Capítulo 2

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Entonces lo vi. Era alto, esbelto, muy bien formado para mi gusto. Vestía unos jeans a juego con sus ojos y una camiseta gris con un muñeco gracioso haciendo un mohín. Su cabello era moreno, con algunos mechones teñidos por el sol. Sus ojos.. Mmm.. ¡qué ojos!. Eran de un tono verdoso con tonos avellanados que recordaban a los robles. Mirándolos me sumía en un bosque del que no me sentía capaz de salir, me resultaba familiar, pero estaba casi segura de que no lo había visto hasta la fecha. Hasta que me sacaron a la fuerza de mis pensamientos...

- ¡Hola Sara!. Que bien que hayas llegado. Estaba desesperada. Éste es Salvi, mi cuñado. Creo que ya os conocéis, os presenté en El liebre.

Salvi.. Oh.. precioso nombre. Por un momento imaginé a Salvi Junior. ¡pero, ¿ qué estaba diciendo?!. Me estaba volviendo loca con tanto pajolerío. Espera.. ¿nos conociamos? ¡Oh, oh!, ya lo recuerdo.

#FLASHBACK#

Estaba sentada junto Andrea, en el bar del pueblo de su pareja. Nos encontrábamos bebiendo una Coca-Cola en la barra y vi como Andrea le hacía una broma a alguien que yo no conocía.

- Andrea estás loca. - dijo el sujeto partiéndose de risa.

Ella le premió con una sonrisa bobalicona y me miró. Yo estaba en medio de los dos, así que la incomodidad era evidente. Pero agradecía estar ahí sentada. Estaba contemplando la belleza de los Dioses. ¿De dónde había salido?. Iba vestido como recién salido de trabajar. Llevaba una camiseta corta celeste y un pantalón gris. Tenía una aspereza en las manos inconfundible, del cemento. Si no me equivoco, trabaja en la obra.

- Sara este es Salvi, es mi cuñado. Vive con sus padres aquí en el pueblo. - Me quedé pegrificada. ¿Qué debía decir?.

-Encantado, Sara. Nunca te vi por aquí. ¿Eres de aquí?. - Nótese mi lentitud. Este chico me dejaba sin habla.

- Mmm, encantada. Si, no soy de aquí exactamente, pero vivo muy cerca. - Y así era, ese pequeño barrio se llamaba El Sexmo, que pertenecía a un pueblo de Málaga, y bueno, yo vivía en otro barrio llamado Sierra Llana (Cual como es de esperar no tenía nada de llana, ya que estaba en lo alto de una montaña.) , que también pertenecía a ese pueblo.

- Oye pensábamos en ir a cenar a su casa. Sus padres no están. Estaremos los cuatro.- Asentí sonrojada como un pastelito de cerezas, y nos fuimos. Tras pagar la cuenta claro. Haber si por que esto sea un libro las Coca- colas son gratis.

Andrea y yo nos dispusimos a hacer la cena y los chicos prepararon la mesa. Cenamos y nos reímos juntos, la verdad que no estaba en mala compañía. Hasta que sus padres aparecieron y me puse roja como un tomate. Callada y tímida me presenté y Salvi salió de casa con una sonrisa triunfante abriéndome paso a su coche.

#FIN FLASHBACK#

Ya decía yo que me sonaba de algo. Claro que si. Me limité a responder algo tímida.

- Sí, lo recuerdo. Gracias por venir, me has salvado de lo que haya en la calle a estas horas. - espeté dirigiéndome a Andrea.

- No hay de que, Antonio no tenía en regla los papeles así que llamé a Salvi. Espero que no te importe. - Osea, que a pesar de todo lo que he visto, ¿hay más?, también es responsable. Me estaba temiendo lo peor. No veía fallos. No tenía errores. Eso me consumía.

- No mujer, ¿cómo iba a importarme?. Gracias Salvi, es todo un detalle por tu parte.- Se notaba mi peloteo a kilómetros. Así que intenté disimular respondiendo con una sonrisa.

- No tienes por qué. Lo he hecho por que he querido, pequeña. - Me estaba derritiendo por segundos. Necesitaba llegar al coche de pie, no a rastras.

Llegué al coche y me senté detrás. Él se ofreció a guardar mis maletas y no me negué. Me quedé mirando a través de la ventana las pompas de luz que salían de los pueblos que atravesábamos, hasta que llegamos a su barrio. Me di cuenta que estacionó el coche y me abrió la puerta con una delicadeza simple, a juego con su sonrisa. Respondí su sonrisa con otra y bajé del coche.

No supe dónde estaba hasta que vi el cartel del local; El liebre. Me quedé sorprendida viendo cómo me abrió la puerta dándome paso a entrar. Era un local al estilo campestre. Había liebres pintadas en las paredes recalcando la libertad en el campo de las mismas. Había mesas artesanales y sillas que las complementaban.

Se sentaron en una de las mesas bajas, cual pensé que quedaría muy bien en mi casa. Quité esos pensamientos de 007 de mi cabeza y volví la mirada hacia la camarera. Era una mujer mayor, su edad daba a entender sua rasgos. Tenía una tez morena, con el pelo negro y corto recogido en un moño desaliñado.

- ¿Te gusta el showarma?- me preguntó Salvi sin tan siquiera mirar la carta.

- Sí.- Respondí dándole vueltas al menú pensando qué quería decir con showarma, ya que en la carta no servían.

- Pepa, pónganos una rosca showarma y tres coca-cola, por favor. - Este chico me sorprendía, encima de responsable, educado. Tenía que ser gay, o estar casado. Seguro.

Asentí y me fijé en sus manos discretamente. No lleva alianza. Tiene que ser gay. Acabamos de comer y compartimos algunas risas y alguna que otra mirada. No esperé que me agarrara de la cintura a la hora de salir.

Me puse nerviosa y se me cayó el móvil, aún esperaba la llamada de Iván. No le di importancia y Salvi me llevó a casa. Se despidió de mi y no se fue hasta que desaparecí en la oscuridad de mi jardín. Llegué y saludé a mi madre con una sonrisa en la cara que me delataba.

- Hola mamá.- Dije cortante. Vale que estuviera feliz a saber por qué, pero era ella y merecía poco de mi. Mi madre... bueno, no era madre, sólo se limitaba a vivir conmigo. Le encantaba irrumpir en mi espacio vital, ella parecía complaciente de mi felicidad para después usar sus reparos contra mi.

Recuerdo que de pequeña siempre pensé que mi madre lo daba todo por mi. Nunca tuve a mi familia cerca ya que ella era la oveja negra y bueno, yo me sentía como la hija de la oveja negra. Así que cada vez qie mi familia intentaba contactar conmigo mi madre decían que ellos no me querían, y que ella quería protegerme de ellos. Con el tiempo me di cuenta de que era al revés. Firmó mi sentencia cuando quiso ingresarme en un reformatorio de conducta, pero las asistentas sociales vieron mi situación y me metieron a los catorce años en un Centro de Protección al Menor. Lo odié desde un principio, pero fue lo que me hizo ser lo que soy. Una chica con dieciocho años, con estudios, trabajadora y ama de casa. Además me dió la familia que nunca tuve; mis hermanas, quince hermanas.

Con el tiempo que pasé ingresada, me fui enterando poco a poco de cómo era mi madre en realidad. Tal y como toda la familia describía; una puta adicta a joder la vida a quien no se pone a sus pies. A los dieciocho, volví a casa e intentó suicidarse en cuatro ocasiones en las que me echaba la culpa. Me quitó de salir, de comer y de tener tiempo para estudiar. Aguanté. Podría haberme ido a un piso de autonomía, con gastos pagados, pero a ella le salió el VPH, y decidí volver a casa para cuidarla.

- Hola, tengo hambre. - Eso es otra. Era minusválida en la calle, en casa se tiraba a todo lo que se meneaba pero no era capaz de calentar una pizza.

- Te haré una pizza en el horno. Tengo que descansar. - Dije molesta por su insinuación.

- Pero yo quiero una tortilla. - dijo autoritariamente.

- Pues mañana te haré una puñetera tortilla. Ahora voy a calentar la pizza, a fregar los platos y a poner una lavadora mientras me ducho y luego una secadora. Y luego me iré a dormir.- Espeté sin dar lugar a una palabra mas.

Hice mis quehaceres y me acosté. A pesar del sueño no podía dormir. Puse música en mi Ipod y me envenené de algunas baladas románticas. No podía dejar de pensar en él. Fue entonces cuando recibí un Whatsaap.

Bueno, aquí el siguiente en el mismo día. Espero que les guste. Me gustaría que comentasen si les va gustando la temática y tal. Saludos.

Valió la penaWhere stories live. Discover now