Capítulo 27.

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Me metieron en una habitación tal y cómo esperaba, absolutamente blanca. Las contraciones empezaron a las nueve de la mañana y ya eran las cinco de la tarde. Dentro de la habitación había maquinaria hasta para sacar oro cómo quien dice, y entonces sí noté que el cúmulo de adrenalina iba subiendo por mi cuerpo. Al parecer, no iba a estar con una matrona. Iba a estar con una matrona EN PRÁCTICAS y con tres enfermeras EN PRÁCTICAS. Ya todo me daba igual. Me hicieron preguntas de todas clases, con mi nerviosismo respondía a todas y cada una de ellas casi sin fallar. Me habían sacado sangre y, aunque al principio me quería hacer la dura sin ponerme epidural, en el momento tiré la casa por la ventana y la pedí a gritos, era incapaz de concentrarme y calmarme. Imposible. Más sabiendo que no trataba con profesionales. Peor aún.

Sólo pedía que no me hicieran cesárea.

Sentía que un parto lo aguantaba pero una cesárea era algo más complicado. El miedo me abrumó y tras siete pinchazos en los brazos intentando encontrar un hueco para la vía, acertaron en el antebrazo izquierdo. Me tomaron la tensión, me tuvieron en ayunas, me tocaron hasta los pensamientos... pero, al estar con mujeres me sentía muy cómoda. No me acostumbraría a ésto pero se podía sobrellevar.

Al cabo de una hora dieron luz verde a que pasara mi marido, de la alegría que me dió lloré, y no de dolor. Sino de anhelo. Quería que no se separara de mí ni un segundo. Estuvo ayudándome a aguantar el dolor y en cuestión de minutos las tres enfermeras con un hombre mayor y otro aparato más, volvieron a invadir la sala.

-Disculpe, tiene que salir. Vamos a inyectarle la epidural. -dijo una enfermera a mi marido.

-Pero... ¿no se puede quedar? -cuestioné preocupada.

-No, señorita, es un pinchazo muy delicado y si surge cualquier imprevisto no puede haber visitas en la sala, tendríamos que intervenir rápidamente. -informó.

-Está bien. -sopesé haciendo un puchero para mis adentros.

Me hicieron de sentarme, de abrazar una almohada y de morderla, mientras una enfermera me agarraba de los hombros por delante y otra los brazos por detrás. El anestesista, un hombre mayor que inspiraba confianza debido a la experiencia, me pidió que le avisara cuando acabara la próxima contracción. Lo avisé y pinchó mi columna con suma delicadeza. No sentí sus manos, ni dolor. Nada. Sólo sentí el frío del alcohol del algodón y luego un ligero escozor. Las enfermeras me tumbaron con mucho cuidado y, como por arte de magia, el dolor fue disminuyendo.

Salvi entró de seguido y mis ojos volvieron a brotar. Él dejó sus brazos caer en mi y se dio cuenta que, además de una vía, ahora tenía otra en mitad de la columna. Vió que estaba pálida y que mis ojeras eran pronunciantes. Vió mi debilidad y mis brazos ensangrentados ligeramente, debido a los pinchazos fallados anteriormente. Y la impotencia le pudo.

-Han venido mis padres, tu hermana y mi hermano mayor con el niño, que se tendrán que ir pronto por el pequeño. Están muy preocupados. -espetó suavemente. -¿Cómo te encuentras? -inquirió peinando mi flequillo con sus dedos.

-Mucho mejor. Parece que se ha ido el dolor, me quedaría dormida. -sinceré.

-Descansa, yo no me voy a ir de aquí. -dijo con ternura.

-Lo sé. -lo besé acercando su cara hacia mí. -Por eso no quiero quedarme dormida, ya descansaré mañana, o pasado. Tengo una vida entera para dormir. -suspiré. -Quiero vivir ésto despierta.

Hablamos durante largo rato, la matrona iba y venía hasta que ya estuve de diez centímetros dilatada. Me quedé en diez centímetros por una hora esperando. Hasta que llegó una mujer mayor, de unos cincuenta años y pelo rojizo. Inspiraba experiencia pero a la vez parecía una sargento.

-Buenas noches -saludó a las diez de la noche. -soy Genieve, seré tu matrona durante el parto ya que hemos cambiado de turno. -sonreí y se sentó en la camilla. Sabía lo que venía, me iba a explorar. Otra vez. -Pero bueno -dijo alterada -¿Cómo es que no has dado a luz ya? -cuestionó.

-Me han dicho que no pujara, que esperara cuando estaba de diez. -dije inocente.

-No, no. Ésto debió haber salido ya. -dijo indignada. -Venga, ve pujando poco a poco, pero ponte de lado por que aún tiene la cabeza un poco daleada. Yo vengo en un minuto y empezamos.

Yo asentí feliz. Por fin iba a ver a mi criatura. Salvi sonrió y me animó a pujar agarrándome la mano y el cuello por detrás. Y justo en cuestión de segundos llegó Genieve. Cogió una cuña y un pincho de hierro que me asustó. Me prometió que no sentiría dolor y confié. Intrujo el pincho en mi intimidad y sentí que me hacía pis. Al ver el color me di cuenta que me había roto la bolsa para mejorar el parto.

Me hizo pujar de lado y, al ver que el pequeño no movía la cabeza, abrió la camilla cómo si fuera robocop, y puso un lateral de potro. Me volvió a hacer pujar de una manera exagerada, Salvi me ayudaba cómo podía y yo pensaba que iba a morir en el intento. Me juré acabar, sana y salva. No tenía que ver el dolor cómo un problema, sino como un paso adelante.

Cuando Genieve vio que el pequeño se puso en posición, terminó de abrir el robocop y ya sí me puso en posición de parto. Y volví a pujar.

-¡Puja más fuerte, jovencita!, ¡más fuerte!. -gritaba la matrona. Me sentí inútil ya que lo hacía lo mejor que podía.

-Lo siento, pero lo hago mejor que puedo. -dije al borde del llanto.

-Hija es que no lo haces bien, aprietas con el estómago y tienes que apretar con los músculos vaginales y perineales. ¡Por eso no sale!, ¡venga, que tú puedes!. -animaba. Eso me dio fuerzas. No sé de dónde las saqué. -Ya casi está fuera la cabeza, venga que queda poco. Respira antes de seguir. -Salvi se asomó y su cara de sorpresa me abrumó.

-¿Qué pasa? -grité angustiada.

-Nada mujer, que te ha tenido que dar muchos ardores este pequeño. Viene con mucho pelo. -dijo ella entre risas. A lo que Salvi le siguió y yo no pude evitar unirme.

Seguí pujando tan fuerte como pude, pensé que me iban a estallar los sesos y los órganos, pero no. Escuché unos susurros entre Salvi y la matrona, pero no supe qué decían, quería ver a mi hijo lo antes posible y pujar era mi única preocupación.

De repente pujé y vi cómo un charco de sangre se abalanzaba sobre el suelo y salpicaba en la pared frontal. Me asusté.
Pero ese susto se desvaneció cuándo ví a la criatura sobre mi pecho. Mi instinto fue agarrarlo con los dos brazos, me daba igual la maldita vía. Era hermoso. Y lloré agarrando su manita intentando consolarlo. Éste daba cabezazos en mi pecho buscando leche, y cuando vi a Salvi me di cuenta de que ya nada volvería a ser igual.

-Te estábamos esperando. -dijo Salvi llorando a lágrima viva mientras nos acariciaba. -Por fin. -dijo aliviado. -Te quiero mi niña -susurró entre mis labios.

-Y yo amor mío. -contesté aun llorando.

Ya le va quedando poquito a la historia. Espero que la disfruten. Recuerdos amorosos.

S.Ross.

Valió la penaWhere stories live. Discover now