36- No quiero vivir sin ti

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Gavin gritó al sentir como Rk900 partía su pierna de una patada. Sería un sonido que no olvidaría nunca, un crujido seco que le hizo revolverse en el suelo de dolor. Cuando se recompuso, volvió a disparar, tantas veces como le permitió el cargador, pero Rk900 parecía hecho de un material demasiado fuerte. Daba igual donde disparara, las balas rebotaban o le hacían heridas superficiales. ¿En qué rayos pensaban los de CyberLife cuando lo crearon?¿Nunca pensaron en que podría volverse divergente e intentar conquistar a la raza humana?

- Eres un monstruo... CyberLife te va a desconectar... o crearán otro modelo mejor que tu... Eres reemplazable...Connor lo fue, y pronto tendrás un sustituto...

Rk900 se agachó hasta estar cerca de la cara de Gavin. Luego lo tomó con una mano del mentón. - ¿Y tú acaso no lo eres? Solo eres un humano patético... CyberLife no tiene control de mi, ellos me dieron carta blanca para deshacerme de todo aquello que molestara en la investigación... y al principio tú parecías de ayuda, pero terminaste siendo una molestia.

Gavin le escupió y sonrió.- ¿No te das cuenta de que eres divergente? ¿cuántos androides has visto que se porten igual que tú?... al menos Connor era un divergente amable, su único error fue enamorarse de Hank, y hacerlo visible para el resto... cuándo CyberLife se entere no serás más que chatarra.

- No menciones a Connor, él ya no está. Su muerte fue rápida e inesperada para él. No cómo la tuya.


***

La noche inundaba todo con una oscuridad inquieta, la calle estaba vacía. No pasaba ni un alma, ni siquiera el viento se atrevía a mover las ramas de los árboles, era como si el mundo se hubiera detenido, si no fuera por la respiración dormida del San Bernardo, el teniente hubiera pensado que había parado el tiempo. Su androide yacía a un lado, recostado contra el coche, inerte, muerto. ¿Cómo se habría sentido? tras haber conseguido su ansiada libertad y ahora, perderla. ¿Habría sentido dolor? ¿Y si durante un corto periodo de tiempo el androide habría sido capaz de ver y sentir a su alrededor, pero no de moverse o comunicarse? ¿Estaría aterrado, o habría sido como un parpadeo?

O quien sabe, igual ahora muerto era más libre que nunca. Hank fantaseaba con que su androide pudiera navegar por la red, y se lo imaginaba como el capitán de un velero, que escogía su rumbo y navegaba a placer. Sonriéndole al viento, sin miedo ni frenos en su camino. En el fondo, sabía que no era así, pero es humano creer que cosas imposibles pueden ocurrir. Creer en el amor, en la relación de un hombre y una máquina. Creer que el mundo dejaría a un lado su ego, su ansia de conquistar y miedo a ser conquistado. Quizás, algún día los androides serían libres, podrían amar y vivir sin ser juzgados. Solo esperaba que los propios humanos no los corrompieran. Pues el ser humano no solo está hecho de algodones, también hay pinchos y cuchillas que pueden llevar a uno a la locura.

Recordó con cariño los buenos momentos que había pasado junto con Connor, al principio había sido difícil, pero luego todo había fluido solo, se amaban, para Hank no había duda, no podía seguir en un lugar donde ya no tenía un motor para continuar. Primero fue su hijo, y cuando ya pensaba que no podía volver a vivir, había llegado Connor, le había demostrado como todavía la vida tenía cosas que ofrecerle, alguien estaba reparando su roto corazón, pero ahora, se iba para siempre, a un lugar totalmente desconocido para el teniente. Por eso, sentía miedo, miedo de estar solo, su amor se había ido con Connor, ahora solo se sentía vacío.

Se acercó al perro, dormido en el suelo y le acarició la cabeza. - Lo siento chico. Mereces a un dueño mejor.

Luego se sentó junto a Connor, apoyó la cabeza del androide en sus piernas. Le encantaba verlo, era tan real. Incluso el frío se sentía cálido. Las pecas que decoraban el rostro del androide le recordaban a las estrellas que formaban constelaciones a lo largo del firmamento. Besó suavemente los labios del androide, que tan feliz lo habían hecho durante un corto pero intenso tiempo, los acarició y sonrió, imaginando la tierna sonrisa de su compañero. Tomó su arma reglamentaria, y se apuntó a la cabeza.

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