Capítulo 34.

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Todo se hacía ver con el paso del tiempo. Cada día que despertaba junto a la cuna de mi hijo me entumecía los ojos una y otra vez, con miedo.

Llegó la noche antes del pago y, tras gritos, reproches y búsqueda de soluciones imperfectas en casa de mis suegros, al fín una amiga de la familia consiguió prestarnos el dinero.

Resultó que le iba a ser imposible ir al día siguiente, ya que no podíamos permitírnoslo por que realmente el bienestar económico no nos acompañaba, así que decidió ir por su cuenta en ese mismo momento.

Se fue, y los nervios me recomían por dentro, no dejaba de mirar el reloj. Vi a mi hijo, postrado en las rodillas de mi suegra quien le daba motivos para reír. Yo no podía dejar de pensar en cuánto habían cambiado las cosas desde aquel primer día en El Liebre. ¿Iba a ser así siempre mi vida?¿es que nunca podría ser feliz de una manera estable?.

No pude aguantar el mal trago que subía por mi esófago, me hervía la garganta y fui al baño de la mamera más disimulada que pude. Esmeré mi paso y avancé hasta el báter. Vomité tan sólo un poco, tal vez se me había vuelto a abrir la úlcera por los nervios que últimamente estaba pasando. Me levanté con las lágrimas saltadas, no supe si eran del esfuerzo o del estrés y la impotencia que llevaba pesándome más de un mes.

Valla verano.

Recordé que todos mis veranos eran de sol, playa, arena y amigas. Pero este no. No salimos en todo el verano por que casi no había para sobrevivir, mucho menos para salir. No estrené el bañador, y mi hijo aún no sabe lo que es el mar.

Valla.

Ahora que lo pensaba era amargante.

Me sequé las lágrimas y me miré en el espejo. Dirigí mi mirada hacia el reflejo que yacía sobre el cristal tintado y me hice tantas preguntas que acabé llorando. Lloré a lágrima tendida durante un par de minutos y, en algún momento me dije a mí misma que debía parar, que tenía que sobrevivir a todo lo que me pasara.

Por él.

Salí del baño y me lié un cigarrillo de liar, volqué mis ojos hacia la terraza y me dirigí allí para estar sola. Me lo encendí y todo volvió a resurgir sobre mi cabeza. Era imposible parar y ya tenía una presión casi insoportable.

Su familia estaba segura de que Salvi había recaído en la droga. Cuán de equivocados estaban, estaba amargado y preocupado por todo lo que estaba pasando y veía cómo cuando pedía algo de apoyo lo atacaban con esa escusa y con reproches.

Especulad, pensé.

El tiempo lo dirá todo, pensé.

Volví al sofa con mis suegros y mi hijo y cuando me quise percatar ya había pasado una hora. Temía por su seguridad y sentía que en cualquier momento acabaría yendo a buscarlo a pie.

Fui a la cocina y me llené un vaso con agua para hacer tiempo. En algún momento mi mirada se quedó clavada en la encimera de mármol negro, en algún punto que mis pupilas decidieron que era especial.

Me despertó de mi shock el sonido fuerte del coche. Había llegado y estaba aliviada. Por fin se acabaría todo.

Entró cavizbajo, y me temí lo peor. Me acerqué saludándole y le levanté la cara para ver qué pasaba. Estaba sano y salvo y había pagado, pero su cara no decía lo mismo.

Su madre se había levantado nerviosa tras oír que había llegado, su padre se veía ausente, pasando de todo lo que estaba ocurriendo. Bulgar, pensé.

-¿Ya está no? -cuestionó su madre nerviosa.

-No. -respondió entumecido.

-¿Cómo que no? -preguntamos las dos a la vez.

-Como que...

-¿Qué Salvi, qué? -dijo ella impaciente.

-Que...- volvió a bajar la cabeza. -Nena, -me llamó y lo miré- ¿recuerdas que el otro día le arreglé una tubería al amigo de Andrés? -cuestionó.

¿A qué mierda venía todo esto?¿a dónde quería llegar? Asentí con la cabeza dubitativa.

-Pues resulta que a ese que le hice el favor, es el socio de Rafael. -¿Queeeeeeeeeeee?¿que un tío al que le hizo un favor es el socio del prestamista?¿esto qué es?¿el circo?.

-¿Y qué pasa con eso?- dijo su madre.

-Resulta que he llegado a casa de Rafael, y estaba este otro allí. El otro me dijo que cómo le había ocultado que le debía el dinero también a él, y le dije que yo no sabía que eran socios. Ya le había pagado a Rafael pero parece que el otro se sintió ofendido y quiso que bajáramos a pelear. -mis labios se secaron y por un momento noté cómo mi sangre también. -Total..., que bajamos y claro, no me podía dejar zurrar así que le heché cara.

-¡¿Os peleásteis?! -grité enzarpada.

-No... resulta que cómo cuando yo estaba mal siempre andaba por allí, la gente que me conocía salió al ver el burullo y salieron en mi defensa.

-Eso está bien, ¿no? -cuestioné mirando al techo esperando un milagro.

-Bueno... le he plantado cara en el barrio que se supone que lo respeta, y para colmo la gente de allí se ha metido amenazándolo para que no me tocara un pelo. Para su raza es cómo si le faltara el respeto. Así que me ha dicho que le da igual el dinero, que la deuda es mayor y que me esperará hasta el día veinte de este mes, ése es el acuerdo.

-¿Más dinero? -cuestionó su madre abarrotada.

-No, mamá. Me ha dicho que me va a arruinar la vida. En general, que va a hacer lo que sea necesario para que mi vida acabe rota en pedazos. -tras ésto sus ojos se aguaron y no pude evitar hecharme en sus brazos para consolarle. Qué impotencia más grande tenía, yo no podía hacer nada. En estos momentos era una inútil.

-Pero hijo eso es un horror... ¿qué va a pasar entonces? Yo estoy arruinada ya, no tengo nada.

-No sé que va a pasar, mamá. No sé que va a pasar.

Valió la penaWhere stories live. Discover now