La verdad del Caballero

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—Hemos llegado —declaró.

—No veo nada —espetó el hada, observando la vegetación de la montaña y las piedras que había trepado.

—Hay una especie de conjuro protegiendo el lugar, llámalo glamour o lo que quieras —Hurcan extendió su mano ofreciéndosela—.  Ven aquí y haz que tus sentidos traspasen esa barrera.

Neana aceptó su mano solo porque no se creía capaz de subir ese último tramo hacia él sin ayuda extra. La mano de él la llevó hasta el punto desde donde se veía todo el camino hacia abajo, casi gimió pensando en lo duro que sería tener que bajar. Olfateó el aire y el olor tímido de la magia escondida la acarició. Bien, era cierto lo que él dijo. No miró a Hurcan mientras se impulsó a sí misma a través de esa magia, su propia magia hambrienta barrio por sus alrededores buscando, saboreando, conociendo.

Chocó contra esa magia desconocida que escondía algo y se empujó hacia allí, sintió el sudor cubrir su piel y su corazón acelerarse, porque allí, donde antes solo habían árboles y terrenos peligrosos, allí había mágicos. Eran hadas, Neana lo supo de inmediato, no por sus vestimentas, sino por su inigualable belleza. También había alados y ellos…estaban conversando con las hadas, algunos instruían a pequeños grupos en movimientos de combates, otros solo vigilaban la forma en que usaban la magia y los corregían.

Se quedó sin respiración.

Era un campamento de entrenamiento.

Y allí, hablando con una alada que Neana recordaba a la perfección estaba Aleina. La alada le sonría con autenticidad y su prima respondía a cualquier cosa que le había dicho.

Neana observó el cabello rojo de la alada levantándose por el viento y entonces recordó su nombre.

—Daniel —murmuró.

—Daniel Gwyn —terminó Hurcan, usando un tono despiadado—. Ella pertenece al grupo que dirige este campamento.

—Ella estuvo cuando me azotaron —masculló Neana, sin perder de vista la familiaridad que había entre su prima y la alada—. Ella intentó…hacer que parara.

—Pero no lo detuvo —soltó con brusquedad él—. Solo lo intentó.

Neana lo ignoró.

Estaba al frente de una resistencia, un grupo de insurgentes que podrían terminar muertos si eran descubiertos. Neana miró con horror a Hurcan. Este era el grupo al que se había referido su prima, ellos en verdad eran una resistencia, desertores y traidores de las leyes de la Ciudad Alada. Y Hurcan la había llevado para que lo viera, él tenía que formar parte de esto, no había otra explicación, pero…Pero entonces eso la convertía en una idiota, había creado un plan estúpido pensando que Hurcan estaba cazando a los traidores que buscaban un alzamiento y él era uno de ellos. Dioses, iba a matar a Ronny.

Buscó a su hermana en esa multitud, pero no la encontró, solo estaba Aleina.

El rostro se le calentó gravemente.

Ella había tenido que ir directamente con su prima, no hacer planes basándose en…cosas que ella no conocía ni entendía.

—¿Qué estás pensando? —exigió Hurcan, removiéndose en su lugar.

—He sido una estúpida —escupió ella sosteniendo su rostro, aparto la mirada del campamento, era mucho para digerir.

Neana se alejó del bullicio sosteniéndose de los árboles, caminando sin rumbo alguno, sintiendo el peso de todo. No se atrevió a mirar hacia Hurcan, estaba demasiado avergonzada.

—No lo has sido —contradijo el Caballero—. Haces bien en creer lo peor de todos, eso te permite estar en guardia. No me importa lo que pienses de mí, sé que debes estar confundida, sobre todo cuando te trate como la mierda. Pero tienes que entender que todos aquí jugamos dos papeles, ¿crees que el de la guerra es el más difícil? —soltó una seca carcajada—. Pelear es la parte sencilla. Lo verdaderamente difícil es conseguir la ventaja fingiendo. Fingir es todo lo que hago en Ciudad Alada, creo que pudiste darte cuenta de eso. No me arrepiento del papel que tengo que jugar allá, antes no me importaba ser despiadado y tratarte a ti como una porquería, no cuando eso me permite saber los movimientos que harán los ejércitos alados.

—¿Todos ellos fingen, entonces? —Neana hizo una ademan hacia el campamento.

—Unos mejor que otros, pero sí. Ahora tú también debes hacerlo.

Neana se quedó callado durante unos segundos, entonces parpadeó y buscó a Hurcan.

—Dijiste que antes no te “importaba” tratarme como una porquería, ¿acaso es diferente ahora? —inquirió, recordando el discurso que él había soltado sin contemplación para ella, como si lo hubiese tenido preparado.

El cuerpo del alado se arqueó hacia atrás, como si hubiera esquivado el ataque de una espada o de una flecha. La sangre llenó sus mejillas y la molestia sus ojos. Parecía que le disgustaba haber sido descubierto.

—Una vez te dije —comenzó, sus ojos ambarinos huyendo a otra parte—, que tenías más bolas que la mayoría de mis soldados y que ojala pudiera llevarte a la batalla conmigo —carraspeó—. No quieres correr, ¿vas a querer pelear?

La invitación brilló en sus ojos y como solía suceder, su fuego interno respondió al de él como si estuvieran hechos de la misma intensidad. No tenía que decir nada, no cuando los ojos de él aceptaron las palabras de ella.

Avientt ele eternes vele. Significaba: Por la sangre en mis venas.

El Caballero y el hadaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu