Capítulo 25

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La punta metálica de la flecha estaba incrustada casi hasta la base en el árbol cuando Stefan se acercó a retirarla. Luego de varios intentos, había logrado tensar el arco lo suficiente como para que la flecha atravesara la gruesa corteza de uno de los robles que cercaban el patio de la familia Deville.

Para el rubio, aquella era la primera vez que practicaba tiro con arco; no daba indicios de serlo, sin embargo, más bien daba la impresión que había sido un excelente arquero pero que no había practicado en algunos años.

—Creo que fue suficiente por hoy— dijo, una vez con la flecha en la mano y caminando hacia donde sus espectadores le miraban atentos.

La joven bruja de ojos dorados le sonrió, pero la bruja pelirroja llamada Miranda lo miraba inquisitivamente, como queriendo decir que aún no era hora de detenerse.

— ¿Qué? He lanzado la misma flecha sin parar desde el amanecer, merezco un descanso.

La verdad era que Stefan Deville estaba agotado. Habían ocurrido tantas cosas extrañas desde que había regresado al pueblo que ya el cerebro y su cuerpo le pedía descansar. Luego de haber despertado de aquel encuentro sobrenatural con el guardián de la familia Deville, Stefan se apresuró a contarle todo lo acontecido a Miranda. Desde el espacio neutro, de color blanco al que el guardián se refirió como el "Espíritu del Mundo", hasta la revelación del grave peligro que corrían todas las buenas personas del pueblo si él no hacía algo para detener el ser maligno que acechaba sin cesar.

Miranda parecía comprender cada una de las palabras que Stefan le decía, y sin rastro de parecer sorprendida, le dijo:

—Has tenido un contacto directo con el guardián de tu familia. No hay honor más grande para un brujo, pues la verdad no conozco a ninguno al que le haya ocurrido esto que me cuentas.

Stefan tampoco conocía a nadie perteneciente al mundo de las brujas al que le hubiese ocurrido algo similar. Podía apostar que ni siquiera a Ydras le había sucedido.

—Sonia... digo, el guardián me dijo que era mi deber impedir que ese vampiro continúe matando. Lo llamó Neamh Mairbh— la sola pronunciación de aquel oscuro término le provocó escalofríos a Stefan. Recordaba vívidamente la horrenda transformación que había sufrido Ilana frente a sus ojos, instantes antes de morir incinerada por el fuego mágico invocado por el rey brujo del océano del oriente.

— ¿Neamh Mairbh, dices? Esto es incluso peor de lo que me imaginaba—. Miranda mostró por primera vez una expresión que a Stefan le preocupó.

Tan solo un par de días atrás, Miranda era una completa desconocida para él; ahora que la conocía, Stefan tenía la extraña sensación de que sabía todo sobre ella, sobre todos los brujos nómadas que se hallaban en la mansión blanca de los Deville.

— Habías escuchado ese término antes— continuó la bruja, luego de un silencio que duró algunos segundos. Stefan notó que no lo decía a modo de pregunta.

—La verdad es que sí—Stefan sintió como se formaba un nudo en su garganta. — Hace un tiempo atrás, cuando era un joven ingenuo cuyo único deseo era huir de esta casa, conocí a un vampiro.

Mi madre había muerto cuando tenía quince años y mi padre se había marchado a Escocia sin reparar que dejaba dos hijos a su suerte. Obviamente la estadía en esta casa se me hacía insoportable. Por eso, una noche tomé un poco de ropa y me fui sin despedirme de mi hermana gemela. ¡Cuánto siento no haberlo hecho!

Stefan comenzó entonces a contarles la historia de Ilana y el aquelarre de la isla de Trinidad. Ni Miranda ni la chica de ojos dorados, que descubrió que se llamaba Ana, le interrumpieron durante su relato. Luego de varios minutos, Stefan se tumbó en el suelo y comenzó a sollozar. Volver a revivir todo lo sucedido en su vida le había abierto una vieja herida... O tal vez esa herida no había sanado del todo.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora