Capítulo 0

396 31 25
                                    

14 de enero de 2016, San Rafael, los Pirineos



—¿A qué hora habíamos quedado? A las ocho, ¿no?

—Sí, les mandé un WhatsApp al grupo.

—¿Y seguro que se han enterado? A veces no tienen cobertura, ya lo sab... ah, no, mira, ahí viene. ¡Eh, Milo! ¡Aquí!

Milo llegó tarde. No demasiado, pero sí lo suficiente como para que Laura empezase a ponerse nerviosa. A mi buena amiga no le gustaba que la hicieran esperar, y menos cuando habíamos ido para ir al cine. Recientemente habían estrenado una de las películas de ciencia ficción que tanto le gustaban y nos había convencido a todos para que la acompañásemos. Milo no había tenido demasiados reparos en aceptar, estaba loco por ella. Cristian y yo, por el contrario, sencillamente nos habíamos dejado llevar. Nos gustaba el cine y pasar tiempo juntos, así que era la combinación perfecta.

Además, últimamente no coincidíamos demasiado, él estaba siempre trabajando y yo ocupada con la especialización de la carrera, así que era la excusa perfecta para que estar juntos.

—¡Ey, perdonad! —saludó Milo al llegar. Venía ahogado de haber recorrido las últimas calles a la carrera—. ¿Llego muy tarde?

—¡Mucho! —exclamó Laura—. ¡La peli empieza en menos de cinco minutos! ¡Nos estamos perdiendo los créditos! ¿Dónde se supone que está tu amigo? ¿No venís juntos?

Milo respondió con sorpresa, alzando ambas cejas. Me miró, sin saber qué decir, y se encogió de hombros.

—Creía que ya habría llegado. Ayer me dijo que vendría.

—¿Y no habéis hablado hoy? —pregunté con sorpresa—. ¿No teníais guardia?

—Ya, bueno... —Milo se llevó la mano a la nuca, en un gesto cargado tanto de vergüenza como de culpabilidad—. Teníamos, sí, pero ayer estaba hecho una mierda, así que me quedé en casa... creo que me sentí mal la cena, o algo.

—La cena o la media docena de cervezas que te bebiste por la tarde. —Laura sacudió la cabeza—. ¡Mira que te lo dije! No estás acostumbrado a beber tanto.

Milo me miró de reojo, con una sonrisa tímida en los labios, y volvió a encogerse de hombros. El día anterior nos habíamos pasado todos, incluida la propia Laura. El único que se había controlado un poco más había sido Cristian, y únicamente porque no se encontraba del todo bien. Decía que le dolía la cabeza. A pesar de ello, había ido a trabajar, por supuesto, él nunca fallaba. Y si además Milo no había podido ir, razón de más.

Jamás había dejado el puesto de guardia solo.

—¿Entonces qué hacemos? —Laura miró el reloj con impaciencia—. ¡Nos vamos a perder la peli!

—Id entrando vosotros, yo me quedo a esperar —propuse, convencida de que no tardaría demasiado en llegar—. Guardadnos el sitio, ¿vale?

Laura y Milo insistieron en quedarse, pero dado que en el fondo ambos estaban ansiosos por entrar en el cine, les convencí para que entrasen. En el fondo, no podía tardar mucho más. Se habría retrasado a la salida del trabajo y estaría aún duchándose, o quizás se habría despistado con la hora. Cristian era de los que podían pasarse horas perdido en sus propios pensamientos.

Me alejé unos metros de la entrada del cine para no entorpecer la llegada del resto de espectadores y me refugié en uno de los portales de la calle. Era un enero especialmente frío y debajo del abrigo solo llevaba un vestido y las medias. Después del cine íbamos a ir a cenar a un restaurante donde ponían la calefacción especialmente alta e iba preparada.

Me apoyé en el borde de la jardinera de mármol que había junto a las escaleras de entrada al piso y saqué el teléfono para llamar a Cristian. Empezaba a no entender por qué se estaba retrasando tanto. Últimamente estaba más distraído de lo normal, pero no tanto como para decidir darme plantón. Él no era de esos. Además, siempre avisaba cuando iba a retrasarse...

Esperé a que saltase el contestador para colgar la llamada. Inmediatamente después entré en la aplicación de WhatsApp para mandarle un mensaje. Uno, dos, tres... le mandé hasta cinco mensajes cortos acompañados de varios emoticonos y muchos signos de exclamación. No quería enfadarme con él, pero en momentos así lograba sacarme de quicio. Además, en el fondo yo tampoco tenía mi mejor día. Tenía mal cuerpo desde hacía días y las cervezas de la tarde anterior no habían ayudado a que mejorase.

Y ahora encima las iba a mezclar con palomitas...

Mejor ni pensarlo. Me bastaba con que llegase.

Pero no lo hizo.

No respondió a mis llamadas, ni tampoco a mis mensajes. No vino al cine, ni tampoco a cenar. De hecho, al caer la noche, cuando regresé a casa, tampoco supe de él. Ni yo, ni su hermana, que no tardó mucho más en llamarme.

Nadie le había visto en todo el día ni había sabido de él.

Había desaparecido.

Aquella misma noche mi padre y yo acompañamos a Natalia a la comisaría para que interpusiera una denuncia. Cristian era alguien muy querido en el pueblo por lo que su desaparición no tardó en hacerse pública. El boca a boca logró congregar a más de doscientos vecinos en apenas una hora, y en plena madrugada nos trasladamos hasta la reserva, donde se había perdido su pista.

Al parecer, no había llegado a abandonarla.

Aquella noticia logró tranquilizarme un poco, aunque no demasiado. No era propio de Cristian no dar señales de vida. Sí distraerse y perderse durante horas por el bosque, eso le encantaba, pero no durante tanto tiempo. Cabía la posibilidad de que hubiese sufrido un accidente, o quizás que se hubiese quedado incomunicado. Había decenas de teorías, pero en la mente de todos, una única idea: teníamos que encontrarle.

Doce horas después, fue el propio Milo quien localizó su cuerpo, rodeado de su amada manada de lobos y custodiado por decenas de aves. Parecía que la reserva entera hubiese estado aguantando la respiración hasta aquel momento. Todos teníamos los dedos cruzados... todos habíamos rezado a un Dios en el que ya ni creíamos.

Por desgracia, no sirvió de nada. Cristian llevaba diez horas muerto cuando al fin lo encontramos.


El renacerWhere stories live. Discover now