Capítulo 12

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Durante meses, la desaparición de Laura había sido el principal misterio que había inquietado las mentes de todos los habitantes de San Antonio, tanto humanos como vampiros. Era la primera vez en la historia del pequeño pueblito en la que alguien desaparecía sin dejar rastro como si se hubiese evaporado, como si una brisa hubiese erosionado el cuerpo de la chica hasta desvanecerla por completo.


Justo en el momento cuando estaba comenzando a recuperar la vida que tenía antes de aceptar irme de mi ciudad, cuando mi cabeza estaba disipando toda la niebla y los miedos que me habían atacado en tan solo un año, la fuerte presencia de todo lo ocurrido se hicieron presentes en carne y hueso cuando ante la entrada de mi casa, bajo un fuerte aguacero, la chica desaparecida había decidido aparecer.

—¡Oh por Dios!— exclamé ante la visión de Laura, quien tiritaba de frío ante la poderosa tormenta que se desataba en el exterior. Mis ojos no daban crédito a lo que veían, parecía que finalmente me había vuelto loca.

—Rosa...— dijo Laura en voz trémula. Escuchar su voz fue como escuchar el alarido de un alma en pena a medianoche. 

Mi corazón latía a tanta prisa que pensé que se iba a salir del pecho, al igual que los continuos escalofríos que recorrían mi espalda parecían no tener fin. Estaba viendo a alguien a quien todo el mundo había dado por muerta, y en ese momento se encontraba allí de pie, pronunciando mi nombre.

La lluvia y el viento realizaban un baile intenso y vigoroso, haciendo que incluso yo que me encontraba bajo el techo de mi casa estaba comenzando a empaparme. Un charco de agua comenzó a formarse en la entrada de la sala, cuando me di cuenta que la mujer seguía afuera sufriendo una terrible penitencia.

—Pero, ¿qué me pasa? ¡Entra!— dije, tomándole uno de los brazos que agitaba con fiereza sobre su abdomen con la intención de recuperar el calor. Con lentitud, Laura entró en mi casa, donde de inmediato comenzó a temblar menos.

— Gracias...—musitó, mientras sus ojos enrojecidos parecían estudiar el lugar al que había entrado.

Yo en cambio no me interesaba en lo más mínimo el estado de mi casa en ese momento, pues toda mi atención estaba centrada en la aparecida Laura. Sin apartar mis ojos de ella ni un segundo, comencé a caminar con cuidado hasta mi habitación, donde al llegar allí no pude cerrar la puerta para ir a buscar una toalla limpia y seca con la que poder ayudar a Laura a estar menos incómoda. Al volver a la sala ella continuaba allí, con lo que constaté que no se trataba de una alucinación producto de mi fracturado subconsciente.

Le ofrecí la toalla y ella la tomó con frenesí, secándose la cara y el cabello, del cual caían pequeños chorros de agua.

— Voy a buscarte ropa seca. Si quieres puedes darte una ducha —le dije de manera natural, como si fuese una amiga muy cercana. No tuve idea de dónde había salido tanta amabilidad y calma ante lo increíble de la situación.

Laura asintió con lentitud, así que la llevé hasta la puerta del baño, donde se encerró sin siquiera preguntarme en dónde estaba guardado el champú. Durante esos minutos en los que estuve sola, me di cuenta que no había cerrado la puerta de la casa, así que con cuidado me acerqué a ella. Di un vistazo hacia la calle, pero no se lograba ver más allá de la entrada de la casa pues la lluvia era realmente torrencial.

—Esto no puede estar pasando...— me dije a mi misma en voz alta, controlando el ritmo de mi respiración. Posiblemente Laura había notado mi nerviosismo, pero me resultaba muy difícil comportarme de manera normal luego de haber pasado tanto tiempo pensando en qué habría sido de ella.

¿Dónde había estado todo ese tiempo? ¿Por qué había aparecido justo ahora en otra ciudad? ¿Qué le había pasado? Eran preguntas a las que debía obtener respuesta. Si tenía la oportunidad de resolver la desaparición de aquella chica morena de pésimo comportamiento, debía hacerlo. Era mi responsabilidad como persona, como periodista, como culpable.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora