Capítulo 71

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Capítulo 71



13 de enero de 2016, San Rafael, los Pirineos



Estaba bebiendo mucho. Últimamente lo hacía, aunque no tenía un claro motivo para ello. Simplemente pedía una cerveza tras otra, al ritmo de Laura, que al igual que yo, no parecía tener fondo. Éramos jóvenes, teníamos a quien cuidase de nosotras y aquella estúpida forma de vivir nos permitía pasar los días sin ser demasiado conscientes de que las cosas no nos iban tan bien como querríamos pensar.

Era una forma de fingir que Cristian y Milo no estaban totalmente volcados en la reserva, y parecían disfrutar más allí que con nosotras.

Era una forma de fingir que Cristian no estaba extraño, y que me guardaba secretos. Que no estaba siendo sincero del todo conmigo.

Era una forma de vivir.



Bebimos y bebimos toda la tarde. Yo no era consciente de lo que estaba haciendo, más allá de que estaba en compañía de mis amigos y que volvía a ser joven. Que volvía a estar en aquel maldito día en el que había visto por última vez a Cristian. Mi querido Cristian. El mismo que en aquel entonces estaba a mi lado, en la mesa, escuchando las bromas de Laura con una sonrisa en la cara. Me cogía la mano bajo la mesa, tratando de inmovilizarme la mano. Supongo que era su manera de intentar que no cogiera el botellín de cerveza.

A él no le gustaba que bebiese, y a mí, sinceramente, no me importaba.

O, mejor dicho, no me daba cuenta. Antes no. En aquel entonces, sí. Me di cuenta. Además, no debía hacerlo. Había sido estúpida la primera vez, pero ahora ya tenía suficiente experiencia como para saber que, estando embarazada, no debía beber.

Porque estaba embarazada, claro.

Lo sabía.

Lo sabía todo.

Sabía lo que iba a pasar esa noche.

Dejé la cerveza sobre la mesa y cogí su mano, esta vez para no volver a soltarla.



Deberíamos habernos quedado en el bar hasta pasada la medianoche. Deberíamos haber cenado juntos, haber reído hasta altas horas de la madrugada, hasta que Milo dijese que no podía más. Que no se encontraba bien.

Aquella noche no iba a ir a trabajar. Iba a vomitar hasta el alma.

Pero en vez de alargar la jornada, le pedí a Cristian que nos fuésemos antes. A él ya le iba bien, en unas horas tenía que ir a la reserva y prefería poder pasar antes por casa, a darse una ducha y cambiarse.

—¿Pedimos algo de cenar? —pregunté mientras deambulábamos por la calle.

El aire frío de enero me acariciaba la cara. Una cara tan joven y carente de preocupaciones que incluso me había costado reconocerme en el reflejo de la puerta.

A mi lado, Cristian me miraba con un asomo de sonrisa en la cara.

—Es pronto, puedo preparar algo yo, si quieres.

Me subí a la misma jardinera donde a diario hacía equilibrios, con la mano de Cristian persiguiendo la mía, y atravesé sus tres metros de longitud sin caerme. Cosas de no estar tan borracha como de costumbre.

Cristian me aplaudió al verme caer en pie y alzar los dos brazos. Rebosaba de emoción.

—¡Y el juez dice... diez! —exclamó.

El renacerWhere stories live. Discover now