Capítulo 16.

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Por fin llegó el día que tanto esperé. Era su cumpleaños y yo llevaba semanas planeándolo dejándome la cabeza para que todo saliera a la perfección. Se lo comenté a mi suegra, cual me dijo que esa noche la pasarían fuera para dejarnos intimidad, y que me ayudaría con la cena que quería prepararle. Él estaría trabajando hasta las siete de la tarde o así, y era viernes, por suerte con el puesto que ahora tenía no tenía que asistir los fines de semana.

A mediodía me cercioré de la hora que era. Mis suegros salían a las cuatro y eran las tres. Fui a la cocina y comencé a hacer un bizcocho básico para hacer una pequeña tarta. Puse tomate a hervir y las albóndigas ya habían reposado. Mientras subía el bizcocho me dispuse a preparar el detalle manual. Agarré todo tipo de papeles de colores, periódicos y revistas viejas, lo corté todo en pedacitos muy pequeños y lo metí en una caja de zapatos forrada con papel de regalo simple. Además de esos pedazos, añadí caramelos y le hice una pequeña demostración de mis sentimientos por escrito. Cogí la carta para añadirla también a la caja, junto a un pequeño marco entero de cristal, con una bonita foto nuestra en la que ponía nuestra fecha, la del día que nos confesamos. Aquel querido día veintiocho de mayo.

Le pedí a mi suegra una colcha bonita, en el salón había un baúl en el que guardaba de toda clase de trapajos de todos los años: nuevos, viejos, colchas, cojines, toallas, cortinas... en conclusión: cabían más cosas que en el bolsillo de Doraemon.

Saqué el bizcocho a toda prisa del horno, ya que estaba en su punto, mis suegros se despidieron y yo, al momento cogí el teléfono para hacer una llamada.

En cuestión de minutos sonó el timbre, abrí la puerta y me encontré a una muchacha florista con mis flores encargadas. No temáis, no soy cursi. Pero ¿enserio creéis que iba a regalarle flores? Por Dios...

Llegué a la habitación, cual ya tenía el ambiente caldeado de velas, pequeñas flores en algún que otro ramillete y, la caja sorpresa justo en medio. Cogí las rosas rojas que me sobraron -como unas ocho rosas- y las rompí.

Sí, créanme. Las rompí y esparcí los pétalos por la cama, haciendo un enorme corazón de pétalos rojos de rosa y desechando el cáliz y el tallo de cada una de esas joyas. La caja quedaba en medio y cambié las cortinas para que quedaran a juego con la colcha. Fregué el suelo y salí.

Ambiente.

Hecho.

Volví a la cocina y adorné el bizcocho soso, añadiéndole chocolate, nata montada y algunos bombones. Hice unas letras más bien, o más mal, debido a mi refinado pulso que no acompañaba, pero al fin y al cabo letras las que puse un "Felicidades, al amor de mi vida."

Dejé el pastel en la nevera y preparé la mesa en la terraza que daba a mi habitación. Quería hacer la versión oficial de La dama y el vagabundo, y eso hice. Coloqué una mesa redonda y un mantel de cuadros blancos y rojos, sobre otro mantel blanco cruzado. Añadí unas flores artificiales a un pequeño jarrón al que añadí agua para hacerlo más real. Puse los cubiertos de plata bañados en oro que me ofreció Tonia, unas copas con hiladas del mismo material en la mitad inferior y unos platos de porcelana, con el borde bordado en oro. Era el típico regalo de la abuela de la abuela de la abuela de su abuela que iba pasando de generación en generación, y me encantó que Tonia me la cediera para ésta ocasión.

Añadí unas servilletas y algunos pétalos que me sobraron de la cama los añadí en la mesa, esparcidos. Me dirigí a la cocina y se me acabó el chollo cuando ví el reloj.

¿Queeeeeeee?

¿Ya eran las cinco y media y faltaba la comida y arreglarme?

Me duché rápidamente y sequé mi pelo mientras las planchas se calentaban. Pasé mi cepillo y dejé que se aireara mientras me ponía crema. Pasé mis planchas con sumo cuidado de no quemarme y pinté mis ojos, coloreé mis pómulos y le di brillo a mis labios. Realmente lo había hecho rápido, pero no quedaba nada mal. Cogí el vestido que me regaló mi cuñada Rachel para la ocasión. Era un vestido largo pero ceñido y tenía una raja casi inperceptible desde el muslo hasta los pies. Era de encajes negros, con el fondo del través color rosa palo. Era precioso y elegante. Adjunté unos tacones altos, cómodos-por supuesto- y negros, unas perlas de pendientes y otras de más como collar.

Puse la pasta a cocer poniéndome antes un enorme delantal que evitara que me manchara y acabé haciendo aquellos spaguettis con tomate y albóndigas de esa preciada película. La tarta estaba lista, la mesa y la habitación también. Sólo faltaba hacer unas llamadas y buscar un pañuelo.

Hice la llamada tan esperada.

- Hola. Sí soy yo. -pausé - mañana a las doce y el domingo a las doce. Perfecto. -proseguí -Gracias, adiós.

Busqué un pañuelo de esos que me pongo en el cuello cuando refresca, a diferencia que éste era el más caro y estaba recién lavado. Era de seda y tenía unos pandas en un paisaje de ensueño. "Chinos", pensé. Pero no, era imposible, ya que era un hansau de Channel que de seguro no habían creado los chinos.

Me dirigí al baño para dar mis últimos retoques, a lo que pensé que se ducharía antes de comer y escribí en el espejo de manera invisible un te amo, cual con el vapor del agua se haría relucir.

Heché ambientador. Dios, los minutos no pasaban, quedaban dos malditos minutos y no pasaban. ¿Qué le pasaba al reloj? ¿habría caducado?. Entonces escuché su coche adentrarse en la calle.

Sí.

Sin duda.

Era él.

Corrí cómodamente hacia la entrada con el pañuelo en mano y le abrí la puerta ligeramente sin mostrarle tan siquiera mi cara.

- Shhh, date la vuelta y no mires. -ordené con seguridad.

- Está bien, pero me estoy meando sabes... podías ser más rápida con eso. -dijo mientras lo ataba. Lo ayudé a llegar al baño con los ojos tapados y le traje ropa de cambio. Éste asintió extrañado y le cerré la puerta bloqueándola con una silla.

-Avísame cuando acabes, ¿quieres corazón? -cuestioné divertida tras la puerta.

- Sí, mamá. Te quiero. -casi susurró, pero no tan bajo como tal vez quería, ya que lo oí.

Me fumé un cigarrillo y fui a su llamada.

-¿Te pusiste el pañuelo? -pregunté con una sonrisa boba.

-Sí. -dijo secamente, tal vez extrañado.

-¿Estás listo? -cuestioné, pero no hubo respuesta -espero que estés descansado. -proseguí.

-¿Y eso por qué? -inquirió nervioso.

- Quiero hacerte pasar tu mejor cumpleaños, ¿me dejarás?. -me atreví a preguntar.

- Claro que sí pequeña. Confío en ti. -dijo con un aire nostálgico - Quiero verte ya, ¿sí?.

Valió la penaWhere stories live. Discover now