Capítulo 19

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Cuatrocientos cuarenta y tres.

Esa es la cantidad de kilómetros que separan a Puerto La Cruz, con su incesante sol y su olor a playa, de San Antonio, con el gris perenne de la niebla y los aromas del bosque.

También eran los kilómetros que me separaban de él.

-¡No lo entienden! ¡Tengo que hacerlo!- exclamé mientras lanzaba ropa hacia la maleta abierta sobre la cama, a la vez que Celeste la sacaba para colocarla al lado de ésta.

Sólo un segundo bastó para darme cuenta del terrible error que había cometido al abandonarlo. Huir como una cobarde no había solucionado nada las cosas, no había aliviado el dolor. Luego que Laura hubiese revelado el terrible destino que le esperaba a la familia Bolívar, no me quedaba otra opción mas que regresar y enfrentar todo lo que yo había causado.

Porque, al parecer, yo era la meta de todas las criaturas mágicas que habitaban San Antonio desde el momento en que puse un pie en aquel pueblo tan aparentemente tranquilo. Yo había despertado la sed en uno de los seres más peligrosos que había conocido. Yo había insertado la desgracia en la familia Deville con la muerte de Sonia, cuyo asesino seguía siendo un misterio. Yo era la razón por la que Ariel el vampiro hizo un pacto con un terrible nigromante. Y si no me daba prisa, yo sería la culpable de que Cristóbal, Lucía y Hector murieran.

-¿Te volviste loca? Tú no vas a ninguna parte. No después de lo que acaba de pasar- Celeste intentaba detener mis rápidos movimientos. La verdad no sabía hacia donde me movía, solo que no podía quedarme quieta. Sus blancas manos estaban llenas del último bulto de ropa que había lanzado a la maleta apenas recobre el sentido común. Tenía el ceño fruncido, no en ánimo de enojo, sino con preocupación. Menos de treinta minutos atrás, ella había descubierto el mundo detrás del mundo.

Bueno, ambas habíamos descubierto algo nuevo.

-¿¡Y tú no vas a hacer nada!? Se supone que eres el protector de la familia Arismendi. Entonces, ¿por qué no estás haciendo tu trabajo?- Celeste ya no enfocaba su mirada en mí, sino en el hombre alto y reluciente, de pie en el umbral de mi habitación.

-No puedo intervenir en las decisiones tomadas. Está fuera de mi alcance - La piel de Ángel despedía un ligero brillo plateado que me hacía mirarlo de reojo. Todavía no me acostumbraba, era demasiado pronto para superar que mi ex novio era un portador de luz, un ser sobrenatural encargado de vigilar los pasos de mi familia.

Me detuve y los miré a ambos. Mi hermana temblaba de los pies a la cabeza, parecía una gelatina, producto de los nervios. Ángel parecía una estatua, sereno en su posición erguida, con los ropajes blancos que emitían destellos. La diferencia de caracteres era abismal.

-Aunque pudieras hacer algo, Ángel, ¿lo harías? - inquirí. Temía que su respuesta fuese positiva, que los sentimientos que tenía hacia mí le impidiera mantenerse en esa postura neutral, ajena a lo humano.

En ese instante de silencio, vino a mi memoria el día anterior a mi viaje a San Antonio, cuando Ángel se apareció en la puerta de la casa, preguntándome si me iba. ¿Acaso él había fingido que no sabía de mi decisión de irme? En ese instante, si hubiese sabido lo que sabía ahora, ¿me habría impedido irme?

-¿Alguna vez lo he hecho?- su respuesta me entristeció. En esas cinco palabras estaba escrito todo lo que Ángel había renunciado por seguir siendo el guardián de los Arismendi. Mi guardián.

Ángel no era humano porque su convicción de protegerme a toda costa era más importante que su propia felicidad, una que tal vez habría tenido conmigo de no haberme distanciado de su afecto. Quizás no era humano por genética, pero su corazón lo era.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora