Capítulo 34

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En el refugio de la montaña, tres vampiros escuchábamos atentos a la histeria del cuarto inmortal que se hallaba lleno de ira. Podía sentir el enojo de Cristóbal fluyendo por mis venas como si fuese mío. 

Era tan confusa la sensación que no sabía cómo actuar: me ponía de pie, para luego sentarme, y repetía ese mismo movimiento una y otra vez.

-Rosa, cálmate.- pidió Lucía, tomando mi brazo y obligándome a sentarme, esta vez de manera definitiva. Al menos mientras estuviéramos allí.

Cristóbal estaba alejado del grupo, quejándose de la mala idea que había sido invocar a Marianne a venir hasta acá. Lucía le había explicado que ellos no habían hecho absolutamente nada.

-Ya te dije, Cristóbal. Nosotros no la llamamos. Ella vino por su cuenta. 

Lucía ya le había contado que mientras ella cuidaba a Héctor en las ruinas de lo que era la mansión Bolívar, esperando que alguien apareciera con alguna noticia, ambos escucharon la presencia de Marianne que se dirigía a San Antonio a toda velocidad.

-Se presentó en la casa como si fuese una invitada de honor, aunque nadie la quería tener cerca. Me quiso dar un abrazo pero yo la rechacé. 

-¿Por qué?- pregunté. Lucía carraspeó su garganta. No sentía que era necesario hacerlo, pero supongo que era un hábito de haber fingido ser humana durante años.

-No odio a Marianne. En cierto modo, ella me salvó la vida y me convirtió en vampiro. Pero hubiese preferido no verla nunca más.

-Ella es un monstruo, Rosa.- Cristóbal dijo, de pronto apareciendo a mi lado.- Si te contara las cosas horribles que nos obligó a hacer, lo entenderías.

¿Quería entender? Después de todo lo que habíamos vivido, ¿Estaba preparada para escuchar una parte de la historia de Cristóbal y sus hermanos antes de mi llegada? El pensamiento de los tres Bolívar haciendo lo que su instinto de vampiro les ordenaba me puso nerviosa.

-Por favor, explícame. Estoy lista.

Héctor suspiró. Lucía miró a otro lado. Cristóbal habló.

-Cuando Marianne me convirtió en aquella guerra, fue como una especie de madre para mí. Me sentía protegido a su lado, al igual que Lucía y Héctor, quienes ya se habían casado para ese momento. Pasé mucho tiempo al lado de mi creadora, y ella me enseñaba las habilidades que venían con la inmortalidad. Me parecía increíble aprender cómo utilizar mis poderes para obtener lo que deseaba: dinero, ropa, sangre.

En especial, la sangre.

>>Poco tiempo después, lo increíble dejó de serlo. Marianne imponía su voluntad ante la nuestra. Dejamos de ser sus hijos para convertirnos en sus sombras. Fue allí donde comenzamos con los asesinatos.

Me quedé rígida en mi asiento. Sabía que ellos habían matado gente en el pasado, pero me inquietó escucharlo de nuevo y escuchando el trasfondo de cómo Cristóbal había llegado a sentir tal desprecio por su creadora.

>>Mi primera víctima fue un joven de diecisiete años. Lo desangré casi inmediatamente. No quería hacerlo, quería detenerme, pero Marianne me ordenó que lo matara pues, según ella, me había visto la cara. Qué excusa tan idiota, cómo si no pudiese encantarlo y se olvidaba de mi existencia.

-Ya basta Cristóbal. Esa etapa de nuestras vidas están en el pasado. Ya Marianne no nos domina. Somos suficientemente fuertes para no obedecerla.- Héctor le tomó el hombro a su hermano y lo presionó afectuosamente. Cristóbal se puso de pie y caminó nuevamente lejos de mí.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora