Capítulo 29: Infierno

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En el momento en el que me sentí acostada sobre una superficie suave y mullida, fue cuando me arrepentí de volver.

Ninguna otra cosa existía, sólo el dolor. Cada extremidad, cada poro, cada célula de mi cuerpo ardía con una intensidad que me hacía retorcerme violentamente, como una convulsión.

Ni la herida del accidente, ni la fractura, ni ninguna otra cosa era equiparable al dolor tan agonizante que estaba sintiendo. Sin embargo, a pesar de que sentía que iba a morir nuevamente, no lo hacía. En ese estado de fuego abrasador corriendo por todo mi cuerpo sin cesar, estaba seguramente en el infierno.

No podía abrir los ojos, las llamas estaban también en ellos. En contraste con el encuentro tan hermoso con mi madre, donde las penas parecían tan lejanas, esto era una absoluta pesadilla que no parecía tener fin. Gritaba con una fuerza desgarradora, mi garganta parecía destrozarse y repararse infinitamente.

«¡Piedad!» exclamé en mi mente, implorando a Dios que detuviera lo que fuese que me estuviera pasando. Dios debía ayudarme, debía salvarme. No merecía pasar por semejante tortura, ¿o sí?

Entre todas las cosas malas que había hecho, no me consideraba una persona malévola. Simplemente una humana que había cometido errores típicos de su edad, de su especie imperfecta, lejana a toda idea de un alma inmaculada. ¿Acaso todas aquellas cosas me otorgaron un pasaje al sufrimiento eterno? Ni el más inicuo de los hombres ha sido declarado culpable sin un juicio previo.

Mientras más trataba de concentrarme en disipar el dolor, hacer de cuenta que no era mío, que le pertenecía a alguien más, éste parecía acentuarse; sobre todo en la cabeza y el corazón, que latía tan aprisa que pensé que me daría un infarto. ¿Sudaba? No podía estar segura, pero sentía por fuera un frío de muerte en comparación al volcán en erupción dentro de mí. Podía sentir que algo estaba cambiando, algo de lo que ya no había vuelta atrás, y fue entonces cuando recordé los últimos instantes de la vida de Rosa Arismendi.

Todo era extraño, podía observar todo lo ocurrido desde otra perspectiva. Allí parada en medio del bosque en la solitaria carretera que separa la ciudad del pueblo, vi como otra Rosa, la del pasado, impactaba su hermoso deportivo  de un azul tan claro como el cielo diurno contra el grueso tronco de un árbol.

Grité, espantada, al verme salir volando por el parabrisas, atravesando el cristal que se quebró en cientos de pedazos que arañaron mi cara y mis brazos. Miré los míos, los de la Rosa que miraba desde afuera, y observé con asombro que las heridas que debían estar aún abiertas eran pequeñas cicatrices, casi imperceptibles.

Miré de nuevo al frente, pero ya no había nada. Un vórtice negro se tragaba todo lo que me rodeaba, y escuché un grito feroz de horror que envío escalofríos a lo largo de mi espalda. El grito de Ariel el Vampiro, ardiendo, viéndose vencido por una flecha que atravesaba su pecho. Una flecha lanzada por el último descendiente de la familia Deville.

—Stefan...—le intenté llamar, pero no me escuchó. Se sentía igual a estar en una película pero no formar parte del elenco. Como ser una mesa o una silla, o una estatua. El tiempo parecía transcurrir a una velocidad que no era natural mientras yo permanecía en el mismo sitio, congelada. El sol y la luna parecían estar en una carrera a ver quién era más rápido en ocultarse entre las nubladas montañas que rodean San Antonio. Tuve que cerrar los ojos pues todo se estaba convirtiendo en un remolino que no me apetecía seguir viendo.

Hubo silencio, y en él pude sentir un poco de la paz que había sentido en aquel espacio de luz cuando estuve con mi madre, quién sabe cuánto tiempo atrás. Abrí los ojos y noté que seguía siendo parte de la utilería de la película de mi vida cuando me ví inconsciente en la elegante cama de una casa que se me hacía muy familiar. Noté que tenía una horrible herida en el cuello, de donde el vampiro rubio se había alimentado. Sin darme cuenta, llevé mi mano hasta mi garganta, pero no había herida.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora