Capítulo 31.

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Frente a mí se hallaban un espeso conjunto de árboles. Estaba tan profundo en el bosque que dudaba que alguna vez algún humano hubiese puestos su pies en ese lugar. Luego de lo que pareció ser una eternidad caminando; en parte porque tenía que esperar a Stefan y por otra porque no tenía idea de a dónde íbamos.

Durante la larga marcha el rubio y yo nos mantuvimos en silencio. Debíamos estar alerta ante cualquier ruido ya que las brujas del aquelarre del sur estarían vigilando los alrededores de su guarida secreta.

—¿Estás seguro que este es el camino correcto?—inquirí con mi nueva voz, aún extraña a mis oídos. Habíamos pasado tanto rato uno tras el otro que me sentí perdida.

—Claro que lo es. Vine muchas veces a Lleuad cuando tenía intenciones de pertenecer al aquelarre de Alaysa.

No sabía que el ahora rey de los brujos nómadas una vez quiso ser sirviente de la mujer que tantos problemas había causado simplemente por no escuchar y creerse superior a los demás. Tanto se pudo haber evitado si tan solo Alaysa hubiese colaborado con los vampiros a detener a Ariel. 

Eso no importaba ya.

El caso era que ella había cometido otro error: meterse con Rosa Arismendi. Ahora debía pagar las consecuencias de su soberbia.

El grupo de árboles parecía un muro que indicaba que allí era el final del bosque. Stefan se detuvo ante él y lo observó durante un rato. Yo le imitaba, pero lo que observaba era la savia de los árboles moviéndose lentamente a través de los troncos, al igual que la deliciosa y caliente sangre del hombre que ingenuamente se hallaba dándome la espalda...

Un momento, ¿qué estaba haciendo? 

«Concéntrate Rosa. No quieres matar a Stefan. Es humano, es un brujo, es tu amigo.» El vampiro sediento de sangre había olvidado momentáneamente que el rubio estaba de mi lado y que la razón por la que estaba allí era pues me estaba guiando directamente a las garras de Alaysa.

Ya no tenía miedo. Quizás era algo que había muerto con la Rosa humana. En estos momentos, sentía una furia intensa y ganas de arrancarle la cabeza a la bruja que había secuestrado a mi amado Cristóbal. Sabía que era una trampa, que apenas pusiera un pie en sus dominios ella hallaría la forma de capturarme. Pero debía tomar ese riesgo si quería terminar con todo de una vez y vivir, esta vez para siempre, junto a él.

—Es aquí, definitivamente. ¿Puedes sentir la magia?—Stefan giró su venoso cuello lleno de sangre hacia mí.

«Deja de pensar en sangre, Rosa.»

No sentía nada. Sólo una intensa sed. Mientras más tiempo estaba junto a Stefan, la agobiante sensación aumentaba.

—¿Hay que tocar algún árbol o algo? Yo no veo nada más.

—Tu ojo interno está cerrado para tratarse de un vampiro, Rosa. Esto es una ilusión, claramente. Hay fuertes encantamientos que protegen a Lleuad de cualquier intruso. 

—Pero nosotros somos intrusos. ¿No crees que ese "Lleuad" sabrá lo que intentamos hacer?—Puse mis manos en mi cintura a modo de protesta. Stefan sonrió.

—Cualquiera que no sepa donde es la entrada.

Stefan alzó los brazos hacia el cielo y profirió unas palabras en un idioma muy extraño que me provocó temor. Su voz parecía retumbar y vibrar en todas las ramas y hojas del bosque, y supe que estaba recitando un hechizo. La magia era más real que nunca.

Los árboles desaparecieron para dejar a la vista la entrada de un enorme castillo, quizás el más alto castillo que yo hubiese visto en la vida. Había un puente levadizo que indicaba la entrada y se alzaba sobre un barranco. Los muros de piedra del castillo eran blancos, calcáreos, muy antiguos. No pude evitar exhalar de asombro ante lo que veía.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora