Capítulo 5

271 24 22
                                    

22 de julio de 2022, Hospital de Sant Carles Redentor, los Pirineos



Recibí una llamada en plena madrugada. Primero intentaron contactar conmigo a través del móvil, pero como lo tenía en modo avión, probaron suerte con fijo. Un teléfono que hacía años que no utilizaba pero que, aquella noche, logró quitarme varios años de vida cuando sonó en plena madrugada.

Sali de la cama a la carrera, con el corazón en vilo, y al responder sentí que parte de mí se rompía al escuchar la voz de la señora Ordoñez al otro lado de la línea. La vecina de mi madre, una anciana ya que rondaba los setenta años, había tenido que hacer malabares para lograr encontrar mi teléfono.

—Se los ha llevado la ambulancia. Tu madre está en el hospital y la pequeña conmigo. No te preocupes, yo cuido de ella.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé, pero parece grave.

Me puse en marcha de inmediato, dejando atrás todas las dudas y las preocupaciones. Al subir al coche y desbloquear el teléfono comprobé que mi madre me había llamado varias veces y me había dejado el mensaje que en aquel entonces necesitaba leer: a qué hospital habían ido.

La llamé de inmediato.

—¿Mamá? ¿Qué ha pasado, mamá? Voy de camino.

—Creen que un infarto, pero aún no lo saben seguro. Estamos a punto de llegar.

—¿Estás con papá?

—Sí, estamos en la ambulancia, pero está inconsciente. Mira, tengo que colgarte, luego hablamos, ¿de acuerdo? Tranquila.

Tranquila, me dije a mí misma cuando colgó la llamada, y hundí el pie en el acelerador. Hacía mucho tiempo que no conducía de madrugada, y mucho menos en aquel estado de nervios, pero dadas las circunstancias no me di ni tan siquiera la opción a lamentarme.

No había tiempo para ello.



Llegué tres horas después, cansada del viaje y con los nervios de punta. El hospital de Sant Carles Redentor se encontraba a veintisiete kilómetros de San Rafael, a las afueras de una de las poblaciones de mayor tamaño de la zona. El edificio era de nueva construcción, con poco más de diez años de uso a sus espaldas, y ofrecía todos los servicios necesarios para que la gente de la zona no tuviese que trasladarse más lejos de lo necesario. A mis padres les caía bastante lejos, pero teniendo en cuenta que el siguiente hospital estaba a más del doble de la distancia, aquel era la mejor opción.

Además, dentro de lo malo, el acceso era muy sencillo y tenía mucho espacio para aparcar, por lo que las ambulancias apenas perdían tiempo maniobrando.

Ni ellas, ni yo. Tan pronto llegué a las inmediaciones del hospital aparqué en una de tantas calles y salí a la carrera. Llevaba el bolso y la chaqueta sujetos en la mano, el pelo alborotado y la ropa mal puesta, pero es que ni tan siquiera me había planteado mirarme al espejo. Sencillamente había salido a la carrera y aquellas era las consecuencias. Por suerte, ni a mí ni a nadie le importaba mi aspecto. Lo único que tenía en mente era la breve conversación con mi madre, el término "infarto" y el "luego hablamos".

Era mala señal de que no me hubiese llamado...

Muy mala señal.

Subí la escalinata del hospital a la carrera y entré a la recepción a la carrera, sintiendo un enorme peso a las espaldas. Miré a mi alrededor, totalmente desorientada, encontrando a mi paso varias caras sorprendidas ante mi repentina llegada, y no me detuve hasta localizar la escalera. Inmediatamente después me lancé hacia ella, esquivando a un par de ancianas a mi paso. Subí una planta, dos, tres, cuatro, y alcanzada la quinta, salí al corredor principal, donde a apenas unos metros había una sala de espera ocupada por varios familiares.

El renacerWhere stories live. Discover now