Capítulo 42

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Capítulo 42



25 de agosto de 2022, San Rafael, los Pirineos




Aquella noche mi padre me llevó al Mesón de los Corderos. Fue poco después de cenar, antes de que me pudiese entrar sueño. Al parecer había quedado con el tal Enrique Alonso pronto, y estaba ansioso por que lo conociese.

—Ah, pero ¿Enrique ha vuelto? —preguntó mi madre cuando me recordó nuestra cita durante la cena—. No lo sabía.

—Ahora vive en San José de Calderas —aclaró mi padre—. De hecho, llegó hace solo unos meses, se fue a Estados Unidos, ¿recuerdas?

—Algo me dijo su madre, sí... pues qué bien, es un buen chico.

Y muy inteligente además de un gran estudiante. Un auténtico cerebrito, según palabras textuales de mi padre, al que las cosas le habían ido muy bien en el extranjero. Tanto que había regresado convertido en el futuro jefe de estudios del colegio de Les Arts Pirenaicas, un centro educativo privado al que asistían los futuros genios de la zona.

—¿Y a mí que me importa ese tipo? —pregunté en el coche, mientras me contaba su expediente. Cualquiera diría que estaba intentando que lo contratase—. Espero que no pretendas endosármelo de novio o algo así, papá. No sé qué relación tendrás con sus padres, pero...

No tardé en descubrir la verdad. Mi padre no quería que conociera a Enrique para que me enamorase de él y asentase cabeza de una vez. No, en absoluto. Aunque no era un hombre especialmente atractivo, con marcadas entradas en la cabeza y unas feas gafas redondas reduciendo sus ojos grises hasta poco más que un par de rayas tampoco era un monstruo. Los había visto mucho peores. Pero no, ese no era su objetivo. Enrique se había convertido en el fichaje estrella de Les Arts y, como íntimo amigo de su familia, mi padre le había pedido que aceptasen a Bea en su colegio en septiembre. Un favor personal para el que no había consultado conmigo, ni muchísimo menos, y con el que pretendía controlar no solo la vida de mi hija, sino también la mía.

Sin duda, era un auténtico genio.

Fue una velada muy incómoda. Tras sacarse la máscara con Enrique delante, no me quedó más remedio que intentar surfear la ola lo mejor que pude. Mi padre insistía en no dejarnos charlar a solas, para asegurarse que su plan salía como tenía previsto. Se metía continuamente en la conversación, asegurando que Bea era una niña tremendamente lista y que podría adaptarse sin problemas. Además, también decía que tenía una gran capacidad para hacer nuevas amistades, cosa que no era del todo falsa, y que tenía muchas ganas de trasladarse a San Rafael. Lo de ir y venir cada día en autobús para ir al colegio no le haría tanta gracia, pero estaba convencido de que se acostumbraría. Y sobre las tarifas... bueno, eso era un punto un tanto más delicado. Las cuotas mensuales eran altísimas, y si bien empleando todo el dinero ahorrado quizás podría llegar a hacerles frente, a medio plazo era inviable. No iba a poder cubrirlo.

Enrique me habló de las ventajas del colegio y lo que iba a aportar gracias a su estancia en Estados Unidos. Había aprendido nuevas metodologías de enseñanza más adaptas a los nuevos tiempos que, según él, facilitarían el aprendizaje de los niños. Personalmente tenía mis dudas, hablaba mucho pero no detallaba nada, pero prefería no prejuzgarlo. Si bien era cierto que la educación que ofrecían en Les Arts era muy cara, era innegable que era de alta calidad. Se trabajaba en proyectos desde muy pequeños, con el cincuenta por ciento de las lecciones en inglés, y con la introducción de una cuarta y quinta lengua durante los años venideros. El catalán y el castellano coexistían, por supuesto, pero le daban mayor importancia al aprendizaje del inglés. Las lenguas maternas, en el fondo, se trabajaban en la calle y en casa.

El renacerWhere stories live. Discover now