Capítulo 18.

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La noche se hizo corta, aunque el sueño se hizo más corto aún. Sentía sus labios posarse en el límite de mi frente cada dos por tres. Juraría que no fue capaz de dormir.

Abrí los ojos al escuchar el maldito despertador. El día que nos esperaba iba a ser agotador, pero de seguro que merecía la pena.

Lo miré a sus ojos, profundos y extasiados aun con la falta de sueño se veían preciosos, en general lo veía feliz y eso me encantaba. Le di un ligero beso, pero intenso, y preparé unas tostadas en forma de corazón, con Philadelphia y algo de mermelada de fresa. Toda una delicia. Acompañada de un par de cafés bien cargados con mucha espuma, una pequeña rosa y una bandeja blanca, con algunos pétalos de la noche anterior, cuales aun quedaban esparcidos por el suelo y la colcha de la cama.

Se sorprendió al ver la bandeja pero se limitó a darme las gracias de corazón y un beso de película. Me encantaba verlo feliz. Éste sabía que algo le esperaba, pero sabía que no iba a decirle nada así que ni preguntó.

Cuando acabamos de prepararlo todo cogimos el coche para dirigirnos a nuestro destino: Ronda. Estaba casi a las afueras de Málaga, pero era un paisaje que dejaba sin palabras. Era un pueblo con mucho contenido histórico, con una gastronomía impresionante, y con paisajes que te dejaban sin habla. Fue conquistada por los mozárabes hace miles de años, y quedaban muchísimas cosas de la época.

No le dije el nombre del lugar, pegamos tres horas de camino y yo sólo lo guiaba. Paramos a medio camino en un bar para tomar café. Realmente estábamos cansados, pero a ninguno de los dos se nos acababa el cariño, ni esa sonrisa boba que teníamos.

Casi todo el camino la pasamos cantando al unísono, e inclusive haciendo algún que otro dueto. Paramos casi llegando, debido a que casi todo el camino era entre montañas y vimos un par de águilas. Éstas aves rapaces estaban en peligro de extinción, y era muy complicado verlas. Eran hermosas, volaban en círculos buscando seguir con su cadena alimentaria, pero siempre unidas.

-Nosotros somos como esas águilas -comentó sacándome de mis pensamientos -siempre vamos juntos, buscando el rumbo de nuestras vidas, pero sin separarnos nunca. -sus palabras me hicieron estremecerme debido a la ternura de sus palabras -.

-¿Siempre volarás junto a mí? -cuestioné, a lo que él asintió firme -¿nunca te cansarás de volar? -.

-No creo que me canse de volar, pero si algún día lo hiciera sería por que esté mayor y mis alas no respondan. En cambio, volar es algo de lo que uno se puede cansar, pero amar no. Amar es algo eterno y placentero, nunca te cansas. -retumbaron sus palabras en mi oído. Sabía que era lo más bonito que había oído, y que se refería a nosotros. Lo adoraba.

Todo pasó tranquilo. Disfrutamos de los paisajes que nos daba Ronda, la pequeña Ronda de Málaga. Era increíble.

Allí conocía a una vieja amiga, Aire, se llamaba, era una compañera del centro de menores, pero cada una cumplimos la mayoría de edad y volvimos a nuestras raíces. La cosa es que estuvimos la primera tarde con ella, poniéndonos al día mientras nos hacía de guía y compartíamos helado. Me sorprendió que, en el parque más grande de la pequeña ciudad, había un árbol plantado en honor a mi amiga, así es. Había un árbol ya grandete y justo en sus pies había una placa con su nombre y fecha de nacimiento. ¿Por qué?, sencillamente por que el típico alcalde con sus elecciones, decidió hacer placas con árboles a los niños que nacieran en ese año, raro ¿verdad?. Pero increíble.

La tarde noche la pasamos en el hotel, allí no se podía fumar por ley, pero por tal de no perder clientes había una terraza en la que dejaban salir a fumar. La habitación era pequeña, pero muy acogedora, decidimos no contratar comida ya que queríamos ir a los mejores restaurantes de la zona.

Pasamos una tarde-noche romántica y casi a media noche hicimos una locura: fuimos a contemplar las maravillas de Ronda. Vimos el Tajo de Ronda, tal cual se dice, tal cual es. Es un barranco enorme, que igual tiene subida que bajada. Justo abajo del todo había luces que dejaban ver las rocas y el riachuelo que seguía todo el Tajo. Era increíble, y muy bello. Acabamos viendo los baños árabes, no pudimos entrar debido a la hora, pero a cierta distancia se contemplaban las luces de colores que dejaban ver su enorme estructura, toda bordada de pequeñas palmeras. Vimos también una muralla gigantesca, y no cualquier muralla, sino la muralla que protegía Ronda en otras épocas de las tropas contrarias.

Era impresionante ver como cada monumento se mantenía tan bien, con vida, como si una historia estuviera escrita en cada pared.

Hicimos la mitad de la ruta y volvimos para dormir. Al día siguiente fuimos a comer ciervo campestre, cosa que me encantó y dio la casualidad de que un amigo de Salvi era el dueño. Pura coincidencia, pero mejor. Por que éste nos invitó a comer de todo. Tras esto divagamos por las calles y encontramos el rincón de los enamorados. Había frases de amor escritas por poetas andaluces y, se decía que si escribías en un papel los dos nombres de una pareja, su amor sería puro y duraría para siempre, así que eso hicimos.

Luego fuimos al hotel y descansamos un poco, cuando me desperté él se encontraba mirándome con deseo, una y otra vez. A lo que yo le respondí igual, haciéndole el amor una y otra vez.

Esa noche volvimos a divalgar por la ciudad, acabámos de hacer el recorrido y nos sentábamos a saber dónde para hecharnos algunas fotos. Todo lo que hacíamos estaba fotografiado, nos besábamos bajo la luna y nos mirábamos sin decir nada. Reíamos por tonterías y empecé a darme cuenta que él estaba diafrutando aquí, ahora y conmigo. Lo quería mucho.

El último día él me hizo la sorpresa a mí: me llevó a ver los jardines y el castillo del Rey Moro. Y quedé impresionada. Por la mañana ya sacamos las cosas del hotel, y a última hora quedamos con Aire para comer en Mc'Donald. El camino de vuelta fue parecido a una mañana de resaca.

Estábamos agotados, el sueño nos podía aunque él se centraba en conducir con precaución para que yo pudiese descansar. No me quise quedar dormida, hasta que el sueño me venció y sentí su mano en mi cara, acaricíandome. Bajó a mi muslo y ahí se quedó. Me estremecí ante su gesto de protección, y cuando quise percatarme, ya no oía nada.

Valió la penaWhere stories live. Discover now