Capítulo 7

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Estaba dormida, era de madrugada, y algo me despertó. Mi madre estaba sentada en los pies de mi cama.

-¿Qué pasa mamá?- dije sorprendida por verla ahí, tan seria.

- No hay nada de comer. - dijo en un susurro.

- Mamá, aún hay cosas. Hay carne y pescado, hay leche, patatas... en fin, aún podemos defendernos casi un mes. - le dije suavemente para que no se preocupara.

- No, no hay.- dijo casi que no la escuché. Mi madre tenía ese problema, cuando empezaban a escasear los "lujos" culinarios se volvía majareta pensando que no había nada que comer.

- Mamá, sí que hay. Yo iré haciendo la comida, cuando vea que de verdad escasea, iré a comprar.

- No hay dinero. - Eso es otra, había trescientos euros para las dos. No pagábamos hipoteca por que la propiedad se pagó en metálico y sólo pagábamos luz y comida, aunque ella fumaba como una carretilla y casi la mitad del subsidio era para su tabaco. Empezaba a colmar mi paciencia pero no podía perder el control, o acabaríamos a voces.

- Si hace falta le pediré una compra a Susana. - Susana era mi hermana, se me olvidó decir que a los 18 años de mi vida apareció para decirme que si necesitaba comida solo tenía que pedirlo.

- Pídesela.- me ordenó.

La paciencia se me estaba agotando.

- Mamá son la una de la madrugada. Además, te he dicho que lo dejes en mis manos, que aún comemos casi un mes. Cuando falte la pediré si hace falta, pero no quiero pedirle habiendo aún.- dije tranquila intentando no llegar a más.

No pasó nada, se levantó y se fue. Me sorprendió lo cavizbaja que se encontraba pero no le di importancia, por que pensé que se le habían cruzado los cables y ya.

Volví a dormirme pero sobre las cinco de la mañana volví a despertarme por algún ruido de fondo. Mi madre ya estaría dormida y me asusté. La casa era vieja, estaba en el campo y había animales fuera de la parcela. Pensé que era un crujido de la pared, o el viento, y volví a conciliar el sueño.

Comencé a pensar en mi vida, en todo lo que pasé de pequeña: sufrí bulling en primaria, mi padre biológico abusó de mi, y pasé una vida solitaria con mi madre sin otra familia a la que buscar en malos momentos, cuando me drogaron e hicieron conmigo lo que le dieron la gana, el centro de menores, las chicas que conocí allí. Recordé como mis hermanos pensaban que acabaría fregando pisos sin estudios, y con algún presidiario, cómo rechazaron adoptarme cuando tuvieron opción, y cómo tenían la cara tan dura como para llamarme hermana y pasar siete años sin verme.

Escuché un golpe en seco, fuerte. Pensé que ya no sería un crujido y salí a beber agua. El corazón me latía a mil por hora y temía que alguien hubiese entrado a robar. Me dirigí a la cocina, con pasos silenciosos y con el miedo asomando por mi garganta.

Silencio.

No había nadie. Comprobé las puertas y las ventanas y entonces caí en la cuenta.

Mi madre.

Fui a su habitación y ni me molesté en tocar a la puerta. Rodeé su cama ya que estaba deshecha y no la vi sobre ella. Efectivamente no me equivoqué, su cuerpo yacía en el suelo, con o sin vida, al lado de tres cajas de pastillas, aparentemente vacías.

Comprobé su pulso y era débil. Me estremecí al pensar que tal vez ésta vez se había pasado y podría ser su final. Sin rodeos agarré el teléfono fijo y llamé a urgencias. Me asombré al escuchar: " Todas las ambulancias están ocupadas, señorita. Avisaré a la que se encuentre más cerca para que se pase por su madre cuando acaben.".

Colgué el teléfono maldiciendo la crisis, los recortes y nuestro queridísimo Zapatero, quién nos llevó a esto.

Volví a coger el teléfono agarrando con fuerzas a mi madre de la mano, y llamé a Mercedes. Èsta era amiga de mi madre y tal vez podría ayudarme, era mi única opción. O esperar la ambulancia.

-¿Mercedes?- dije intentando parecer tranquila.

- ¿Otra vez?. - supuso por mi frustración.

- Sí... yo...

- En cinco minutos estoy ahí. Prepáralo todo para el hospital. Y tú, tranquila, todo va a salir bien.

Tras decirme esas palabras que tanto ansiaba oír, pero que por bien o por mal no me daban muchas esperanzas, agarré todo lo que necesitaría mi madre allí. Ya era algo rutinario, no era la primera vez que lo hacía, pero dolía incluso más que la primera.

Adopté la compostura de madre, y la vestí con una bata por encima, no había tiempo y, a pesar de mi rencor, no le deseaba morir.

Llegamos al hospital tras quince minutos de trayecto y mi madre seguía inconsciente. Mercedes me dijo que tenía que irse y yo mantuve la tez rígida y le asentí levemente, dándole las gracias por traerla.

Avisé a urgencias y justo entonces se llevaron a mi madre en una camilla. Yo caminé a su lado mientras se disponían a hacer lo que le tuvieran que hacer. Odiaba los hospitales, el mismo olor, el color blanco de las paredes... sólo estar allí hacía peor mi malestar.

Mi madre despertó tras unos minutos, estaba amarrada a la camilla, y yo a su lado esperando que el médico la llamara.

- Todo esto es tu culpa. - dijo en un susurro casi mirándome de reojo.

Sentí una punzada de dolor. Una bomba en mi estómago, y unas ganas de meterle un tortazo en toda la boca. Después de aguantarla, soportar que me alejara de mi familia, de mis amigos, de todo, después de cuidarla todos y cada uno de mis días, desde mis once años sin parar, ¿y que se halla tomado treinta o cincuenta pastillas por su propia voluntad es culpa mía?.

Flores de colores.

A la mierda.

- Mamá, no montes un show, estamos en el pasillo junto a la sala de espera. Nos va a oír todo el mundo.- Intenté de guardar calma, asumir control, no subir la voz, y hablar con madurez, pero se me hizo más difícil al ver que continuaba.

- ¡Estoy aquí por tu culpa!¡Eres una niñata insolente y no quieres comerte tu orgullo y pedirle un plato de comida a tu hermana!.- gritó.

Mi corazón dio un vuelco exagerado y un heno de rabia se acumulaba dentro de mi ser. Quería patearla. ¿Es que no veía que no estaba sola? Todo el mundo sabía de su estado y aquí estaba yo, sola, con dieciocho años, cuidando de ella.

- Aprende a comerte tu orgullo y después habla del mío. Haber qué haces cuándo yo no esté. - Susurré en su oído y salí del hospital.

Me encendí un cigarrillo en la puerta y marqué el teléfono, necesitabaa alguien. Y dejé mis lágrimas caer.

Vaaaaale, veo que no tengo vuestro apoyo. Tal vez no os guste tanto, pero bueno, esta historia es... real, y pienso acabarla. Ya si veo que no gusta pues la borro y ya. Espero que alguien la disfrute.

Mua

Valió la penaWhere stories live. Discover now