Capítulo 74

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Capítulo 74



Mayo de 2023, Reserva Natural de San Rafael, Pirineos



Volví.

Volví descompuesta, con el alma rota y el corazón herido de muerte. Había tenido que llorar dos veces la muerte de Cristian. Dos heridas letales que me habían dañado profundamente. Incluso había sufrido la muerte de Milo, al que aún no había llorado, y que me negaba a aceptar. Si mis planes salían como yo esperaba, él no tendría por qué morir. Aquel castigo me lo merecía yo, no él.

Y por último había tenido que llorar la muerte de mi padre. En lugar de Cristian, había sido él quien había hecho la guardia nocturna, y su camino se había cruzado con el de Roberto Aguirre. En aquella ocasión, Tizona no había intervenido: no había hecho falta. Los disparos de Roberto le habían alcanzado el pecho y la cabeza, sin dar opción a otros escenarios.

Mi padre murió, y esta vez fue Cristian quien encontró su cuerpo. Quien lo rescató del bosque... quien nos trajo la terrible noticia.

No lo pude soportar. Tan pronto supe la verdad, escapé. No quise aceptar aquel giro del destino, y regresé a la cueva, donde descubrí que Tizona seguía en el mismo lugar, pero con la libreta bastante más avanzada. Aquellos días, pues llevaba ya más de media semana fuera, había estado trabajando en sus teorías.

Apretó la mandíbula al verme aparecer. Yo atravesé el túnel en silencio, arrastrando los pies, y me dejé caer en el frío suelo. Tenía el cuerpo entumecido. El tiempo pasaba de forma extraña para mí. Si bien era cierto que cuando atravesaba el túnel mi yo actual desaparecía, cuando volvía lo hacía más debilitada. Quizás fuera por el paso del tiempo, por las heridas o el desánimo, lo desconocía, pero creía sentir el peso del mundo a las espaldas.

Apoyé la espalda en la pared y cerré los ojos. Mi mente me atormentaba cada vez que la dejaba en blanco, repitiéndome las terribles escenas que había tenido que vivir. Momentos únicos que quedarían para el vacío, que nunca volverían a coexistir conmigo, pero que por aquel entonces tenían mi cerebro totalmente abatido.

Empezaba a estar al límite.

—Te iría bien descansar, Martín —comentó Tizona.

Sacó de una mochila una botella de agua y me dio para que bebiera. Yo no lo sabía, pero estaba sedienta. Se la devolví casi vacía y agradecí el detalle.

Tomó asiento a mi lado, cuaderno en mano.

—Si me permites un consejo, deberías reflexionar antes de lanzarte a lo desconocido.

—¿Qué pasará si cruzo los cinco túneles y no deseo los cambios que he obtenido?

—Que perderás tu oportunidad.

—¿Y ya no habrá más?

Tizona negó con la cabeza.

—Somos muy afortunados que nos dejen redefinir nuestras vidas. Desconozco cómo es posible, pero estoy convencido que es este misterio el que han protegido nuestros ancestros durante generaciones. Una puerta al infinito... una nueva oportunidad de enmendar los errores. ¿Eres consciente de la suerte que tienes?

No era consciente de nada. Me dejaba llevar, por impulsos. Mi mente estaba ya demasiado saturada como para poder pensar con claridad. O, en general, para poder pensar. Pero sí, más allá de mi agotamiento psíquico, era innegable que aquella puerta al desconocido era el mejor regalo que podrían darnos jamás. Lamentablemente, su uso no era fácil precisamente. Había quemado los primeros dos cartuchos dejándome llevar por el instinto, por la necesidad, y no quería seguir cometiendo errores.

Tenía que valorar mis decisiones... tenía que prever las consecuencias. Cristian no debía ir esa noche a la reserva, pero tampoco mi padre. Ni él, ni nadie, pues la muerte le estaría aguardando. Sería condenar a un inocente para salvar mi estabilidad emocional, y no era justo. Así pues, debía echar la vista un poco más atrás y analizar los acontecimientos. El problema no era que ellos fueran a la reserva esa noche, sino que Roberto Garrido estuviese allí. Pero ¿cómo evitarlo? ¿Cómo detenerle sin que me tachasen de psicótica? No podía presentarme ante él y advertirle sobre lo que iba a pasar en el futuro más inmediato... no tenía sentido. Mis actos debían cambiarlo todo, pero sin que me salpicara. Sin generar controversia...

Me pregunté cuánto más atrás debería mirar.

—Necesito pensar —comprendí—. Y no quiero pensar en qué estará pasando ahí fuera, pero...

—No pierdas el tiempo en nimiedades —exclamó Tizona, entregándome una libreta en blanco del montón y un bolígrafo—. ¿Qué importa lo que te aguarde fuera, si lo vas a cambiar?

Acepté los dos objetos y asentí. Me costaba no pensar en Milo, pero Óscar tenía razón. Si no estaba dispuesta a vivir aquella realidad, ¿qué importaba?

Apoyé la punta del bolígrafo sobre la libreta y empecé a retroceder en el tiempo, buscando el momento perfecto en el que poder cambiar el curso de los acontecimientos posteriores...



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