Quinto año: Plata

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Remus se estremeció incómodamente mientras esperaba por un momento tranquilo para correr dentro de la barrera. Estaba agradecido de que Matrona no había venido con él este año. Agradecido por haber tenido tiempo solo para prepararse. Grant había querido ir, pero Matrona dijo que no, y no le daría el pasaje de todas formas.

Habían arreglado una rápida despedida encerrados dentro de un baño en St Edmunds, uno de sus muchos escondites. Ninguno de ellos dijo ninguna de las cosas que querían decir, de hecho, difícilmente habían hablado en absoluto, pero con algunos minutos, Remus prometió que intentaría escribir.

—Soy una mierda escribiendo, —se quejó Grant, —¿No me puedes dar el número de teléfono?

—Eh...es una escuela muy a la antigua. No podemos usar mucho el teléfono. —Remus insistió. Pensó que podría haber una cabina telefónica en Hogsmeade, o tal vez en la siguiente aldea cercana, que no era mágica. Podría intentarlo.

Ahora, mientras tomaba impulso hacia la barrera gris y empezaba a caminar, tuvo esa usual sensación de dejar el mundo muggle atrás – y todos ahí – detrás por otro año. Grant no existía en este lado de la plataforma. Grant nunca había pasado, y Remus era el mismo viejo Remus.

Nada ha cambiado, se dijo. Nada es diferente. Matrona no había insistido en cortar su cabello esta vez, entonces al inicio del curso no lucía como un matón. Estaba más alto, de nuevo, se preguntaba si dejaría de crecer algunas veces, pero además de estas tontas, cosas superficiales, todo estaba como siempre había estado. Como debía estarlo.

Nadie lo notaría, porque no había nada que notar, se dijo Remus, firmemente. Nada en absoluto, frotó su nuca, distraído, luego recordó los dedos de Grant haber estado ahí solo unas horas atrás, humedeció sus labios conscientemente. Mierda.

—¿¡Todo bien idiota!? —James le dio una palmada en la espalda, de la nada.

—¡James, en serio! —la Sra Potter reprendió a su hijo, de pie junto a él. Ella le sonrió a Remus, —¡Solo mírate! ¡Has crecido centímetros! —lo acercó a un abrazo, —¡Aún muy delgado para mi gusto! —empezó a estirar su ropa, bombardeándolo con preguntas - ¿tenía algo que comer para el viaje? ¿Había venido solo? ¿Quería ayuda para subir las cosas al tren?

Al final del asalto maternal, Remus estaba sonriendo de oreja a oreja, relajado con el conocimiento que todo estaba, de hecho, bien. Nada era para nada diferente. Animadamente abordó el tren con James y Peter, charlando sobre sus veranos y su emoción por el año adelante. James tenía un pin de plata en su pecho, engalanado con una gran 'C' (Remus pudo olerla en el segundo que James se acercó, un irritante dolor en su nariz) había cumplido su querido deseo y ahora era capitán de quidditch.

Se sentaron en su compartimiento usual y Remus sacó su libro del bolso, instalándose con un suspiro satisfactorio.

Entonces Sirius entró, y el estómago de Remus se desplomó a contra el suelo.

Era casi el mismo de siempre, un poco más alto ya casi había alcanzado a James, tenía el pecho más ancho. Su mandíbula se había enmarcado, y tal vez su nariz se había alargado, pero tenía el mismo cabello negro brillante, los mismos ojos deslumbrantes y pómulos altos.

Todavía era Sirius, pero de alguna forma era...otro. Como si Remus lo estuviera viendo a través de otros ojos. El calor del deseo floreció en lo alto de su pecho salido de la nada, instalándose en sus mejillas como un fuerte rubor. Desvió la mirada, rápido, antes que alguien lo notara.

—Caballeros, —Sirius inclinó la cabeza graciosamente, entrando al carruaje como un príncipe.

—¿Todo bien? —sonrieron los otros dos y Remus murmuró.

All the Young Dudes 5-7Donde viven las historias. Descúbrelo ahora