Capítulo 40

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15 de agosto de 2022, San Rafael, los Pirineos



Pasé a primera hora por la oficina de Elinor para firmar mi contrato. Aún no había llegado Máximo De Guzmán, por lo que realicé el trámite con una de las administrativas, una chica muy simpática llamada Amanda que me puso en contacto con el doctor Quiroga. A aquellas horas aún no estaba en su puesto de trabajo en la reserva, pero estaba de camino, por lo que me propuso de vernos en las instalaciones. Amanda me entregó el pase de trabajo, me indicó cómo llegar y, en apenas veinte minutos, ya estaba atravesando los tornos del acceso principal a la reserva.

Era mi primer día y estaba emocionada.

Estaba intrigada.

Estaba nerviosa.

La reserva contaba con tres edificios médicos para el tratamiento veterinario de las especies autóctonas. Uno principal, situado a apenas trescientos metros de la entrada, donde se encontraban las instalaciones principales. El edificio constaba de tres plantas y disponía de toda la infraestructura necesaria para el tratamiento médico, incluyendo tres quirófanos y varias salas de curas. Había una sala de aislamiento, cinco boxes de emergencia, y un equipo conformado por tres asistentes y cinco veterinarios que se repartían en dos turnos. El doctor Quiroga, el responsable del equipo, solía pasar la mayor parte del día en el edificio, tratando a los pacientes, mientras que uno de sus asistentes se encargaba de las tareas administrativas.

Los otros dos edificios se encontraban en las profundidades de la reserva, uno en la ladera del pico de las Estrellas, donde un veterinario acompañado por su asistente servía de apoyo en caso de urgencia, y otro entre el pico de los Buitres y las Águilas. Allí también había otro sanitario preparado, aunque este únicamente tenía como función la de informar en caso de incidente. Como mucho podía trasladar a los pacientes, pero no tratarlos in situ. Para ello estaba la unidad móvil de la sede, un jeep adaptado capacitado para moverse a toda velocidad por la reserva.

En definitiva, la estructura médica no era todo lo férrea que se esperaba para un parque natural tan amplio y con tantas especies habitando en sus parajes, pero la buena organización había permitido que, aunque con mucho trabajo, las cosas fueran relativamente bien. Anualmente todos los animales pasaban su revisión, todas las lesiones y heridas eran curadas con gran éxito, y en caso de que hubiese hembras embarazadas, se les hacía un seguimiento para asegurar el éxito durante el parto. Además, también se hacía un trabajo de estudio más de campo. En cuanto el nivel de trabajo lo permitía, el equipo salía a los bosques a investigar los hábitos de los residentes, con especial interés en aquellas especies más delicadas. Poco importaba a lo que dedicasen las horas las cabras o las perdices. Los osos, lobos, caballos salvajes y alimoches eran otro tema. ¿Y qué decir de las águilas reales o los quebrantahuesos? Los pocos que habían, pues en los últimos años había descendido notablemente su población, eran continuamente vigilados. Por su propio bien, pero también por el de la reserva.

—Aquí solo se aburre uno si quiere —me explicó Manuel alegremente, mientras me mostraba con orgullo las salas de recuperación.

Tan solo había una de ellas ocupada, y una de las veterinarias, Elena, se estaba encargando del paciente: una preciosa marmota recientemente nacida cuyos padres habían abandonado. ¿El motivo? Aún no lo tenían claro, lo estaban investigando, pero todo apuntaba a que era por la peculiar tonalidad de su pelaje. Lejos de mantener la tonalidad ocre habitual de los de su especie, la paciente presentaba curiosas líneas de pelo blanco que dibujaba cruces sobre su lomo. Una peculiaridad de lo más llamativa que, dependiendo de las circunstancias, podría haber llegado a espantar a sus progenitores.

El renacerWhere stories live. Discover now