Capítulo 12

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30 de julio de 2022, San Rafael, Pirineos



Dejé La Galera el sábado por la mañana, tras dar una última vuelta por la clínica y asegurar que todos los suministros estaban cerrados. Contaba con volver a pasar antes de septiembre, al menos un par de veces en vacaciones, pero por el momento me conformaba con que Irene se diese un paseo antes de irse de viaje la semana siguiente.

—Nos vemos a la vuelta, entonces, jefa —dijo alegremente el día anterior a modo de despedida. Me plantó dos besos en la cara y se retiró con paso tranquilo, silbando la canción de moda—. Un mes de vacaciones, que pasada...

Sí, era una auténtica pasada. Aquel era el primer año que cerraba cuatro semanas seguidas e incluso a mí me costaba creer que fuera real. Cabía la posibilidad de que volviésemos antes, no tenía calculado cuánto tiempo iba a pasar en San Rafael, pero contaba con que al menos me quedaría una semana.

Después de cerrar la clínica volví a mi apartamento, donde acabé de llenar la maleta. Era bastante grande, la había comprado años atrás para el único viaje transoceánico que habíamos hecho Laura y yo juntas a Estados Unidos, y desde entonces la había guardado en el canapé de la cama. Años después, volver a abrirla era una auténtica sinónimo de aventura. Me había decidido volver a casa, y aunque no tenía muy claro qué era lo que íbamos a encontrar, si es que realmente había algo que encontrar, estaba animada.

Estaba emocionada.

Volver a San Rafael era enfrentarme al destino. Era aceptar de una vez por todas que la herida existía, y lo que era aún más importante, que quería cerrarla. Que necesitaba seguir adelante, y la única manera de hacerlo era encontrar al culpable de lo ocurrido.

Alguien que hasta entonces había sido un interrogante, pero que, en aquel entonces, después de la charla con Natalia, empezaba a tener más forma. Me mantenía en mi posición de que consideraba que teníamos muy poco, pero si el mismísimo director de la Reserva Natural había decidido viajar hasta San Rafael para ver qué estaba pasando, yo no iba a ser menos.

Cerré la maleta, la metí en el coche y me puse en marcha.



Llegué al pueblo al medio día, donde fui recibida por mi familia en el jardín de la casa, con la mesa ya puesta. Venía hambrienta tras el viaje, había encontrado algo de atasco y se me había hecho más largo de lo normal. Por suerte, mi madre había preparado un gran banquete para darme la bienvenida. Una mezcla de caza, verduras y dulces que consiguió no solo reanimarme, sino también hacerme recordar los tiempos en los que habíamos sido tan felices en aquella casa.

Parecía mentira que hubiese podido olvidarlo.



Pasé el resto del día en la casa de mis padres, con Bea ayudándome a instalarme en la habitación de invitados. La pequeña insistía en que me fuera a dormir con ella a mi antigua habitación, que me hacía hueco en la cama, pero teniendo espacio suficiente, prefería mantener un poco de intimidad. Los siguientes días se prometían movidos y no quería tener que despertarla a según qué horas.

Así pues, pasé parte de la tarde guardando mi ropa, viendo los dibujos con Bea, enseñándole los secretos mejor guardados de la casa y, caída la tarde noche, paseando por las calles siempre vivas del pueblo.

—¿Y tú vivías aquí, mamá? —me preguntó Beatriz mientras paseábamos por la plaza del mercado. A aquellas horas aún estaban los puestos abiertos, con decenas de personas paseando entre los comercios y llenando los carritos de la compra con productos frescos—. Me gusta.

El renacerWhere stories live. Discover now