Capítulo 4.

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Había algo de turbulencia, por lo que el pequeño avión se sacudía de manera intermitente. El viento furioso embestía con fuerza las paredes externas de la aeronave que se abría paso por el cielo nocturno a una velocidad que a los vampiros que se encontraban dentro de ella les parecía lenta en comparación a lo que ellos podían correr.

Dentro, resguardados de la inminente lluvia que anunciaba su llegada con repentinos haces de luz provenientes de los rayos, los hermanos Bolívar se hallaban sentados en una cómoda sala diseñada para su bienestar. Ninguno se movía, se hallaban tan inmóviles como si estuvieses adheridos a la mueblería del avión.

Pero a pesar de que sus cuerpos se hallaban inertes como estatuas, cosa habitual en ellos luego de los últimos sucesos en sus inmortales existencias, sus mentes estaban en una batalla.

Héctor y Lucía intentaban penetrar la gruesa barrera mental que Cristóbal, su "hermano" menor, había ido forjando a modo de protegerse. Los esposos no sabían de qué se protegía, pues ellos pensaban que hablar con él era la única forma de hacerlo cambiar de opinión. Incluso Héctor, el más viejo de los tres, no había tenido el poder suficiente como para poder comunicarse con Cristóbal, y eso le preocupaba. Fue por eso que después de casi una hora de intentarlo, finalmente estalló.

-¡Por Dios, Cristóbal!- exclamó el hombre de cabellos color miel y ojos verde mar, poniéndose de pie sin tambalear a pesar del continuo movimiento del avión privado de su familia, cosa que habían adquirido gracias a la insistencia de Héctor por aparentar ser más normales.

Claro, gente normal que tiene un avión privado.

-¡Héctor!- Lucía le dijo a modo de reproche- No le hables así. Sabes que Cristóbal no se encuentra bien luego de... lo que pasó.-

Tanto Héctor como Lucía estaban consternados por la rotunda negativa de su hermano de alimentarse. Desde que Rosa había tomado la radical decisión de cancelar sus planes de boda, terminando con Cristóbal y abandonando San Antonio de manera definitiva, éste no había bebido sangre de ninguna manera. Es más, parecía que en los meses que pasaron luego de ese acontecimiento Cristóbal se había convertido en una figura de piedra. No se movía ni hablaba más de lo necesario, había dejado de asistir a la editorial y ya ni siquiera conducía sus autos favoritos.

El cambio de personalidad de Cristóbal llegó a afectar la vida cotidiana de Lucía y Héctor cuando él decidió finalmente bloquear sus pensamientos, interfiriendo la conexión mental que los tres poseían entre ellos. Para los hermanos mayores del clan Bolívar, aquello era una mala señal. Cristóbal jamás había ocultado su línea de pensamientos desde que Marianne se los había dejado su cuidado, hacía ya más un siglo.

-¡Es que ya no puedo seguir así!- continuó Héctor, caminando de un lado a otro con zancadas largas, haciendo que el avión se viera incluso más pequeño de lo que en realidad era - Míralo, Lucía. No habla, no se mueve, está más demacrado que una momia, se rehúsa a beber de la sangre que conseguimos para él. ¡Hasta dejamos el pueblo para ver si reaccionaba y aún sigue igual!-

-Lo sé, querido. Yo tampoco estoy bien viéndolo así.- Lucía pasaba su mirada castaña de su esposo hacia Cristóbal, quien estaba con las rodillas recogidas en un sillón bastante cómodo en la parte más alejada del avión, cosa que no era mucho.- No tienes idea de lo que me costó convencerlo de que saliera del refugio en la montaña para que lo lleváramos al aeropuerto.-

Lucía había sido la que ideó el plan de irse de San Antonio, pensando que si Cristóbal se hallaba lejos de todo lo que le recordara a Rosa, él mejoraría su actitud. Fue difícil, pero luego de muchos ruegos de parte de Lucía, el hombre que llevaba meses dentro del refugio anti sol que los Bolívar habían construido en algún lugar de la montaña decidió salir de su inercia y salió a la pobre luz grisácea del cielo del pueblo.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora