Capítulo 50

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05:02 - 3 de septiembre de 2022, San Rafael, los Pirineos



Ver a Luís por la cámara de seguridad me provocó agitación. Miré con recelo la imagen, respondiendo al saludo con una maldición, y situé mentalmente la entrada donde se encontraba. Inmediatamente después, salí a toda velocidad hacia allí, con la duda de si lo encontraría al abrir. Se trataba de una puerta de servicio situada en la parte trasera del edificio, junto a los cubos de basura. Una entrada poco habitual que solía utilizar el equipo de limpieza, y que en aquel entonces me pareció más lúgubre que nunca. Recorrí el pasillo casi a la carrera, y alcanzada la puerta de salida, una cortafuegos, abrí.

—¿Luís?

Ante mí, la línea de árboles dibujaba un muro verde alrededor del edificio. La oscuridad era casi absoluta, salvo por el tenue resplandor que emitía el foco que tenía sobre mi cabeza. Paseé la mirada por los árboles, sintiéndome casi tan absurda como engañada, y mascullé una maldición. No había ni rastro de él...

Al menos allí. Al volver al pasillo creí escuchar su voz de nuevo fuera, y al abrir descubrí que siempre había estado esperándome, solo que a cierta distancia. Interpuse el seguro de la puerta para que no se cerrase y salí. Luís Escudo estaba no muy lejos de allí, apoyado en la pared junto a los contenedores, mirando con diversión la polilla que acababa de aposentarse en su mano. Parecía divertirle enormemente que hubiese tenido ese atrevimiento.

—Ya no hay el más mínimo respeto —dijo en tono afable, divertido. Miraba al insecto encantado—. ¿Te lo puedes creer, Elisa?

Dedicó unas últimas palabras a la polilla y sacudió la mano, para que saliese volando. Seguidamente, manteniendo la sonrisa afable en los labios, se volvió hacia mí y me dedicó un rápido aplauso.

—¡Bienvenida a bordo, compañera! —exclamó—. No tenía muy claro si al final ibas a aceptar quedarte, pero confiaba en ti. Es un orgullo saber que te unes a la familia.

Volvió a aplaudirme, encantado, y yo me sentí como una idiota. Agradecía sus palabras y su entusiasmo, por supuesto, pero sinceramente, esperaba otra cosa. El verle aparecer en mitad de la noche había despertado en mí la mecha de la esperanza. Lamentablemente, todo apuntaba a que me había equivocado.

—¿Has venido a decirme solo eso? —pregunté con brusquedad.

Demasiada, quizás. A Luís le molestó. Arrugó la nariz, incómodo, y se cruzó de brazos.

—Bueno, solo quería que lo supieras —respondió a la defensiva—. Toda la reserva vibra con tu llegada. Cualquiera diría que llevábamos años esperándote.

—Ya, bueno... ¿Cris también lo sabe?

Su simple mención le hizo llevarse el dedo a los labios en petición de silencio.

—¡Ni se te ocurra decir su nombre! —me susurró—. ¡Si el jefe se entera de que lo has visto, me corta el cuello! ¡A mí, a ti, a todos!

—¿Acaso está por aquí?

Miré a mi alrededor, en busca de alguna sombra sospechosa. De noche, era lo habitual, las formas intricadas de las ramas podían crear auténticos estragos en la mente humana. Aquel día, sin embargo, todo parecía especialmente tranquilo, sin sobresaltos.

—Podría ser... o podría ser que no. Él está en todas partes. Se mueve por la reserva con total libertad, así que baja la voz, no quiero líos.

—Ya, bueno... pero lo sabe, ¿o no?

No lo dijo con palabras, pero sí que asintió. Un sencillo gesto de cabeza que me sirvió no solo para confirmar que era conocedor de ese nuevo cambio en mi vida, sino para, además, certificar que no estaba satisfecho con él. Cris veía aquel acercamiento a la reserva como una insensatez, y no le faltaba razón. Cuanto más me acercaba, más peligro había de que descubriesen no solo que nos habíamos visto, sino también la existencia de Bea.

El renacerWhere stories live. Discover now