Capítulo 48

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1 de septiembre de 2022, San Rafael, los Pirineos



Estaba más delgada. Al principio no me había dado cuenta de ello, pues intentaba evitar su mirada, pero tan solo había que mirarle a la cara para notar que tenía la cara más fina. De hecho, toda ella estaba en general más consumida. Los pómulos hundidos, los brazos raquíticos, el vientre totalmente plano... parecía la sombra de lo que había sido.

Era evidente que no lo estaba pasando bien. Antes incluso de que lo dijera, lo supe, y creí adivinar el motivo. Natalia había encontrado un flotador con el que superar la enorme tormenta que había sido su regreso a San Rafael, pero ahora que él ya no estaba, se notaba más a la deriva que nunca.

—Yo ya sabía que esto acabaría pasando. Sabía que era algo temporal, está casado, pero... yo qué sé, supongo que me hice la ilusión.

—Este tipo de relaciones siempre son complicadas.

Lo eran. Natalia había sido consciente desde el primer momento, pero no había podido evitarlo. Desde niña había sentido especial predilección por Milo, estaba profundamente enamorada de él en secreto, y ahora que siendo ya adultos se habían vuelto a encontrar, no había podido evitar que los sentimientos renacieran.

No me explicó en detalle qué había pasado entre ellos, pero sí lo suficiente como para transmitirme su tristeza. Natalia tenía la sensación de que Milo la había utilizado para desahogar sus penas, y le quemaba el orgullo.

—No creo que sea de esa clase de tíos —le dije—. Siempre ha sido una persona muy formal. De hecho, toda esta aventurilla vuestra ha sido una auténtica sorpresa. Jamás lo imaginé haciendo algo así.

—Ya, bueno, imagino que él tampoco se imaginaba que su mujer le iba a poner los cuernos con el poli. —Dejó escapar un largo suspiro—. He de decir que, de no ser porque yo insistí un poco, no habríamos hecho nada. Me puse un poco pesada.

—Me lo creo.

—Pero tampoco se negó, eh. Que yo no he obligado a nadie. Supongo que por eso ahora me jode la situación. Ha sido sincero conmigo, cosa que agradezco enormemente, pero ahora me siento sola. Me siento... —Me miró de reojo—. Pues imagino que, como tú, hecha una mierda.

Alcé el botellín a modo de respuesta y le di un largo trago. No era del todo comparable, a ella la había dejado su amante, no le habían asesinado, pero entendía a lo que se refería. En el fondo, el resultado era parecido: estábamos solas.

—Por cierto, gracias por pedirle a tu madre que me trajera a Bea el otro día. La echo de menos... y aunque no me guste decirlo, a ti también. Sois la única familia que me qued...

—¿Cuántas cervezas llevas?

La vulnerabilidad la hacía el ser más adorable del mundo. Tanto que no pude resistirme y la abracé con fuerza contra mí, como si de nuevo fuera una niña. Mi hermana pequeña. Ella se resistió, quejándose como siempre había hecho, llamándome pesada, pero sé que agradeció el gesto. En el fondo, era su manera de disculparse.

—¿Entonces ya me consideras familia otra vez?

—Anda, no seas puñetera. Nunca has dejado de serlo.

—Eso es discutible, y lo sabes, pero bueno, lo daré por bueno.

Recuperamos el tiempo perdido. Natalia me preguntó si me mantenía en mi decisión de trasladarme a San Rafael y se lo confirmé. Le hablé del colegio al que había apuntado a Bea, de los pisos que había visitado y, en general, de los cientos de gestiones que había hecho y que me quedaban aún pendientes. Entre ellas, cerrar mi negocio en La Galera. Aquel punto era especialmente delicado. Quería pensar que Irene no iba a darme demasiados problemas, pero incluso así me preocupaba dejarla en la calle.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora