Capítulo 14

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01 de agosto de 2022, San Rafael, Pirineos



La madrugada en San Rafael era muy diferente al día. Con la sombra de la reserva sumiendo en la oscuridad casi total el pueblo, a veces resultaba complicado orientarse. La luz de las escasas farolas apenas iluminaba, y de noche, todas las calles parecían iguales. Largas lenguas de piedra con edificios macizos alzándose en los laterales, como fortalezas impenetrables, que conectaban entre sí dibujando un complejo tablero de ajedrez.

Era un lugar perfecto para perderse, y si además habías bebido unas cuantas copas, más aún. Por suerte, Milo estaba sereno, por lo que me guiaba cada vez que amenazaba con confundirme de calle. Nuestras casas estaban relativamente cerca, pero había espacio suficiente como para que pudiese llegar a desorientarme mucho.

Paseamos durante un buen rato, dejando atrás el centro para adentrarnos en el casco antiguo, donde la casa de mis padres y la del resto de vecinos habían sido construidas en lo alto de una ladera. El camino hacia la reserva se encontraba por allí, una carretera de doble sentido a la que le hacía falta un buen asfaltado. A pesar de ello, seguía conectando el pueblo con la entrada principal de las montañas, lugar en el que diariamente se reunían cientos de visitantes.

Mientras caminábamos en paralelo a la carretera, aprovechando el paso peatonal que el último alcalde había mandado construir, recordaba la cantidad de veces que habíamos hecho aquel mismo camino a pie. Se tardaba en llegar cerca de media hora, pero era un paseo agradable. La naturaleza en San Rafael era bella y salvaje, acogedora para sus habitantes y en cierto modo hostil para los extranjeros, pero una vez se cruzaban las puertas de la reserva, todo cambiaba. Allí todo era diferente.

—Hoy no te toca guardia.

—Malo sería si me tocase y anduviese de paseo por aquí, ¿no crees? —Milo me dedicó una media sonrisa—. No, hoy y mañana libro.

—¿Sigues prefiriendo la ronda nocturna?

Era curioso, la mayor parte de su juventud los turnos que Milo y Cristian habían cubierto eran los diurnos. De hecho, pocas veces habían tenido que pasar la noche en la reserva, custodiando los caminos. Aquellas horas las dejaban para los veteranos, conocedores del terreno. El bosque podía llegar a ser peligroso de noche. Sin embargo, a pesar de ello, en mi mente siempre les recordaba de noche, despidiéndose por la tarde con la promesa de que al siguiente día volveríamos vernos.

La mente era un auténtico misterio.

—De noche todo se ve diferente —me confirmó—. Al principio puede incomodar, pero cuando te acostumbras todo se ve de forma diferente.

—¿Y a Laura ya le parece bien?

—Ah, ¿pero necesito permiso?

Milo sonrió y yo sentí lo que había sospechado desde el principio, que ya no era la misma persona que había conocido en el pasado. Milo había cambiado, transformando su antigua inseguridad en una armadura de determinación que le hacía brillar por sí mismo. Ya no estaba a la sombra de nadie: sencillamente era él, Milo Dávila, autosuficiente y único.

—Estás diferente —dije, sin plantearme siquiera si debía decirlo o no. Por suerte, no pareció ofenderle.

—¿Y eso es bueno o malo?

—Creo que es bueno. Te has vuelto más fuerte.

—Tampoco me han quedado muchas otras opciones: era salir adelante o morir en el intento. Por suerte, no estuve solo. El resto de forestales me ayudaron. Me acogieron como a un hijo más, y para cuando quise darme cuenta, ya formaba parte de la familia. Siempre le estaré muy agradecido a tu padre.

El renacerWhere stories live. Discover now