrió con ternura. A lo que le planté un casto beso en su mejilla haciendo sonrojar.

Al instante estacionó y llegamos al parque de perros. No es que estuvieran permitido por norma general, pero era el único parque en que la gente llevaba sus perros a pasear, debido a la ausencia de toboganes y columpios y a las grandes dimensiones de césped arbolado.

Era un lugar tranquilo. Decidimos sentarnos sobre una pequeña manta en el césped y soltamos a los torbellinos. Éstos se pusieron a correr como locos y a jugar entre ellos.

-Veo que te gustan los niños. -me dijo sacándome de mi momento off.

-S-sí. -titubeé -De veras que me encantan, sobre todo de bebés, son todo un encanto.

-¿Verdad que sí?. Parecen pequeños angelitos, almas puras que sólo ríen sin importar qué pase. -me sorprendí ante semejante respuesta.

-Sí, pero también lloran. -sopesé entre risas.

-Y mucho. -prosiguió -¿Sabes? -preguntó a lo que pregunté "¿qué?" En un susurro -Quiero decirte algo...

-Yo también quiero comentarte algo -le corté recordando que quería preguntarle lo de concebir un pequeño.

-No, espera, déjame primero. -dijo impaciente. Frotó sus manos y me di cuenta que empezaba a sudarles, se estaba empezando a poner nervioso. -Yo... ya rozo casi los treinta, y... siempre quise tener hijos... sólo que no encontré la persona adecuada. -me desilusioné, creyendo que yo tampoco lo era. Por que para mí él sí que lo era. -Pero... desde que te conocí he descubierto un laberinto de éxtasis de emociones, y me he dado cuenta que poco a poco, detalle tras detalle, beso tras beso, me has enseñado a amar, y a hacerte feliz. Eres lo que me ha guiado, he confiado en ti ciegamente, y me he dejado llevar por el corazón. -se quedó mudo mirándome fijamente a los ojos, y yo comencé a ponerme nerviosa. Mi pulso se aceleró, estaba impaciente por que prosiguiera. Pero no lo hizo así que lo incentivé.

-¿Y...? -cuestioné. No quería presionarlo, pero parecía que me iba a salir el corazón por la boca.

-Eres tú. -susurró mirando el césped.

-¿Qué?, perdona, no te he oído. -dije sintiendome tonta.

-Que eres tú. -abrí los ojos como platos, me lo iba a comer allí en medio. -Eres tú con quien quiero despertar cada día, con quien quiero pasear, reír, comer e incluso discutir y tirarnos los trastos a la cabeza... quiero que seas tú la que me ame cada día y quiero que seas tú la madre de mis hijos. -no aguanté que prosiguiera. Chillé emocionada y me tiré en sus brazos besándolo sin parar por toda su cara, cuello y boca. No dejaba de reír.

Quería que fuera madre de sus hijos.

Y yo también quería que él fuera el padre de los míos.

Destino, te adoro.

-¿Eso es un sí? -dijo sin poder dejar de reír debido a mis besos.

-¡Sííí! -grité a horcajadas sobre él.

-Eres mi diosa, pequeña. Te amo. -me besó intensamente.

-Yo también te amo oshito mimoso -respondí haciendo hincapié en el mote cariñoso.

-Marley, Bayron, Bruno -gritó para que volviesen. -venid aquí.

Los pequeños obedecieron a lo que nos montamos en el coche de nuevo para volver a casa. Por el camino, bajó el volumen de la música y rompió el pequeño silencio.

-¿Y qué querías decirme, gordi? -me enternecí ante el cariñoso mote.

-Lo mismo que tú.

-¿Enserio?. No te creo... -dijo divertido.

-Sí, de veras. Ayer en la matanza vi como estábamos rodeados de niños y cómo disfrutábamos con ellos. Y me entraron unas ganas inexplicables de ser madre, y de que tú fueras el padre.

-¿Sí?

-Sí lari, estuve toda la noche dándole vueltas, y no hay nadie más que tú que quiera que sea el padre de mis hijos. -expliqué.

-Ya mi amor, pero... tú eres muy joven aún. Yo no quiero presionarte. -dijo lastimoso.

-¿Qué crees que dirá tu familia? -cuestioné de repente.

-Se emocionarán mucho, seguro. -contestó.

-Te amo, eres mi vida cariño.

-Yo también te amo, ricura. Pero esta vida tuya necesita un baño. ¿Qué me dices?¿Lleno la bañera, le pongo espuma, enciendo unas velas y pongo música de fondo?.

-Sí, me apunto. -dije emocionada.

Hoy empezaríamos a buscar a nuestro pequeño o pequeña.

Grité por dentro emocionada.

Aquí va otro pequeño cap, querid@s lector@s.

Quiero volver a dedicarle este importante cap a mi querida @Lunaz03.

Eres toda una ricura y no sabes cuanto ánimo me da ver tus votos y comentarios.

Gracias

Flores coloridas.

S.Ross

Valió la penaWhere stories live. Discover now