Capítulo 3.

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Era un día de viento cuando decidí ir a visitar a mi madre en su lugar de descanso eterno. La brisa era tan fuerte que por momentos creía que iba a levantarme y llevarme como una bolsa de papel que distinguí mientras conducía por las calles de mi ciudad natal.

Habían sido pocas las veces en las que había tenido la valentía de ir al cementerio de Barcelona, el camposanto más grande de todo el área metropolitana del estado, a ver la tumba de mi madre. Aunque no se encontrara allí, necesitaba ir hasta ella para así sentir, por lo menos por un instante, que ella estaba conmigo.

La autopista que llevaba al cementerio estaba vacía, como de costumbre en los últimos meses del año, por lo que no tardé mucho en llegar a la entrada y solicitarle al vigilante un puesto de estacionamiento para el deportivo, que aún no lograba venderlo después de varios meses con el aviso en el periódico.

Pocas horas después de haber dejado atrás el pueblo de San Antonio, fue que me di cuenta que estaba conduciendo el auto que Cristóbal me había regalado luego de aquel espantoso momento en el estacionamiento del salón de fiestas hacía casi un año, en donde mis ojos fueron testigos de una verdad que había permanecido oculta a la humanidad por milenios.

Los vampiros eran reales; tan reales como todo lo que me había ocurrido desde que había recibido aquel fax que me indicaba que había conseguido el puesto de gerente de la editorial, tan reales como el hecho de que mi miedo más profundo se había vuelto a hacer realidad, tan reales como la enfermedad que sentía como cada minuto me devoraba por dentro.

Por un momento, había pensado en dejar abandonado el auto en algún lugar y desaparecer, pero no pude. No me sentía capaz de hacerle eso al deportivo, pues lo sentía como un confidente, como un amigo inanimado que había estado conmigo en los momentos más difíciles. Abandonarlo habría sido como abandonarme a mí misma, como hacerme creer que todo el amor y el dolor que había tenido en San Antonio no hubiera sido real. Por eso fue que decidí ser más sensata y ponerlo a la venta.

El detalle estaba en que cada vez que alguien llamaba mostrándose interesado en él y concertábamos una cita par que revisara el estado del deportivo, nunca me parecía que la persona fuese un dueño apropiado para mi amigo azul. Por eso cada vez que aceptaban comprarlo, yo aumentaba la suma del auto o les daba alguna excusa para cancelar el trato.

Tal vez la del problema era yo, intentando aferrarme al vehículo como si fuese lo único que me pudiera salvar de la completa locura.

Logré estacionar el deportivo en un puesto cercano a las lápidas del cementerio, ya que no habían muchos visitantes en ese día. Apagué el vehículo y procedí a salir. El suelo del estacionamiento era de gravilla, igual al de la mansión en la que alguna vez pasé momentos de absoluta felicidad. Sacudí mi cabeza ante el pensamiento. No podía permitirme recordar las sensaciones junto a él, pues cada vez que algo me recordaba a Cristóbal, sentía como mi sangre comenzaba a arder de ganas de llamarlo, de decirle que me perdonara por haberle hecho tanto daño. Pero no; era terca como nadie, y hacer eso sería una traición a lo que yo era.

No habían aceras en el cementerio, todo era básicamente césped, algunas zonas más verdes que otras, pues habían aspersores de riego que no funcionaban y otros se movían en todas direcciones lanzando un chorro de agua sin uniformidad.

Casi ni podía recordar la última vez en la que estuve ese lugar, me parecía tan extraño que creí que iba a perderme en aquel mar de pequeñas lápidas que parecía extenderse hacia el horizonte. Estaba en un lugar lleno de muerte y tristeza, un lugar en que las personas habían sepultado a sus seres queridos. Todos los que descansaban allí habían sido padres, madres, abuelos, hijos. Y algún día, posiblemente más pronto de lo que podía esperar, yo formaría parte de esa hilera de bloques de piedra con mi nombre tallado en una de ellas, y con mi recuerdo desapareciendo entre el mar del tiempo.

Me detuve en seco entre las lápidas cuando distinguí a un par de metros frente a mí a una persona que conocía perfectamente. Era una mujer que estaba sentada frente a una tumba. Era joven y de tez blanca, con su cabello castaño casi dorado agitado por el viento que sacudía con fuerza también el mío, que había vuelto a su negro habitual. La mujer tenía rasgos similares a los míos, como el la forma redondeada de los labios y los pómulos sobresalientes. Obviamente estaba llorando, pues constantemente se pasaba el dorso de la mano por las mejillas.

-¡Celeste!- exclamé, al ver a mi hermana menor frente a la tumba de mi madre. Después de todo, mis pies aún recordaban el trayecto hacia ese lugar. La chica giró su rostro lleno de lágrimas hacia mí, y al verme se secó rústicamente la cara y se puso de pie.

Caminé hacia ella, pero cuando estuvimos frente a frente no supe qué hacer. No tenía idea si debía abrazarla, pues aún sollozaba un poco luego de haberla encontrado, pero no quería quedarme allí, tiesa como una estatua insensible. Después de todo, era mi hermanita, y en algún modo sentía que debía protegerla. Ver llorando a Celeste no era nada agradable, aunque me recordara que aquella chica de carácter fuerte tenía sentimientos nobles.

-¿Qué haces aquí?- preguntó, frunciendo el ceño. Se pasó nuevamente la mano por la cara en un tic nervioso, como si no quisiera que notara que lloraba.

-Vine a dar una visita a mamá. Quería saber cómo estaba.- respondí, y fui a poner una mano sobre el hombro de ella, quien se apartó. Ese gesto me dolió un poco.

-Tú nunca vienes para acá. No has venido desde que mamá murió.- espetó Celeste en un tono que pareció cruel. Estaba mintiendo, claro. Yo había ido en otras oportunidades al cementerio. ¿O no? ¿Había imaginado eso?

-Claro que sí. El día de las madres del año pasado vine a dejarle unas flores.-

-¿El año pasado? ¿Te has vuelto loca? El día de las madres del año anterior tú estabas en el cine. Pero es que eres así, nunca te interesó saber de nuestra madre. Desde que enfermó tú nunca más quisiste saber nada de ella. Hasta te fuiste a Caracas a estudiar y la dejaste aquí sin su hija mayor que la apoyara.- Celeste se recogió el largo cabello castaño mientras soltaba aquellas palabras tan fuertes que me lastimaron, esta vez intensamente.

-Lo... lo siento.- fue lo único que se me ocurrió decir.

-Te fuiste, Rosa. Yo me quedé sola cuidando a mamá mientras tú estabas viviendo tu sueño de ser periodista y yo sufría al ver a mamá desvaneciéndose rápidamente. Papá tenía que trabajar y eso me dejaba a mí a cargo de todo lo de la casa. Nos abandonaste. Me abandonaste.- dijo Celeste, de nuevo con sus ojos de color avellana húmedos de lágrimas. Sentí que los míos se inundaban de igual forma al ver a mi hermana soltar todo el rencor que sentí en mi contra.

En ese día de viento, me sentí la peor persona sobre la tierra. ¿Tantos errores había cometido en la vida? Incluso sin verlo, había lastimado a Celeste, a l que siempre pensé que era más fuerte que yo, a la que no parecía importarle lo que yo hiciera o dejara de hacer.

-Celeste, yo nunca quise...- comencé a decir, pero ella ya se había puesto en marcha. Caminé detrás de ella y le tomé por un brazo, pero ella se giró bruscamente y me enfrentó.

-¡Sé lo que estás haciendo!- gritó muy alto, pero no había más nadie que pudiera escucharla, sólo el fuerte viento de aquel día- ¡Sé que estás enferma de lo mismo que mamá! ¡Sé que lo estabas ocultando!-

Mierda. ¿Cómo se había enterado?

-Revisé tus cosas y descubrí los resultados de los exámenes médicos. ¿Por qué eres tan idiota como para hacer esto? ¿Por qué no has ido al médico? Pueden curarte, pueden eliminar esa cosa que tienes.-

Saber que mi hermana no quería volver a pasar por lo que ya había sufrido me hizo romper a llorar. Ella no era tan fuerte como me lo pensaba, y la abracé. Esta vez, ella lo permitió.

-Eres mi hermana, Rosa.- dijo Celeste- No quiero perderte a ti también.-

-Tranquila, Celeste. Hoy mismo voy al médico. Comenzaré un tratamiento para curarme. Lo haré por ambas, lo haré por mamá.- Por primera vez en muchos años, Celeste y yo habíamos actuado como verdaderas hermanas. No quería perderme de esa emoción. Mi intención era recuperar todo el tiempo que había perdido lastimando los sentimientos de Celeste y ahora que lo sabía, no volvería a pasar. Nunca más.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Where stories live. Discover now