Capítulo 28

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Capítulo 28



06 de agosto de 2022, San Rafael, Pirineos



Volví a casa de Natalia pasadas las cinco de la tarde, con hambre, pero muy buen sabor de boca. Me lo había pasado francamente bien en la entrevista-comida con De Guzmán, y se notaba. No diré que sonreía como una tonta, pues no había sido para tanto, pero admito que estaba muy animada. No me iban a contratar, al menos por pura lógica, pero había logrado olvidarme de todo durante unas horas.

Ah, y había escuchado su teoría sobre lo que estaba pasando en la reserva. Algo que no me había planteado pero que, visto desde su óptica, tenía sentido. Al fin y al cabo, las muertes violentas solían ser a manos de conocidos o personas con una motivación...

Pero pensar en asesinatos o posibles culpables no era lo que en aquel entonces necesitaba. Tras las horas de distracción tenía que volver a mi vida real, a aquella en la que me esperaba una niña a la que le había prometido que le iba a hablar de su padre por primera vez, y no iba a ser fácil. O quizás sí. Lo cierto es que no me planteé como afrontar el tema, ni tampoco me pensé ningún discurso. Sencillamente me dejé llevar, tal y como estaba haciendo durante todo el día, y para cuando quise darme cuenta, ya estábamos las tres en el salón, con una fotografía de Cristian entre manos y el rostro de la niña iluminado de pura ilusión.

—¿Ese es mi papá? —preguntó con emoción.

Lo era. En la fotografía aparecía muy joven, con los veinte recién cumplidos, y una preciosa sonrisa iluminando su rostro. La sonrisa de los Soler, aquella que compartía con su hermana y su hija. La sonrisa que incluso años después de su muerte, seguía enamorándome.

—El mismo —le confirmé—. ¿A que era muy guapo?

—¡Mucho! —aseguró, cogiendo el marco con ambas manos. Me miró primero a mí, con una gran sonrisa en la boca, y después a Natalia, la cual estaba haciendo un enorme esfuerzo por mantener la compostura—. ¿Entonces es tu hermano?

Tuve una idea. Mientras veía a Natalia tratar de sobrevivir al momento sin romper a llorar de alegría, o de tristeza, o de todo en general, se me ocurrió algo para no hacer de aquel día un gran drama. Era sencillo caer en la tristeza al recordar a Cristian. A mí me pasaba prácticamente a diario. Sin embargo, aquel no era mi día. Aquel era el día de Beatriz, el día de saber quién había sido su padre y conocerlo en profundidad, y no había lugar a la tristeza o a la pena. Al fin y al cabo, si ella miraba con emoción la fotografía y sonreía al ponerle cara, ¿quién éramos nosotros para enturbiar el momento?

Pues lo éramos todo, para qué engañarnos. Éramos la familia y los amigos de Cristian, aquellos que habíamos vivido toda su vida, y por lo tanto, los que mejor lo conocíamos.

Los únicos que, en realidad, lo conocíamos.

Los únicos que, seis años después, podríamos darlo a conocer.

—Tengo una idea, Bea —anuncié con orgullo—. Tanto Natalia como yo podríamos pasarnos horas hablándote de tu padre, pero tenemos toda la vida para hacerlo, así que vamos a hacer un juego. Hay otras personas que lo conocieron muy bien, así que vamos a hablar con cada uno de ellos y le pediremos que nos describan a tu padre. Que nos digan qué tipo de persona era, ¿vale? En base a ello, a las opiniones de todos los que le rodeábamos, podrás hacerte una idea mejor de cómo era. ¿Te parece?

La idea emocionó mucho a Milo y a Laura, que no dudaron en plantarse en casa de Natalia media hora después de la invitación. Ambos se consideraban sus mejores amigos, tanto en versión femenina como masculina, por lo que no dudaron en remover los recuerdos para pescar el mejor de todos. Aquel en el que Cristian mostraba su mejor cara y tanto nos emocionaba.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora