Capítulo 53

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24 de diciembre de 2022, San Rafael, los Pirineos



El viernes empezó a llover por la noche. De hecho, nos acostamos escuchando el sonido de las gotas al chocar con el tejado de pizarra, frenando momentáneamente una caída de las temperaturas apabullante. Se decía en las noticias que iba a nevar, y que probablemente iba a ser una nevada inmensa, y no se equivocaron. Al día siguiente, cuando nos despertamos, estaba todo el paisaje totalmente blanco, enterrado bajo kilos y kilos de nieve.

Una auténtica delicia.

Dado que Natalia no estaba en casa, decidí llevar a Bea a la montaña, para que disfrutase de la nieve. Ella no estaba demasiado acostumbrada a ella, en Tarragona era raro que la temperatura cayese tanto, pero rápidamente le cogió el gusto. El poder lanzarse sobre los cojines de agua helada era una de las prácticas más divertidas que había descubierto en los últimos años. Eso y dibujar cosas en la nieve, lanzarse ladera abajo metida en una caja, montar muñecos de nieve...

Era increíble lo fácil que era distraer a una niña cuando el entorno ayudaba. Bea y yo nos pasamos toda la mañana jugando en la nieve, hasta acabar caladas. Después, tras una larga ducha de agua caliente, comimos y nos preparamos para la cena. Aquella noche era Nochebuena y tenía que portarse especialmente bien para que Papá Noel cumpliese. Obviamente, iba a traerle regalos independientemente de lo que hiciera, pero era una buena manera de tenerla controlada.

Caída la media tarde, salimos de casa y nos instalamos en la de mis padres, donde ya nos esperaban con la chimenea encendida. Mi padre llevaba un gorro de papá Noel de lo más gracioso, a juego con el jersey navideño de mi madre. a ambos parecía haberles tragado el espíritu de la Navidad, y no les faltaba motivo. Después de seis años, por fin volvíamos a celebrar las fiestas en su casa.

Era un auténtico lujo.

Para evitar que Beatriz sospechase nada, mi padre y yo hicimos un segundo viaje para acabar de traer los últimos regalos que habíamos escondido en la habitación de Natalia. De haberlos dejado en la casa de mis padres corrían el peligro de ser descubiertos: Beatriz se paseaba por todas partes y abría armarios a su gusto, como dueña y señora de todo cuanto le rodeaba. La habitación de su tía, sin embargo, era uno de los pocos sitios donde no se atrevía a entrar. Aquel pequeño santuario era territorio sagrado.

Así pues, mientras mi madre y Bea se distraían fantaseando con lo que aquella noche les traerían los reyes, mi padre y yo dimos la última vuelta, dando por finalizado así el traslado de regalos. Metimos el coche en el parking, cerramos la verja de fuera, echamos la alarma y nos dispusimos a pasar una velada magnífica en familia.



Al siguiente amanecer Bea fue la primera en despertarse, poco después de las siete de la mañana, al grito de: ¡regalos! Escuché sus piececitos recorrer el pasillo a la carrera, como un huracán, y bajar al salón, donde Papá Noel había dejado una auténtica montaña de presentes bajo el árbol.

Volvió a gritar, esta vez con más fuerza y más emoción.

¡Regalos, mamá! ¡Está lleno de regalos!

Miré la hora y maldije mi suerte. Tenía sueño, el día anterior me había acostado tarde y aún tenía un poco de resaca del vino que había abierto mi padre. Decía que era un Gran Reserva... ¡y un cuerno! Peleón como pocos.

Lamentablemente, mi hija no entendía de dolores de cabeza, así que no me quedó más remedio que levantarme. Me puse la bata que mi madre me prestaba siempre que dormía allí y bajé. Frente a la chimenea apagada, con los ojos iluminados, Beatriz miraba los regalos con emoción. Contó un total de ocho.

El renacerWhere stories live. Discover now