—Por supuesto —Hurcan había leído todo en su mirada, en su estremecimiento. Su voz gutural se lo dijo. Él terminó con la distancia ayudándola a quitar las sabanas que la cubrían. Neana puso sus pies en el suelo y la energía del nuevo lugar la atravesó, Hurcan le ofreció su mano y ella la tomó poniéndose de pie—. No debí haberte dejado sola, perdóname. Todo eso fue un desastre y esos malditos…

Se obligó a caminar.

—Ellos estaban diciendo algo sobre la conspiración de las hadas —recordó ella, levantando el rostro hacia Hurcan vaciló antes de decir: —. Lo saben.

El rostro endurecido del alado fue suficiente respuesta.

—Alguien les está soltando información a los alados —reveló con la voz tensa—. Alguien lo suficientemente inferior como para que el consejo no les crea de inmediato. Yo fui con ellos mientras te atendían en el campamento, les dije que había encontrado los cadáveres de cuatro alados exploradores en las fronteras de la ciudad, les dije que habían cruzado al territorio de los lobos y que su alfa los había destrozado.

Destrozado.

¿Así habían quedado los alados?

El rostro del hombre que la había sorprendido en silencio llegó a ella, la piel se le enfrió y sus vellos se erizaron. Ella había…La tierra lo habría…

Sacudió su cabeza concentrándose.

Se enfocó en los pocos pasos que faltaban para llegar a la puerta cerrada. Ignoraba la forma en la que Hurcan la sostenía cuando se tambaleaba, ignoraba el roce accidental contra la piel desnuda de su pecho, ignoraba su cálida respiración. Lo ignoró todo salvo su voz.

—Esos alados fueron enviados para verificar que fuera cierto lo que el informante desconocido les reveló al consejo —siguió él, su mano se extendió para tomar el pomo de la puerta y abrirla.

El baño era…bonito. Había una alfombra azul marino en el suelo, una cortina con diseños marinos en la pequeña ventana y una bañera común que ya estaba llena de agua. Neana se lanzó hacia ella, no le importaba que estuviera vestida, ni que el agua estuviera fría y se desbordara.

Ella necesitaba lavarse.

Lavar los rastros de ese hombre.

—¿Informante desconocido? ¿Qué significa? —su pregunta detuvo a Hurcan de marcharse.

Vio la duda en sus ojos, ella le dijo con su propia mirada que si decidía no responder, entonces podía marcharse y no volver a dirigirle la palabra nunca más.

—El anciano del consejo es el único que sabe quién fue el informante, él no quiso compartirlo con nadie. Daniel y los demás están moviendo sus influencias para intentar averiguarlo antes de que sea tarde.

Neana subió sus rodillas hasta su pecho.

—Ya es tarde. Las hadas debieron haber atacado ya —siseó con cuidado. Hurcan volvió a quedarse callado y ella recordó la conversación que lo había llevado a discutir en la montaña—. ¿Por qué estás atrasando la guerra?

Usó el tono de un comandante. De un rey. No había lugar para la evasión, ni tampoco para la mentira. Mucho menos para el desafío. La pregunta estaba hecha para ser respondida y nada más.

Y Hurcan cedió.

—Por ti —dijo vehemente—. No estás lista para pelear.

Sin más, la verdad.

Cruda.  

Era la verdad. Y si había sido valiente para pedirla, tenía que ser lo doble de valiente para aceptarla.

—Morir peleando por mi libertad no me asusta —descubrió ella abrazando sus piernas—. Tampoco me importa, no mientras al final pueda ser diferente.

Apoyó su barbilla contra su rodilla y lo escuchó decir:

—A mí me importa. A mí sí me asusta. Tú no mereces morir en esa guerra.

Tragó saliva.

—Nadie lo merece, pero sucederá, eso pasa en las guerras, ¿no? —clavó sus uñas en su piel—. Si muero, tal vez lo merezca, porque maté a ese alado y no siento arrepentimiento.

No lo sintió acercarse, pero sí sintió cuando sujetó su rostro y lo arrastró hacia él para que lo mirara, fría furia la masacró.

—Tú no lo mataste, seguía vivo cuando colapsaste en el suelo. Yo terminé con él y me alegra haberlo hecho.

La soltó y le dio la espalda mascullando algo sobre ir a buscarle ropa y algo con qué secarse. Cerró la puerta tras su espalda.

Neana aceptó su declaración aunque no fuera cierta, la mentira había estado en sus ojos. Agradeció en su interior su intento por cambiar la forma en la que ella se percibía ahora, pero no cambiaba las cosas.

Hurcan hubiese querido matar él mismo a ese alado y no sentía arrepentimiento. 

Neana lo había hecho.

Y no sentía arrepentimiento.

El Caballero y el hadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora