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Argentina despertó por la mañana, sintiendo el otro lado de la cama vacío, abrió sus ojos, no había nadie más en la cama, por lo que sabía que México ya se había levantado para preparar el desayuno, mirando la hora, era obvio

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Argentina despertó por la mañana, sintiendo el otro lado de la cama vacío, abrió sus ojos, no había nadie más en la cama, por lo que sabía que México ya se había levantado para preparar el desayuno, mirando la hora, era obvio.
Sonrió suave, despertando por completo, haciendo su rutina de la mañana antes de bajar.

Ya en la cocina, encontró a México haciendo el desayuno, Mextina sentadito en la mesada comiendo de sus panqueques en forma de solecito con sus manitas, igual que las fresas que decoraban alrededor, mientras le hablaba a México de varias cosas, temas de su caricatura favorita, sus peluches, juegos, y el sueño que tuvo.

—¡Había un dinosaurio! ¡Grande!—Explicó el pequeño con sus bracitos, emocionado.—¡Quiero un dinosaurio! ¡Grande, grande!

México rió suavemente.
—Lamento decirte que no puedo darte un dinosaurio de verdad, mi amor, pero puedo comprarte un peluche de dinosaurio cuando llegue del trabajo, iremos a comprarlo apenas llegué.

Mextina se emocionó con eso, México siempre le compraba peluches de vez en cuando, no siempre, pero lo hacía. Argentina los vio unos segundos más antes de entrar, haciendo reír a Mextina.

—¡Papá solecito despertó!

México se volteó, sonriendo al ver a Argentina, se acercó a él, dándole un beso en los labios.
—Buenos días, solecito, ¿Tienes hambre? El niño me despertó temprano porque tenía hambre.

—Un poco.—Sonrió, viendo al mexicano a los ojos.—Creo que el bebé también tiene hambre.—Habló, acariciando su pancita que ya estaba creciendo.

Mextina seguía comiendo, hasta ver cómo Argentina se acercaba para darle un besito de buenos días.
—Buenos días, papá solecito.

—Buenos días, pequeño.—Argentina le dijo, riendo suavemente por lo lindo que era su pequeño, le limpió sus manitas que estaban manchadas, agarrándolo para sentarlo en una silla, era algo peligroso que esté ahí sentado.

México lo sabía, pero siempre tenía su mano sobre la pancita de Mextina para evitar que se caiga, cocinaba solo con una mano.

—¿Puedo ir con papá a su trabajo? Quiero ir.—Mextina dijo, agarrando una pedazo de panqueque con su tenedor de osito, comiéndolo.

—No lo sé, mi amor, puede ser peligroso que vayas, estaré trabajando y te vas a aburrir.—México respondió. Argentina asintió con eso, era mejor que se quede.

—Tal vez otro día, Mextina. Ahora papi está muy ocupado, mientras que él está en el trabajo, te llevaré conmigo a ver a tío Uruguay.

—¡Si, si, si!—Mextina se emocionó. Le gustaba ir, ya que ahí estaba su amigo bebé, el hijo de Uruguay. Aunque le daba miedo Brasil, pero no lo daba a notar, era un bebé valiente, un solecito fuerte que no se iba a dejar intimidar por Brasil.

A México no le agradaba mucha la idea de que Mextina esté cerca de Brasil, había algo que no le terminaba de gustar en ello, pero lo aceptaba, no podía ocultar todo a su pequeño y pintarle una vida de color de rosa toda su vida, claro que no, era solo que tenía miedo.

Tenía miedo de cometer los mismos errores que con sus estados. Sabía que ya había cambiado, que se había disculpado millones de veces, aún así, seguía con la culpa de todo lo que les hizo, que un lo siento mil veces no solucionaría todo el trauma que le habría dejado a sus estados.

Le apenaba, realmente le dolía saber que eso había pasado. Sus estados le habían dicho que eso ya no les importa ahora, porque entienden que México pasaba por momentos muy difíciles, estresantes, violentos dónde apenas dormía siquiera veinte minutos.

Tener que ver cómo sus pequeños intentaban irse de él, dejarlo, y todo por su culpa, porque no sabía cómo manejarlos, era como un padre primerizo.

Ahora era según bastante débil contra ellos, ya que no puede mandar a sus estados más peligrosos a rehabilitación. México sabía que rehabilitación solo los iba a ayudar a calmarse en momentos tensos y estrés, pero no iba a ayudar en la violencia dentro del territorio.

—¿México?—Argentina llamó, notando que el mayor se había quedado pensando.

—¿Si, solecito precioso?—Salió de sus pensamientos, volteando a verlo.—¿Qué pasa, calabacita?

—Iré a darle un baño a Mextina, regresaré a desayunar contigo.—Le sonrió, dándole un beso en la mejilla, antes de ver cómo Mextina salía corriendo de la cocina directo a la habitación.

Era hora del baño.

𝐒𝐎𝐋𝐄𝐂𝐈𝐓𝐎, mexarg, terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora