Capítulo 75

60 17 6
                                    

Capítulo 75



24 de septiembre de 2015, San Rafael, los Pirineos



—Tienes que hacer algo para detenerlo... tienes que hacer algo para impedir que tome ese camino. Tienes que...

Estaba de pie, frente al espejo de mi habitación, contemplando mi propio reflejo. Era septiembre del 2015 y era poco más que una cría de veintitrés años. Aquel viernes tenía que ir a la universidad, como cada día. Después, al caer la tarde, iría a Santa Bárbara con Cristian, al cine y a cenar juntos. Decía que quería explicarme algo importante relacionado con la reserva... a saber. No lo recordaba.

Aquel era un día cualquiera, meses antes de su muerte. Lo había elegido porque era un plazo suficientemente amplio como para evitar el trágico desenlace de enero, pero también porque, a aquellas alturas, aún no habían despedido a Garrido.

Decidí que le haría cambiar de opinión... que le haría entender que, si seguía aquel camino, le detendrían y acabaría con las manos manchadas de sangre. Si no podía evitar la noche de los hechos, evitaría que llegase a darse.

Y si no lo entendía, se lo haría entender.

—¡Me voy a la universidad! —exclamé, cogiendo la mochila.



Acababa de desayunar con mis padres en la cocina y mi madre estaba metiendo los platos sucios en el lavavajillas. Mi padre había ido al baño a afeitarse. Aquella mañana entraba a trabajar pronto, en apenas media hora, y ya iba con la hora justa. Yo, en cambio, me había levantado antes de lo normal. Llegar a la universidad solía llevarme cerca de cuarenta y cinco minutos en coche. Una hora en autobús. Sin embargo, aquel día tenía demasiado que hacer como para invertir el tiempo en ello.

Me despedí de mi madre con un beso en la mejilla y bajé al aparcamiento, donde metí la mochila en el asiento de copiloto. Comprobé que el cuchillo que había guardado siguiese allí, oculto entre los libros. Seguidamente, cogí aire y salí.



Aquella mañana no fui a la universidad, sino a casa de Cristian. Él no estaba, había salido a hacer deporte, por lo que me quedé esperando en la entrada, con el coche aparcado frente a la vaya. Dentro estaba su hermana, preparándose para ir al instituto, pero no quería entrar.

Esperé pacientemente a que volviese, cansado y sudoroso tras casi una hora de carrera continua por los alrededores, y salí del coche para recibirlo. En ese preciso momento, Natalia salía y presenció nuestro encuentro.

—¿Qué haces tú aquí? —me preguntó Cristian con sorpresa—. ¿No deberías estar en la universidad?

—Sí, pero me apetecía verte —respondí. Le planté un cariñoso beso en los labios, más salado de lo que me hubiese gustado, y sonreí—. Esta noche no puedo quedar, por cierto. A lo del cine, me refiero.

—Ah, ¿no? ¿Y eso?

Natalia pasó por nuestro lado, mochila en mano, y se fue hacia el colegio no sin antes dedicarnos un "tortolitos". Viéndola tan jovencita me resultaba sorprendente pensar que, con el tiempo, se transformaría en la mujer que yo conocía. Seria, severa: insoportable.

—¡Hasta luego, eh! —exclamó Cristian a su hermana. Abrió la verja de casa y me pidió que entrase, para no quedarse frío—. ¿Y por qué dices eso? ¿Por qué no puedes?

El renacerWhere stories live. Discover now