Capítulo 29.

13 2 0
                                    

Pasé dos días en el hospital, bueno, cierto que sólo fue la noche del dí a luz y una noche más. Fueron los mejores días de mi vida. Mi marido era un sol aunque, como era de esperar, el cansancio le podía. Yo ya me creía que era madre, y que ese pequeño entraría en nuestras vidas como una bomba. Cuando amamanté por primera vez, los miedos se disiparon y, cómo si de una película se tratase, comenzaron a esbozar imágenes cómo clips de vídeo en mi cabeza. Me explicaré mejor: parecía que tenía un libro de instrucciones de cómo ser mamá. Sentía que sabía hacerlo y, que el miedo sería un obstáculo para disfrutar de esa bella esencia que nos brindaba la naturaleza.

Ya no tenía dudas, sabía qué quería el pequeño, de qué manera y en qué momento. Sabía satisfacerlo fácilmente sin necesidad de leer libros de paternidad y paranoyas así. Tras dos días de cavilaciones, caí.

Instinto.

Era el insumado instinto que se apoderaba de cada cuerpo en ciertos momentos. Ahí, por primera vez, me sentí como la leona que protegía a sus cachorros en los documentales. Era inexplicable ya que, una cosa era verlo, y otra muy diferente era que te pasara. Era algo extraño, pero me hacía sentir bien. Ya que la inseguridad que tuve durante nueve meses, se disipó dando lugar al instinto maternal y al improvisamiento.

-Doctor, ¿puedo irme hoy a casa? -le pregunté al pediatra que acababa de revisar a Yerai. En el primer control le detectaron un pequeño soplo cardiovascular, es decir, una pequeña burbuja de aire en su corazón. Me lleé horrores, pero me dijeron que era normal y que desaparecía. Esa mañana le hicieron otra prueba más concreta y, para sorpresa del pediatra, ya no tenía la burbuja.

-¿Para qué quieres ir a casa, joven?. Aquí te lo tienen todo por delante. -insistió. Sabía que yo no había cumplido 48h, y que el pequeño tampoco, así que supuse que pasaríamos otra noche allí.

-Doctor es que aquí no puedo descansar bien y, realmente necesito llegar a casa y ponerme mis pantunflas. -me sinceré haciendo puchero ligeramente.

-El pequeño está genial y, tú aunque saliste débil por lo que veo en el informe, te estás recuperando a una velocidad impresionante. -confesó releyendo mi informe.

-¿Me puedo ir ya entonces? -pregunté esperanzada.

-Yo le puedo dar el alta al pequeño, y puedo aconsejarle a quien te revise que te de el alta por tu evolución. No puedo hacer más, chiquita. -dijo con una mueca simulando impotencia.

-Doctor, pero si estoy bien. -me levanté aguantando los dolores y manteniendo la compostura. -¿Lo ve? -comenté saltando sobre mis puntillas.

-Ya lo veo ya, pero el médico ha de darte el visto bueno. -dijo riendo, a lo que asentí y vi como Salvi reía de mis intentos por escapar.

Justo entonces entró una médica con un enfermero, sabía lo que venía y aguanté la revisión mirando a un punto perdido en la pared, sin mostrar emociones. Le cuestioné lo mismo a mi médica, y ésta asintió seria. Por fin.

***

De camino a casa estaba tan emocionada. Recordé que tenía que ponerme el cinturón y cuando noté mis puntos de tensarse, salté de mi sitio. ¿Recordáis que os dije durante el parto que escuchaba murmullos entre la matrona y Salvi y justo luego sacaron al bebé? Pues bien.

Me rajaron.

Con una tijera.

¡Me abrieron en canal!, y yo ni me enteré. Sólo sabía que tenía diez puntos externos y unos veinte internos, pero pensaba que me lo había hecho el niño con su cabezota. Me sentía tan rara sin ese bombo. Mi barriga era flácida, pero me sorprendí al ver que usaba una talla menos que cuando me quedé en cinta.

Un beso sonoro se depositó en mis manos que se hallaban entrelazadas en el cuello de mi amado mientras conducía y yo vigilaba al pequeño desde el asiento trasero.

-¿Qué quieres hacer amor mío? -cuestionó con dulcura.

-Comer. ¡Y no quiero cocinar!, que soy buena actriz, pero me duele hasta el alma. -exageré y él rió. -Enserio, puedo sentirlo. -Me excusé.

-Yo también estoy cansado, no hemos dormido nada. -exhaló. -Llevaremos al pequeño a que lo vea tu abuela e iremos a casa de mis padres a comer. Mi pobre madre seguro que tiene algo hecho. -dijo cansado. Podía notar que había adelgazado, sus pómulos se marcaban y sus ojos añoraban cojer la cama por días. Había sido mi punto de apoyo -aún lo seguía siendo- y, nos había tratado con una ternura inexplicable.

Era lo mejor que me había pasado.

Eran, ahora eran dos.

Y los amaba sin prejuicios, de manera tan intensa e inexplicable...

Y aquí empezaba nuestra real vida como padres.

Aquí están. Lo seeeeeeeeee. Me tardé un poco!, pero entiendan que solo puedo aprobechar cuando mi hijo me despierta de madrugada y no puedo conciliar el sueño. Aun así, siempre os recuerdo.

S.Ross

Valió la penaWhere stories live. Discover now