Capítulo 46: Un comienzo disfrazado de desenlace

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Entonces vio algo extraño el cielo, a pesar de ser de día, este se llenó de estrellas, por un segundo se quedó clavado en el suelo, en completo estupor, sin poder reaccionar en lo absoluto, necesitó unos pocos segundos, para repasar todos sus conocimientos astronómicos intentando identificar un fenómeno de este tipo, no obstante, sea lo que sea lo que sucedía redobló las apuesta, ya que las estrellas comenzaron a moverse en el cielo, para luego caer, dejando una estela de luz iridiscente a su paso.

Por supuesto que lo primero que sintió fue un miedo atróz, y quiso correr hacia Matthew, para asegurarse de que nada le haya pasado, pero en ese instante una de las bolas de luz, la más brillante de todas, cayó delante suyo, para detenerse en el aire a la altura de su rostro.

A pesar de no entender lo que sucedía, por alguna razón se llenó de una inusitada calma y paz, todo su temor se disolvió, la bola de luz comenzó a expandirse bañando todo con su brillo, hasta que, de pronto, ya no era una bola, sino que poseía forma humana, la luz se fue mitigando lentamente, hasta dejar ver el rostro de un hombre joven, con grandes ojos del color esmeralda, y una dulce sonrisa cargada de amabilidad.

Al verlo, el corazón de Arthur se agitó, y su mente se puso en blanco, sobre la imagen de este niño risueño, con mejillas sonrosadas y ojos llenos de luz, se superpuso la primera impresión que tuvo de Alfred mucho tiempo atrás, siendo un pobre desdichado que lloraba a los pies de una casa en ruinas, el único Alfred que conocía, era el de después del incendio, por lo que nunca supo cómo era antes, pero bastó esa sola mirada, para encontrar en él un insondable mar de diferencias, se dijo que debía protegerlo.

— ¿Te llamas Alfred? —preguntó con un tono de voz cálido y extrañamente embriagante.

El niño no respondió con palabras, sino que se limitó a asentir con la cabeza, por alguna razón, los ojos del adulto se llenaron de lágrimas, y habló pausadamente.

— ¿Sabes quién soy?

Alfred volvió a negar con la cabeza, sin emitir palabra.

Su mente era un gran desastre, la calma que expresaba por fuera no era más que una fachada de cristal desquebrajado, la cual se rompería en cualquier momento, sabía por experiencia, que Alfred era asustadizo, ¿Cómo aparecer así como así frente a un niño y decirle que sus padres morirán esa misma noche? Tuvo que ingeniárselas para no arruinarlo.

— Soy una estrella fugaz. —explicó Arthur luego de una breve pausa. — Y vine a concederte un deseo.

— ¡¿De verdad?! ¿¡Puede ser lo que sea?! —Respondió emocionado el niño, con ojos brillosos.

No era tan tonto para no desconfiar si se tratara de cualquier persona, pero luego de haber presenciado la lluvia estelar, y como una de ellas materializaba esta forma humana, en su mente infantil no se le ocurría una mejor explicación a los hechos que la que Arthur acababa de darle.

La estrella asintió sin dejar de sonreír en ningún momento, el pequeño no podía notarlo, pero a pesar de esa dulce sonrisa, mantenía un aura de tristeza y melancolía, la cual se acrecentaba con esos húmedos ojos conteniendo las lágrimas.

— Lo que tú quieras, pero antes de dártelo debo advertirte: No lo uses indebidamente ni antes de tiempo, o cuando llegue el momento de más necesidad lo lamentarás.

— ¡Quiero un cohete para ir a la luna! —Exclamó el pequeño emocionado, como si no hubiese escuchado nada de lo anterior.

— ¿Qué día es hoy? —preguntó Arthur con el ceño levemente fruncido, asegurándose de no haber cometido ningún error.

— Doce de marzo. —respondió Alfred, luego de pensarlo unos segundos.

— Hagamos un trato, —propuso, pero antes de continuar, fue sorprendido por el dolor en el pecho, en ese momento, terminó de comprenderlo, se estaba quedando sin tiempo. — Guarda tu deseo solo por esta noche, si hoy en la noche no sucede nada, mañana podrás usarlo en lo que tú quieras, pero solo guárdalo por hoy, o te arrepentirás por el resto de tu vida. ¿Me lo prometes?

Alfred dudó unos instantes, la tentación de tener un deseo mágico era demasiado fuerte, su mente se llenaba de ideas emocionantes, era imposible esperar, pero a su vez, un ápice de conciencia, le dijo que no podía utilizar algo tan importante tan a la ligera. ¿Una enorme cascada de chocolate o la paz mundial? ¿Un dragón de mascota, o acabar con la pobreza? Por lo que decidió seguir el consejo de la estrella, y tomarse ese día entero para pensarlo bien.

— De acuerdo. —respondió el niño con un puchero. — Lo voy a usar mañana.

Luego de oír esas palabras, la sonrisa de Arthur se ensanchó. Con suma delicadeza, como si tocara algún raro tesoro capaz de romperse al más mínimo tacto, descorrió el cabello de Alfred de su frente, y depositó en este un tierno beso que duró apenas un parpadeo, entregando así, el otro deseo que las hadas le habían otorgado.

Tratándose de una estrella nacida recientemente, un solo deseo lo había consumido por completo, manteniéndose en pie gracias a la magia que las hadas depositaron en él, otro deseo había dejado atrás al saltar en el tiempo, y ahora, acaba de ceder el ultimo, por lo que la luz que lo rodeaba comenzó a atenuarse, junto con su propia masa muscular, volviéndose transparente, hasta finalmente desaparecer del mundo, sin más arrepentimientos, dejando como única estampa una tranquila sonrisa.


FIN.  

Fairytale (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora