Capítulo 35

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En la leyenda del vampiro, existen varias formas de que estas criaturas inmortales encuentren su final.

El ajo, la plata, algunas plantas como la verbena son tóxicas, incluso mortales para ellos.

El crucifijo, una estaca al corazón, que su ataúd sea rociado con agua bendita. Todas estas capaces de destruir a los hijos de la noche. Pero hay una que sin duda es la más efectiva de las maneras de matar vampiros.

El Sol.

Incluso yo misma había sido testigo de lo fatal que puede ser el encuentro de un vampiro con la luz.

Entonces, ¿por qué no estaba muriendo?

-Es un milagro.- Lucía susurró, casi al borde de las lágrimas. 

Yo continuaba de pie en la pequeña placita de piedra que servía de entrada al refugio anti sol de los Bolívar, tratando de comprender qué estaba pasando. Sentía el calor tocando mi piel, de la luz que se filtraba entre los árboles. Ni un rasguño.

-Fascinante.- Marianne me miraba como quien mira una piedra preciosa. En su joven rostro se dibujaba una sonrisa llena de curiosidad - En todos mis años... Jamás he visto algo así.-

Héctor y Cristóbal no salían del asombro. Ambos parecían gárgolas detrás de las chicas, todos ocultos en las tinieblas de las cuales no podían salir. Quise caminar hacia ellos, di un paso temeroso a la cueva, luego otro. Me detuve. Había pensado que si daba un tercer paso iba a estallar en cientos de pedazos.

-¿Pasa algo?- preguntó Cristóbal acercándose al borde de la cueva. Justo en la fina línea de la vida y la muerte. Verlo caminar hacia mí me hizo correr de nuevo a su abrazo, para evitar que cometiera alguna estupidez como salir a buscarme.

Luego de separarme de Cristóbal, comencé a tocarme la cabeza, los brazos, el torso. Quería, en cierta forma, asegurarme de que continuaba con vida.

-Estás bien, Rosa. Sigues intacta.- Héctor me puso su fuerte mano sobre el hombro para calmarme, pero yo en realidad no estaba asustada. Nerviosa, incrédula, contenta.

-Esto es nuevo, ¿cierto?- pregunté, mirando mis manos, fascinada.

Los  Bolívar y Marianne asintieron al unísono, como una especie de coreografía.

Caminamos de regreso al refugio, donde las tinieblas teñían todo de colores distorsionados. El suelo y las paredes de roca sólida tenían las tonalidades de un arcoiris, recordándome al día en que desperté del sueño de muerte convertida en vampiro. Lucía encendió las luces, y enseguida todo recobró su color original.

Me senté en uno de los muebles y Cristóbal a mi lado, tomándome la mano entre la suya. Era extraño sentir que ya no era helada, sino bastante cálida y suave. Le di un beso en la palma antes de que Marianne tomara la palabra.

-Bueno, supongo que debido a los acontecimientos recientes, me veo en la obligación de quedarme por un tiempo hasta que todo esto sea aclarado.- Sus ojos azules, similares a los de Cristóbal en color pero tan distintos en todo lo demás, pasaron por cada una de las caras de los otros presentes en la habitación hasta detenerse en la mía.

"Desconozco si sabes lo que tienes en ti, querida, pero es un arma poderosa."

Escucharla en mi cabeza tan claro como si lo hubiese dicho en voz alta me espantó.

"No sé de qué me hablas, Marianne" le respondí, usando la misma técnica que me había enseñado Héctor.

-Para un vampiro, no hay anhelo más grande que salir y ver el Sol. Eso que acabamos de ver no es normal, nunca ha ocurrido, y muchos van a desearlo. Tal parece, querida, que convertirte en vampiro no te salva de estar en peligro.-

Cristóbal se puso de pie, desafiante. Se interpuso entre mí y su creadora, y pude sentir una fuerte energía que emanaba de ambos.

-Tócale un sólo cabello, y te destruyo.-

La risa infantil de Marianne rebotó por toda la cueva. 

"Tócale un sólo cabello y te destruyo". Bah.-bufó la rubia- No podrías ni acercarte a mí ni aunque quisieras. Soy más vieja que tú. Más poderosa. Y tu creadora. No olvides eso. Además, no es mi intención hacerle daño a la linda Rosa Arismendi. Suficiente ha vivido con lo que hizo mi pobre Ariel.

Estaba en medio de la calle que llevaba al pueblo, viendo cómo el vampiro que me había perseguido hasta en mis pesadillas moría por un flechazo fatal en el corazón, justo en el momento en el que el Sol le tocaba. Sacudí mi cabeza ante aquella visión.

-Alguien tiene que saber el porqué de este milagro.- Lucía no se apartaba las manos de la boca, atónita. No era para menos.

Después de unos segundos de completo silencio, Héctor habló

-Ya sé quién puede ayudarnos.- sonrió.- Justo el mismo que nos ayudó en el castillo del terror.

Stefan. Claro, él era el indicado para resolver esta nueva habilidad que sólo yo tenía.

-¿No es irónico que después de todos estos años de guerras y odio, sea un brujo el que tiene las respuestas para un problema de vampiros?- Marianne preguntó al aire, divertida.

Esperamos al anochecer, cuando las últimas luces del crepúsculo se apagaran, para poder salir.

El aire estaba limpio y fresco cuando salimos al exterior. La noche era clara, llena de estrellas. La vida de todos estaba en paz, y eso me hacía feliz. 

Bajar la montaña hasta la casa blanca de los Deville fue rápido. Ya no teníamos autos para desplazarnos y para las autoridades, el incendio en la casa Bolívar se debió a una fuga de gas, cosa que jamás me contaron cómo fue arreglada para aparentar un accidente.

La casa que me había recibido en San Antonio un año atrás tenía otro aspecto. Seguía siendo blanca, los mismos balcones, la misma entrada. Pero su energía había cambiado. Si aquella casa pudiera hablar, habría dicho que ninguno de nosotros éramos bienvenidos.

Me acerqué a ella y toqué la puerta, esperando que la enorme silueta de Stefan apareciera. Sin embargo, no ocurrió. Toqué el timbre y la puerta. Mismo resultado.

-Me parece que no hay nadie.- dije, girándome hacia mis acompañantes.

"Stefan no está..."

Si mis oídos no me engañaban, aquella voz había venido de la casa. Cuando había dicho que si las paredes hablaran, jamás se me pasó por la cabeza que podía ser literal.

"Stefan no está..."

La voz era suave, femenina, casi alegre.

-¿Ustedes escuchan lo mismo que yo, no?

Nuevamente, todos asintieron.

-Ehm-carraspeé- casa... ¿a dónde fue Stefan?

Hubo un silencio raro en el aire. Me sentí repentinamente estúpida al preguntarle a una casa dónde estaba su propietario. Estaba por darme por vencida cuando la casa respondió.

"Fue a buscar a su hermana al espíritu del mundo".

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora