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Argentina había estado peleando día y noche para que lo dejen ir a ver a México por lo menos unos minutos, ya no quería estar ahí casi encerrado sin tener la oportunidad de ayudar a México, le desesperaba, y aunque fuera malo para él, no podía quedarse ahí viendo cómo sus habitantes odiaban a México por lo que le hizo.
Porque si, odiaban a México por haberlo dejado con un bebé. No podían creer que su propio territorio estaba en espera de una criatura, la cuál beneficia a ambos, más bien lo odiaban porque era un bebé entre dos hombres.
—¿México?—Argentina agarró su teléfono, viendo que lo llamaban. Contestó, sonriendo de inmediato cuando supo que era él.—¡México, México! ¿Cómo estás? ¿Ha habido algo nuevo? ¿Podemos vernos?
—Ya arregle unas cosas con el presidente, no nos pueden hacer esto, Argentina. Le estamos haciendo un bien a todos, y más a ti, mi amor.
—Lo sé, pero no quieren escuchar.
México suspiró. Le debían de avisar en unos días si se pudo arreglar y podían regresar. Habían propuestas en ambos por los habitantes, quienes exigían que se libere a ambos y los dejen ser felices, han estado viviendo mucho más tiempo que el mismo gobierno, no podían hacerle eso.
Han vivido más de doscientos años, ¿Cómo pueden hacerle eso a alguien quien luchó por el país? Las marcas en sus cuerpos eran marcas de los múltiples conflictos, guerras que hubo durante toda la historia, no podían ignorar eso.
—¿Cómo está el bebé, solecito?
—Está bien, no te preocupes. Estoy cuidando bien de mi pancita.—Sonrió, acariciando la misma con su mano, era pequeña, pero iba a crecer más con el paso de los meses.
Se esperaba que al final de todo, puedan volver a estar juntos.
