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México colocaba algo de ese crema en el cuello de Argentina, suavemente acariciando para que se le pase algo del dolor en el mismo. Lo hacía con mucho cuidado, sus manos eran muy grandes y el cuello de Argentina muy delgado.
Argentina decidía mirar a otro lado, de por sí tenía un fetiche con las manos de su esposo y ahora las tenía en su cuello solo acariciándole, aunque sea por su bien, pero le causaba cositas en la pancita.
—¿Qué pasa, solecito?—México sonrió al verlo algo rojito, le dió un beso en los labios, retirando sus manos del cuello de Argentina.
—¡No, no! Todavía me duele, sigue haciéndolo...—Argentina se quejó, agarrando las manos del mexicano, llevandolas a su cuello.—Sigue, sigue...
México no entendía, pero seguía haciéndolo, si Argentina decía que le dolía entonces lo iba a hacer, en cualquier lado que el argentino diga que le duela.
¿Argentina se estaba aprovechando de la inocencia de México? Claro que sí.
—¿Todavía duele?
—Si...
México después de unos segundos comenzó a entender que a Argentina le gustaba que le hicieran masajes en el cuello. Separó sus manos de ahí, riendo al ver lo molesto que se ponía cuando dejaba de hacerlo.
—¿Aquí también te duele, pequeño?—Colocó ambas manos sobre los muslos de Argentina, apretando levemente, era adorable. Argentina asintió.—Entonces te traeré tu pastilla para el dolor.
Se levantó de la cama.
—¡No, ya no me duela! ¡Ya no duele!—Se levantó de la cama con la sábana alrededor de él, con un pucherito.—¿Ves? Puedo caminar bien, ya no duele.
—Mmh, ya veo. ¿Quieres hacer galletitas conmigo, corazón?
—¡Si, si!—Argentina habló emocionado, alzando sus bracitos, siendo cargado y besado por el mexicano en sus labios. Le gustaba ser cargado ahora, aunque le digan que está siendo muy mimado y algo malcriado por México.
