Capítulo 64

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03 de abril de 2023, hospital de Sant Carles Redentor, los Pirineos



Desperté unas horas después, bajo la atenta vigilancia de una doctora de sonrisa triste y un enfermero que parecía llevar horas sin descansar. Habían estado preocupados por mí, al parecer, pero sabían que me iba a poner bien. No habían valorado ninguna otra opción. Para ello, habían estado toda la noche a mi lado, vigilándome. El golpe en la cabeza no había llegado a fracturarme el cráneo, pero había estado a punto. Por suerte, tenía la cabeza como una piedra, por lo que me había librado de lo peor. Por lo demás, además de golpes, contusiones y haber puesto el límite los pulmones, estaba relativamente bien.

El asesino tenía claro cómo quería matarme: quería que muriese ahogada, como Cristian, y para ello había medido su fuerza.

Ander, sin embargo, lo tenía más complicado. Habían logrado estabilizarle tras intervenirle de urgencia, pero tenía una fractura de cráneo muy grave. Tanto que no tenían muy claro que fuera a sobrevivir. Todo dependería de las siguientes horas, pero las previsiones jugaban en su contra. Era ya algo mayor y su corazón había dado varios sustos a lo largo de los últimos años, por lo que sería complicado que superase aquella crisis. A pesar de ello, no perdíamos la esperanza. Los forestales estaban hechos de otra pasta.

Mi padre tampoco nos lo puso fácil. Después de lograr llevarnos de regreso al pueblo y entrar en la comisaría a rastras con los dos, había caído desfallecido en el coche de policía, donde Javier había temido que tuviese que llevar tres cadáveres al hospital. Al llegar había vuelto en sí, pero únicamente hasta lograr que nos atendiesen a los dos. Después, seguramente por la tensión, había caído desfallecido en el suelo, al borde del infarto.

Había sido una auténtica suerte de que hubiésemos estado en un hospital. De lo contrario, no teníamos muy claro qué hubiese sido de él.



Al caer la tarde, ya a punto de que me diesen el alta, recibí la visita de Javier Robles. Además de en calidad de interesado, que parecía estarlo sinceramente, quería interrogarme sobre lo que había pasado. Había escuchado la versión de mi padre, pero incluso así seguía teniendo muchas dudas. No entendía qué hacía allí, ni tampoco cómo era posible que el hombre al que habían disparado hasta en cuatro ocasiones hubiese desaparecido sin dejar ni rastro.

Sinceramente, yo tampoco lo entendía, pero tenía mis propias teorías. Algo que, obviamente, no compartí con él. En un inicio había creído que habría sido el propio Tizona que había ido a por mí. Furioso porque hubiese incumplido las normas, había intentado asesinarme. Sin embargo, mi padre había confirmado que no era él. A Tizona lo conocía, tanto él como todo el mundo, y no era él. De hecho, creo que incluso yo podía confirmarlo. Aquel hombre era muchísimo más fuerte y fornido. Además, no tenía el pelo largo... si es que eso servía de algo.

Sea como fuera, empezaba a sospechar que Luís me había mentido al decir que eran solo tres en la montaña. Después de lo del día anterior, tenía que haber al menos uno más. Alguien que había querido matarme como a Cristian.

—¿Y qué hacías allí sola? —preguntó Javier, libreta en mano. Me había pedido una descripción del agresor, pero más allá de la altura y los ojos, no había podido darle más datos—. Creía que habíamos acordado que no ibas a volver a meterte en líos.

—Era el cumpleaños de Cris y fui a verle. Quería estar un rato con él.

—Creía que tu Cristian estaba enterrado en el cementerio.

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