Capítulo 18

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15 de marzo de 2010, San Rafael, Pirineos



Era el decimosexto aniversario de Milo y antes incluso de llegar, ya sabía que no me iba a divertir. Como cada año, mi buen amigo había preparado una pequeña celebración con sus amigos más cercanos, con la diferencia de que en aquella ocasión había decidido alquilar un espacio para celebrarlo. La planta baja de uno de los restaurantes del pueblo.

Y aunque no me apetecía lo más mínimo ir, no podía faltar. Milo era un crío aún, pero éramos buenos amigos y nunca me había perdido su cumpleaños. Había intentado convencer a mi amiga Laura para que me acompañase y no me sintiese tan sola, pero en el último momento me había dado calabazas, así que iba sola con mi regalo.

Estupendo.

Cuando llegué la música ya sonaba fuerte. Saludé a los dueños del Mesón de los Corderos, conocidos de mis padres, y descendí a la planta baja, donde una importante nube de humo ya lo cubría todo. La mayoría de los invitados estaban fumando, y no solo tabaco precisamente.

Descendí una a una las escaleras, deliberadamente lenta para intentar reconocer a los presentes, y alcanzado el último escalón dejé escapar un suspiro. Los conocía a todos. A algunos en persona, a otros de vista, pero eran del pueblo, claro. Chicos dos años menores que yo a los que mi presencia no pasó desapercibida precisamente. Calculo que, de las veinte personas allí presentes, no hubo ni uno que no me mirase.

—Eh... hola.

Nadie escuchó mi saludo, la música estaba demasiado alta, pero tampoco les importó. Tras los primeros dos segundos de interés, rápidamente volvieron a sus propios quehaceres, desde jugar a los dardos a partirse de risa en las mesas.

Milo apareció en mi rescate.

—¡Elisa! —exclamó, recién llegado de la barra. Aquella noche vestía elegantemente de negro, con un chándal de buena marca y unas deportivas nuevas. Parecía muy contento, más de lo habitual, y especialmente desinhibido. Debía llevar un par de copas, calculé—. ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Ya pensaba que no venías!

—No podía faltar —respondí, y le tendí la pequeña caja rectangular que era su regalo—. Toma, espero que te guste.

Milo abrió el presente con la ilusión grabada en el semblante. Cada año le regalaba algo diferente, tratando siempre de acertar el máximo posible. Además de mi vecino, lo veía como una especie de hermano pequeño y quería que se sintiese feliz. En parte por ello me dejaba tanto dinero en sus regalos. Supongo que, ya desde pequeños, estábamos destinados a ser grandes amigos.

—¡Hala! ¡Pero qué pedazo reloj! —exclamó con sorpresa al descubrir un flamante reloj de muñeca de última generación. Lo extrajo con cuidado, encantado, y se lo colocó rápidamente en la mano derecha—. ¡Átamelo, porfa! ¡Me encanta!

—¿De veras?

Le puse el reloj y él me lo agradeció con un cariñoso beso en la mejilla. Acto seguido, salió disparado a enseñárselo al que por aquel entonces ya era su mejor amigo, el chico de los ojos azules al que le mirases cuando le mirases, siempre sonreía.

Y aquella noche sonreía, por supuesto.

Les contemplé compartir un momento de total y absoluta complicidad, con Cristian casi tan emocionado como su buen amigo ante el regalo, y les di unos segundos de margen para acercarme a la barra y pedirme una copa. No sabía hasta qué hora iba a quedarme, pero desde luego no iba a ser demasiado. Una cosa era ir para cumplir y darle su merecido regalo, otra quedarme con aquellos niños. Porque, aunque en el fondo solo nos separasen dos años, yo los veía como tal. Al fin y al cabo, estaba a punto de acabar el instituto e iba a matricularme en la universidad. ¿Qué podrían aportarme aquellos niños de cuarto de la ESO?

El renacerOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz